Sobre el estado de coma profundo
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Sobre el estado de coma profundo

Jesús, sana m alma...
Recordamos la polémica de tipo legal y ético de hace menos de dos años, con ocasión de dejar morir a una persona en estado de coma muy prolongado: ¿Se pueden desconectar los cables que unen a la vida a un enfermo en estado inconsciente profundo? La cuestión es delicada y de solución difícil. No vamos a entrar en este tema, pero ahí queda esto: Durante más de dieciocho años permaneció en coma Terry Wallis de Arkansas tras haberse despeñado por un barranco en una furgoneta. En los comienzos de aquel sueño, su esposa dio a luz una hija. Nuestro hombre joven era mantenido en vida con respiración asistida, y se le alimentaba a través de una sonda nasogástrica.
La familia siguió tratándole como si estuviera lúcido: celebraba junto a él su cumpleaños y todas las fiestas familiares; hacía sonar su música favorita para que pudiera escucharla; le contaban toda serie de sucesos de la ciudad.
Un día, al cabo de tantos años, Terry volvió a abrir sus ojos. Durante varias horas apenas pestañeaba; parecía ausente. Al fin “resucitó” del todo y pronunció sus primeras palabras: “papá”, “mamá”. Y poco tiempo después se relacionaba con la familia de forma casi normal. Tenía problemas de memoria de los meses anteriores al accidente. “Pensábamos – dice una hermana – que cuando le hablábamos o le poníamos música, no se enteraba de nada; pero él decía que se daba cuenta a su manera, como si fueran ensoñaciones”.
Algo parecido me sucedió a mí a raíz de mi sedación o coma inducido durante diecisiete días, en mi última enfermedad. En los ratos en que permitían a mi familia visitarme, me contaban cosas serenas y agradables; me sugerían bucólicos paisajes deliciosos; me hablaban del amor de Dios y de confianza en Él; me recitaban alguna sencilla oración o jaculatoria. Cuando desperté me contaban todo esto, y me di cuenta de que aquellas ensoñaciones que yo tuve estaban motivadas por cuanto gratificante me decían o sugerían.
Desde antaño nos solían aconsejar que a los enfermos en estado inconsciente no había que dejarlos a solas en su mutismo: hablarles cosas buenas. Y sobre todo recitarles alguna oración y actos de amor de Dios. El último sentido que se pierde es el oído. Por eso conviene expresar junto al paciente actos de esperanza, contrición y amor al Señor. Pueden producir en el enfermo la maravilla de la gracia santificante en su alma, si la había perdido. Y aunque no pueda confesarse, debemos procurar le sea administrado el Sacramento del la Unción de los enfermos.
José María Lorenzo Amelibia
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