Los días largos de la señora Anselma

Hace unos meses murió la señora Anselma, una amable anciana a la que nunca podré olvidar. La habíamos tratado desde hacía muchos años: era siempre ella solícita con todos; siempre pensando en hacerte un favor.


Ignoro el diagnóstico de su última enfermedad; poco a poco fue perdiendo el sentido de la realidad, y hubo de ser internada en un geriátrico, donde era atendida con mimo.

- Aquí esto muy bien - decía. Todos son buenos. Y no me dejan ni coger una escoba. Me acompañan por el jardín todos los días. Cuando hace calor, ponen un toldo, y el sol no me causa molestia. Cuando refresca, me ayudan a entrar en casa. Y además no me cobran nada: todo gratis.
La señora Anselma ignoraba cuánto estaban pagando sus hijos.

Pero todo, absolutamente todo, lo interpretaba de la forma más consoladora para ella. ¡Justo premio a lo mucho que se desvivió por los demás durante su existencia de persona normal.

Y, ciertamente, los servicios que recibía eran especializados; su calidad de vida, óptima, dentro de su estado de decrepitud; y la seguridad de no ser abandonada o desatendida, total.
Nos encantaría una reacción senil de este tenor.

Pero lo más importante para una paz de tanta calidad, está en el tiempo anterior de nuestra vida: en nuestra juventud y edad madura. Antes, mucho antes de que comience esta especie de túnel de la inteligencia, es preciso encontrarle sentido a la vida; liberarse de nostalgias tristes; vivir en el presente con la fuerza acumulada en el pasado. Esta higiene mental va preparando una ancianidad tranquila, de manera que, aun en el caso de perder el don de la discreción, el subconsciente actúa de una manera del todo pacífica y suavemente alegre.

Lo más importante, ir respondiendo en los días largos de la jubilación a una serie de interrogantes tal vez nunca formulados desde la adolescencia: ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Cuál es mi fin? ¿Cómo ha sido mi vida? ¿Qué he hecho por Dios y por los demás? ¿Desde cuándo no me he confesado?

Y no es fácil detenerse en estas reflexiones trascendentes. Es mucho más sencillo llenar a tope los días con paseos largos, con tertulias prolongadas, con sesiones interminables de televisión.
Y así suele terminar el tiempo de salud en muchos casos. Después nos visita el Alzeimer o alguna otra enfermedad más corta y...

Bueno, ahora algunos curas envían enseguida al cielo a todo hijo de vecino. Pero siempre será verdad lo que nos enseñaron desde pequeños: en el cielo nada entrará sucio. ¡Y el pecado nos aparta de Dios!

Por eso, aprovechar los días largos de la jubilación, preparar, como decía el cardenal Tarancón, las maletas. Hacer una confesión buena, y estar tranquilos y felices, como la señora Anselma, que después de una vida sencilla de entrega, vivió feliz sus últimos días, pensando que en la residencia no le dejaban coger una escoba, la cuidaban con mimo, y ¡todo gratis!

José María Lorenzo Amelibia

Te recomiendo mi página web http://personales.jet.es/mistica
Volver arriba