¿Cómo llegar al cielo según San Juan de la Cruz?
El artículo anterior presentó las relaciones entre los protagonistas del viaje al cielo, (El Tú divino y el yo humano), así como el fundamento de la presencia de inhabitación. Ahora expondremos algunos de los criterios con los cuales San Juan de la Cruz describe el camino para que la unión entre el hombre y Dios sea plena en la tierra y se consuma en la vida eterna:
-la búsqueda ansiosa del Amado,
-la purificación del yo humano como fuego en el madero,
-el enamoramiento y la progresiva transformación hasta la cruz,
-y el deseo vehemente de unirse con Dios en la vida eterna.
Búsqueda ansiosa del Amado
El alma se queja porque nada le satisface: busca a Dios en todo, corre detrás del ciervo y espera compartir el amor del Amado para disfrutar de la aspiración del Espíritu. En la búsqueda, no puede evitar que el Amado la hiera con su grandeza y con su ausencia. “Y se maravilla de seguir viviendo en la tierra con las heridas que recibe de las noticias del Amado” (C.8ª).
El alma busca remedios para su dolor, no sufre el ocio ni descansa hasta encontrar el remedio. Se queja del Amado “por herir y no curar, por robar el corazón y no tomarlo” (C.7ª).
En la búsqueda, es atrevido su amor como el de la “leona buscando sus crías. A este talle, pues, son las ansias de amor que va sintiendo esta alma, cuando ya va aprovechada en esta espiritual purgación”(N.II. 13º).
Y posee una fuerza tan atrevida para ir a juntarse con Dios que : “apetece y codicia a Dios impacientemente y siempre piensa que halla al Amado” (N.II. 19º y .20º); corre hacia Dios de quien todo lo espera, sobre todo la unión, el poder compartir el amor del Amado (N.II.20º, 27º y 28ª); desea progresivamente la unión y “cualquiera entretenimiento le es gravísimo y molesto”(C.17ª).
¿Qué le sostiene en esta situación? La esperanza de compartir el amor del Amado en el cielo: “en la gloria espera amarle con el amor con que El se ama y ama. La gloria que consiste en ver a Dios” (C.38ª).
La purificación como fuego en el madero
El amor del Amor al alma la “enferma provechosamente; ase y aprieta sin soltar; arde suave y deleitoso causado por el Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios” (N. II.20º).
Se trata de un amor que purifica como el madero por el fuego: “esta llama...embiste al alma purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa” (Ll 1ª-19 y cf. N.II. 11º)
La actuación de Dios para el encuentro
¿De qué manera? Gracias al amor del Amor que llaga al alma, la diviniza y le hace compartir en igualdad de amistad todas las cosas. Dios le hace morir a todo. En efecto, en el ojo de su fe aprieta con tan estrecho nudo la prisión, “que le hace llaga de amor por la gran ternura del afecto con que está aficionado a ella” (C. 31ª).
Y todavía algo más: le confiere la igualdad como la de los esposos: “ porque el alma aquí tiene perfecto amor, por eso se llama Esposa del Hijo de Dios, lo cual significa igualdad con él, en la cual igualdad de amistad todas las cosas de los dos son comunes a entrambos, como el mismo Esposo lo dijo a sus discípulos...” (C. 28ª).
¿Cuál es el medio para la transformación del alma? “Dios la hace morir a todo lo que no es Dios naturalmente, para irla vistiendo de nuevo, desnuda y desollada ya ella de su antiguo pellejo. Y así, se le renueva quedando vestida del nuevo hombre, que es criado” (N.II. 13º).
El enamoramiento y la progresiva transformación Ante la experiencia de la presencia del Amado, brotan en el alma respuestas de amistad que le llevan a compartir la cruz e intensificar la renuncia a todo porque está enamorada de Dios y porque aspira a transformarse en Dios.
Enamoramiento de Dios con pérdida de todo. “Tal es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios...” (C. 29ª);
Progresiva transformación en el Dios uno y trino. Porque no sería verdadera y total transformación “si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado...” (C. 39ª). Es el matrimonio espiritual, un “estado deleitoso tan deseado con sus propiedades y que es mucho más sin comparación que el desposorio espiritual, porque el matrimonio espiritual es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida” (C.22ª).
