Testimonio cura rural




Ya, nuevos curas


Felipe había llegado al sacerdocio el día de fiesta de San Pablo. Difícilmente volverá a recibir mayor agasajo popular. En el momento en que descendía del coche, comenzó el volteo de campanas; los músicos acompañaron al neo sacerdote interpretando un pasacalles; en el interior del templo esperábamos el pueblo entero. Entró bajo palio en la iglesia. Yo, revestido de capa pluvial, le ofrecí con el hisopo agua bendita, como a los señores obispos. Desde el presbiterio le saludé en medio de la asamblea, y lo hice con calor y emoción. El pronunció unas palabras e impartió su primera bendición.
Abel y José subieron las gradas del Altar un año más tarde. El pueblo hervía en fervor y alegría; verdadera renovación de espiritualidad.

Desi a todos nos dio un ejemplo sencillo y constante de vida de piedad bien llevada. Ayudaba a su padre, enfermo crónico, en el pastoreo del rebaño. Había de salir de casa muy temprano y regresar tarde. Él tenía las llaves de la iglesia, y podíamos observar a las 11 de la noche la luz encendida del templo.
Y este joven levita se ordenó en su misma parroquia, el último de los cuatro. La gente no cabía, porque además de los vecinos estábamos la familia, los amigos de siempre y los allegados. El Obispo consagrante era Monseñor Ángel Riesco Carbajo, auxiliar del Arzobispo de Pamplona, un hombre sencillo y santo, verdadero ejemplo de obispo. Fue un día gozoso, la única vez en que me ha correspondido imponer, después del obispo, las manos en una ordenación sacerdotal. Jamás lo olvidaré.



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