Para obispos y todos los demás. XXXII JUVENTUD Y... SIGUE LA CRISIS. UNA EXPERIENCIA DISTINTA

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

 XXXII JUVENTUD Y... SIGUE LA CRISIS. UNA EXPERIENCIA DISTINTA

DESDE que mi hermano Emilio se encontraba en la Guardia Civil cumpliendo el servicio militar, la economía doméstica resultaba precaria. Es por eso por lo que decidí permanecer en la Casa Grande unos meses para servir en los pequeños quehaceres. El trabajo no era duro y abundaba el tiempo libre para compartirlo con los amigos. Una bicicleta pesadota que utilizaba Eusebio, el recadista, me proporcionaba gran libertad de movimientos.

seminario

- Es una idea bonita ir a un pueblo que dista diez o quince kilómetros a visitar allí al Señor. Hoy lo he hecho junto con Dallo en Zabaldica. No importa el sudar. Quiero elevarme al Señor. No importa que me encuentre seco, lo necesario es vivir unido a Cristo en piedad sólida. Formidable andar en bici: vas contemplando la naturaleza y los campanarios que pasan; subes y bajas pendientes; respiras aire puro. En aquellos primeros días del estío acompañaba a los ordenandos en sus ejercicios espirituales para servirles la comida. Consideré gozoso el oficiar en la ceremonia de la ordenación sacerdotal. A José Mª Espinosa, antiguo subprefecto, le até las manos después de la unción del santo óleo. ¿Quién me iba a decir entonces que aquel nuevo sacerdote moriría veinticinco años más tarde, a los seis meses de su matrimonio, en un accidente de circulación?

Por primera vez de mi vida presencié los encierros de San Fermín desde la misma calle Estafeta. Lo cierto es que no me llamó la atención aquel espectáculo tan breve. Participé en algunos de los festejos; mas prefería lanzarme con los amigos Paco y José Ignacio y con Francisco Azcona por la carretera a pedalear y a visitar a Jesús en los templos solitarios de los pueblos.

Gentes de todo el mundo acudieron a Pamplona para el festival internacional de folklore. El Seminario hospedó a los varones. Aquello parecía Babel. Yo, uno de los recepcionistas, admitía a la Casa Grande a aquellos señores de todo lugar y lengua. Con una seriedad cortés y amable decía a cada grupo: - Pasen ustedes, idiotas; pasen ustedes, idiotas. Menos mal que ninguno de ellos dominaban el español. Resultaba curioso ver a los japoneses que cubrían la cama al revés: en la parte superior colocaban las sábanas. Más nos llamaba la atención entonces ver a muchos que transitaban por dormitorios y pasillos en cueros del todo. Para nuestra mentalidad seminarística y española parecía inexplicable. Por la noche bebían mucho vino. Veíamos a muchos "alumbrados"; un francés, todo colorado exclamaba reiteradamente: "Sur la tete; sur la tete." Con los galos hice mis pinitos en la lengua que tanto estudiaba por entonces. Recuerdo que con un escocés, Larumbe y yo conversábamos con palabras inconexas de un imaginario lenguaje. El con toda cortesía contestaba en el mismo dialecto. ¡Los hay inteligentes!

Las noches en mi habitación eran particularmente gratas. Una gran paz inundaba mi alma. Echaba un cigarrillo y permanecía largo rato leyendo unas páginas de Leclerq y haciendo el examen de conciencia. Un mes de permanencia en el Seminario durante el período estival, sin reglamentos, sin estudios, es una experiencia agradable. La excursión de despedida la realicé con Bujanda al pueblo de Jesús Fernández, situado en un bello paisaje bañado por un río.