En esta transformación no hay límites pues todo se comparte con el Amado: “porque unas mismas virtudes y un mismo amor, conviene a saber, del Amado son ya de entrambos; y un mismo deleite el de entrambos” (C.24ª). Y surgen las expresiones de ternura “entrégase toda a sí misma a él, y dale también sus pechos de su voluntad y amor: Yo para mi Amado, y la conversión de él para mí. Ven, Amado mío; salgámonos al campo, moremos juntos en las granjas”(C.27ª);
Con una renuncia coherente propia del que ama totalmente. En este encuentro el alma confiesa que “ya no guardo ganado: ya no me ando tras mis gustos y apetitos, porque, habiéndolos puesto en Dios y dado a él, ya no los apacienta ni guarda para sí el alma. Ni ya tengo otro oficio que la donación y entrega de sí y de su caudal al Amado que ya sólo en amar es mi ejercicio. Ahora todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor y padeciendo todo lo que padezco con sabor de amor. Hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios que antes solía tener en otras consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor” (C. 28ª). Es lógico que todo lo pierda por ganarlo todo: “ya cosa no sabía. Y el ganado perdí que antes seguía” (C.26ª).;
El deseo vehemente de ir al “cielo de la vida eterna”. La experiencia de la unión con Dios intensifica el deseo de alcanzar la visión clara en la vida eterna donde el tú humano amará al Amado como El se ama y ama.
Deseos de la visión divina: “quiere ir al monte de la mirra y al collado del incienso; entendiendo por el monte de la mirra la visión clara de Dios, y por el collado del incienso la noticia en las criaturas. También consiste en entrar más adentro en la espesura de la deleitable sabiduría de Dios. Entremos más adentro en la espesura, es a saber, hasta los aprietos de la muerte, por ver a Dios” (C.36ª).
Aumenta el deseo de amar a Dios en la gloria. “Allí amaremos a Dios como El se ama y ama. En la gloria entonces le amará también como es amada de Dios transformándola en su amor...” (C.38ª).
Y el alma piensa lo que tendrá en el cielo: poseerá la aspiración del Espíritu Santo,.una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en la comunicación del Espíritu que levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo (C. 39ª).
Y será el cielo como una cena que recrea y enamora. “Cena se entiende por la visión divina (Ap. 3, 20): si alguno me abriere, entraré yo, cenaré con él, y él conmigo. Y así, en estas palabras se da a entender el efecto de la divina unión del alma con Dios” (C.15ª).
Pero el alma está en este mundo, separada del Amado. Por eso suplica “rompe la tela de esta vida antes que la edad y años naturalmente la corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin” (Ll-1ª 36 y cf .Ll-1ª-29 a 34)
-la búsqueda ansiosa del Amado,
-la purificación del yo humano como fuego en el madero,
-el enamoramiento y la progresiva transformación hasta la cruz,
-y el deseo vehemente de unirse con Dios en la vida eterna.
Búsqueda ansiosa del Amado
El alma se queja porque nada le satisface: busca a Dios en todo, corre detrás del ciervo y espera compartir el amor del Amado para disfrutar de la aspiración del Espíritu. En la búsqueda, no puede evitar que el Amado la hiera con su grandeza y con su ausencia. “Y se maravilla de seguir viviendo en la tierra con las heridas que recibe de las noticias del Amado” (C.8ª).
El alma busca remedios para su dolor, no sufre el ocio ni descansa hasta encontrar el remedio. Se queja del Amado “por herir y no curar, por robar el corazón y no tomarlo” (C.7ª).
En la búsqueda, es atrevido su amor como el de la “leona buscando sus crías. A este talle, pues, son las ansias de amor que va sintiendo esta alma, cuando ya va aprovechada en esta espiritual purgación”(N.II. 13º).
