Un homenaje a quienes son generosos hasta el fin
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Un homenaje a quienes son generosos hasta el fin

Danos, Señor, generosidad para darnos a nuestros semejantes
En el campus universitario de Lejona han “plantado” veinte árboles de acero, en homenaje a las personas generosas que disponen en testamento la donación de su cuerpo para fines de investigación médica, para ayudar a sus semejantes enfermos. De momento puede parecer la ocurrencia un poco espeluznante, pero no debe ser así. Estamos casi acostumbrados a la generosidad de quienes ofrecen sus órganos para bien de otras personas que los necesitan. Pero esto de donar el cuerpo entero, casi nos estremece.
Conocí a un sacerdote muy ferviente, cuyo proceso de canonización está avanzado, era el padre José Rivera, apreciado en gran parte de España por los Ejercicios Espirituales que dirigía a sacerdotes y religiosas, y por su amor a los pobres. En vida tenía fama de santo. Cuando murió no se celebró su entierro, aunque sí el funeral. Había entregado su cuerpo para el estudio anatómico de los estudiantes de medicina. Fue un ejemplo para todos, aunque pasados tres años, los facultativos no se atrevieron a utilizarlo, sino que optaron por “devolverlo” a la curia diocesana y a sus familiares para su posterior enterramiento. No respetaron su voluntad última en aras a un mal entendido respeto. Pero ahí queda el testimonio de un santo.
En Lejona se guardan en el Bosque de la Vida los restos de las personas buenas que entregaron su cuerpo. Una vez utilizado, se incinera; y en aquel singular cementerio reposan sus cenizas como testimonio de unos benefactores de la humanidad. Antiguamente tan solo los cadáveres de gente por quienes nadie se interesaba después de su fallecimiento, eran utilizados con este fin científico y humano; pero hoy son bastantes quienes desean de forma voluntaria hacer este favor después de su muerte. Los autores del monumento lo concibieron como un ser vivo, un símbolo de esperanza, y decían: “Es una obra abierta a todos, no es un parque ni un panteón”.
Desde el punto de vista cristiano lo consideramos como algo hermoso; como una entrega generosa al prójimo. Es como un símbolo de pervivencia. Nuestra vida, nuestra enfermedad y todo nuestro ser es de Dios y para el servicio y amor a los hermanos.
José María Lorenzo Amelibia
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