Incluso los superiores mostraban otra faz. Allí teníamos a Don Mariano, el rector, charlando con nosotros como un amigo. Pero, ¡ojo!, amigo, cuando él lo deseaba. Cuando tú lo querías, no. Si, por ejemplo al servir la comida, se te ocurre una idea feliz para aportar a la conversación que sostienen, se indigna y te dice de mal humor: "Tú, atiende a los platos y no te metas en nuestra conversación." ¡Qué bien sabía marcar las distancias Don Mariano e indicarnos que nosotros somos los criados! La consecuencia que saqué fue ésta: de amigo, nada. Velasco, el hombre serio, hasta contaba chistes en nuestro paseo por el patio después de cenar. También sabía marcar distancias, pero con más talento y elegancia que nuestro rector. Los días de fiesta llevaba en la bici una garrafilla de helado al señor Obispo de parte de la plana mayor del Seminario. ¡Qué bien agasajaban a su superior!

La víspera de mi cumpleaños marcho a mi casa paterna a proseguir mis vacaciones, a bañarme aquel verano en la piscina de los militares, a dedicar largo rato a la oración junto al sagrario de mi parroquia, a disfrutar de una paz que nunca conseguía en el Seminario. Incluso llegué a pensar que toda lucha había desaparecido. Me emocionaba al darme cuenta de que tan sólo me quedaban tres años para las órdenes.

Disfruto mucho en festejo organizados en ambiente sano. Por primera vez lancé un cohete en el aniversario de un convento. Tiene su emoción: pocos segundos después de encender la mecha, se escapa de los dedos como niño travieso de la escuela.

El día 15 de agosto celebro un auténtico festejo interior mariano: Renuevo mi consagración a la Virgen. En la paz de la tarde serena he dialogado mucho con el Señor; he renovado el voto de castidad como en todas las fiestas de la Virgen. Me ha parecido más humilde hacerlo después de renovar mi esclavitud mariana, porque así la Señora tendrá compasión de su esclavo. A Jesús, por María. Leo y medito mucho escritos de la revista "El Mensajero del Corazón de Jesús". Todos los meses salían bellísimos pensamientos con el título "Remanso de peregrinos", verdadero néctar para el alma con hambre de Dios. Posteriormente se recopilaron en un tomito que conservo y con frecuencia medito. Da serenidad, ilusión de vivir, profundidad interior. Leía pausadamente y sin prisas. Otros años me apenaba de la velocidad con que pasaba el tiempo y sin haber leído los libros que me proponía. Ahora me dedico a la lectura sin tensión, sin nerviosismo.

Ya no pienso como crío; pero me veo muy imperfecto. Sería terrible ser sacerdote y tener tan poca virtud. Siento mi nada, pero sigo adelante. Llevo siempre en el bolsillo el libro de Los Cuatro Evangelios. Hoy he ponderado en la peluquería la categoría de ese libro. Durante el día con frecuencia mi pensamiento está en el Señor. Todo esto escribía en aquellas vacaciones del 53. Pero había tiempo también para el humor. José Luis Vega me jugó una carrera por un rastrojo. El descalzo y yo con zapatillas. No llegó a celebrarse la prueba. Pero este seminarista burgalés era un bárbaro. Igual me hubiera ganado. Los pinchazos de la paja le hubieran estimulado como el cilicio para luchar contra la carne. ¡Qué joven más arriesgado... y por nada! Todavía lo contemplo en mi imaginación lanzando piedras al abismo desde el borde mismo del precipicio de "Roña", justo encima del paseo de Los Llanos.

El corazón comenzaba su gran batalla. Desde el miércoles santo se acentuaba mi simpatía hacia una muchacha. Sólo lo sabemos Cristo y yo. Con El todo lo puedo. El rito del matrimonio me parece emocionante, sin embargo el corazón me pide algo más. Un amor hay que compensarlo con otro. ¡Arrástrame, Cristo, Amor de los amores!

Y llegan a su fin las vacaciones. Como despedida marchamos a Artaza a representar una comedia. ¡cómo me ayudaba a perder el miedo a hablar en público el hecho de actuar en el escenario!

José María Lorenzo Amelibia                                        

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