Cuando falta la ilusión en tu vida

 Hoy, Señor, me encuentro como sin fuerza. Desde los veinte años, desde mi primera juventud, mi ilusión estaba cifrada en una obra noble y sencilla; y esta mañana todo se ha desmoronado. Había puesto la esperanza en mis fuerzas, pero “si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Mi alma ha ido después recobrando en parte la serenidad, como el cielo tras la negra tormenta. Pero contemplo ahora los destrozos del vendaval y, aunque dentro de una paz relativa, siento que me embarga la tristeza. ¡Noche de Getsemaní al final del verano!

            ¿No podrían haber discurrido las aguas por cauces tranquilos? Escuchaba hace ya tiempo una frase, grabada como a fuego en mi alma: “Empezar a ser apóstol es comenzar a sufrir”. Pronto me di cuenta de la realidad. la vida es dura aun para quienes la sueñan de color de rosa. ¿Qué será para el seguidor cercano del Maestro en fidelidad y entrega?

 He consolado a muchos, Dios mío, y ahora mis amigos parecen dormidos; como los tuyos en el Huerto de los Olivos. A Ti acudo, Señor, y grito desde lo más profundo de mi alma: “Levántate. ¿Por qué te adormeces, Señor? Levántate y no me abandones. ¿Por qué escondes tu rostro y olvidas nuestra tribulación? Mira, que estamos postrados en tierra. ¡Ayúdanos y líbranos!”

            Me encuentro “como ave solitaria en el tejado”, mas recuerdo aquello del salmo: “El pájaro ha encontrado su casa y la paloma su nido, donde alimentar sus polluelos: tus altares, Señor poderoso, Rey mío, mi Dios. Dichosos los que habitan en tu templo. Te alabarán por los siglos de los siglos.” Yo sé que volverá algún día a mi alma la alegría serena de mis años mejores. Entretanto seguiré ocupándome en el servicio de aquellos que algo esperan de mí.

 Y buscaré algún resquicio por donde pueda penetrar mi acción y mi consuelo… Que siempre existen seres humanos sumergidos en el dolor. Y mi preocupación de ahora es leve arañazo frente a sus heridas profundas.

José María Lorenzo Amelibia

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