ANTE LA VIDA BREVE

Nos acostumbramos a ver morir a la gente: “Otros mueren, yo no”. Sin llegar a formularlo, implícitamente llegamos a este absurdo juicio. Si llama a nuestra puerta la ingrata mensajera, el corazón se estremece. Y si pasa el peligro, a dormir en el olvido una vez más. En la década de los sesenta me ha tocado asistir a muchas personas en los últimos momentos. Nunca me acostumbré a ello, siempre me sobrecogía la emoción y el respeto más profundo. A veces se me nublaban los ojos y había de esforzarme para contener el llanto.


La realidad de que la vida es pasajera siempre está en mi conciencia. Recuerdo que desde niño y desde los tiempos de estudiante me sobresaltaba en el momento de dormir, y a veces despertaba bruscamente con la angustia de que la vida en cualquier momento podía extinguirse. Después costaba conciliar el sueño. Si era el momento de la siesta me levantaba porque me resultaba imposible permanecer sosegado.

La ancianidad vive como de prestado. Es triste un anciano triste. Añoro lo pretérito: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”. Con seguridad nunca supo disfrutar del presente. Los años de su juventud los pasó en continua queja y protesta interior. El espectro fantasmal de la guadaña les sigue por doquier. Se cansan de vivir porque las fuerzas no les siguen, pero les asusta lo desconocido y rehúyen el pensamiento del más allá. Le parece un abismo sin límites. ¿Quién si no es hombre de fe se enfrenta sereno a este hecho supremo?

Cansancio y fatiga dominan la existencia de la persona. Tal vez cuando menos se experimenta es en la niñez. El joven descubre posibilidades de y goza. Inicia una profesión; todo es nuevo para él y la rutina no ha anidado todavía en sus costumbres. A pesar de todo sufre las crisis más profundas de su vida. tan fuertes son que con frecuencia le acosa el deseo de no haber nacido. Entonces llega a mascar en propia carne la angustia vital.

En la madurez pude serenarse. Los problemas más apremiantes del hombre se han solucionado y comienzan los días iguales, la rutina, falta de interés y de ilusión. El mundo no se arregla a pesar de todos los esfuerzos. Cansancio de competir y de fracasar. La vida religiosa puede ser estimulo que vaya dando sentido a la repetición de tantos actos iguales. De aquí la importancia de la fe que informa toda nuestra vida con afán de trascendencia. El hastío y desinterés se pueden paliar. El hombre de temple constante los supera por completo.



José María Lorenzo Amelibia
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