Y posee una fuerza tan atrevida para ir a juntarse con Dios que : “apetece y codicia a Dios impacientemente y siempre piensa que halla al Amado” (N.II. 19º y .20º); corre hacia Dios de quien todo lo espera, sobre todo la unión, el poder compartir el amor del Amado (N.II.20º, 27º y 28ª); desea progresivamente la unión y “cualquiera entretenimiento le es gravísimo y molesto”(C.17ª).
¿Qué le sostiene en esta situación? La esperanza de compartir el amor del Amado en el cielo: “en la gloria espera amarle con el amor con que El se ama y ama. La gloria que consiste en ver a Dios” (C.38ª).
La purificación como fuego en el madero
El amor del Amor al alma la “enferma provechosamente; ase y aprieta sin soltar; arde suave y deleitoso causado por el Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios” (N. II.20º).
Se trata de un amor que purifica como el madero por el fuego: “esta llama...embiste al alma purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa” (Ll 1ª-19 y cf. N.II. 11º)
La actuación de Dios para el encuentro
¿De qué manera? Gracias al amor del Amor que llaga al alma, la diviniza y le hace compartir en igualdad de amistad todas las cosas. Dios le hace morir a todo. En efecto, en el ojo de su fe aprieta con tan estrecho nudo la prisión, “que le hace llaga de amor por la gran ternura del afecto con que está aficionado a ella” (C. 31ª).
Y todavía algo más: le confiere la igualdad como la de los esposos: “ porque el alma aquí tiene perfecto amor, por eso se llama Esposa del Hijo de Dios, lo cual significa igualdad con él, en la cual igualdad de amistad todas las cosas de los dos son comunes a entrambos, como el mismo Esposo lo dijo a sus discípulos...” (C. 28ª).
¿Cuál es el medio para la transformación del alma? “Dios la hace morir a todo lo que no es Dios naturalmente, para irla vistiendo de nuevo, desnuda y desollada ya ella de su antiguo pellejo. Y así, se le renueva quedando vestida del nuevo hombre, que es criado” (N.II. 13º).
El enamoramiento y la progresiva transformación Ante la experiencia de la presencia del Amado, brotan en el alma respuestas de amistad que le llevan a compartir la cruz e intensificar la renuncia a todo porque está enamorada de Dios y porque aspira a transformarse en Dios.
Enamoramiento de Dios con pérdida de todo. “Tal es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios...” (C. 29ª);
Progresiva transformación en el Dios uno y trino. Porque no sería verdadera y total transformación “si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado...” (C. 39ª). Es el matrimonio espiritual, un “estado deleitoso tan deseado con sus propiedades y que es mucho más sin comparación que el desposorio espiritual, porque el matrimonio espiritual es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida” (C.22ª).
En esta transformación no hay límites pues todo se comparte con el Amado: “porque unas mismas virtudes y un mismo amor, conviene a saber, del Amado son ya de entrambos; y un mismo deleite el de entrambos” (C.24ª). Y surgen las expresiones de ternura “entrégase toda a sí misma a él, y dale también sus pechos de su voluntad y amor: Yo para mi Amado, y la conversión de él para mí. Ven, Amado mío; salgámonos al campo, moremos juntos en las granjas”(C.27ª);
Con una renuncia coherente propia del que ama totalmente. En este encuentro el alma confiesa que “ya no guardo ganado: ya no me ando tras mis gustos y apetitos, porque, habiéndolos puesto en Dios y dado a él, ya no los apacienta ni guarda para sí el alma. Ni ya tengo otro oficio que la donación y entrega de sí y de su caudal al Amado que ya sólo en amar es mi ejercicio. Ahora todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor y padeciendo todo lo que padezco con sabor de amor. Hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios que antes solía tener en otras consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor” (C. 28ª). Es lógico que todo lo pierda por ganarlo todo: “ya cosa no sabía. Y el ganado perdí que antes seguía” (C.26ª).;
El deseo vehemente de ir al “cielo de la vida eterna”. La experiencia de la unión con Dios intensifica el deseo de alcanzar la visión clara en la vida eterna donde el tú humano amará al Amado como El se ama y ama.
Deseos de la visión divina: “quiere ir al monte de la mirra y al collado del incienso; entendiendo por el monte de la mirra la visión clara de Dios, y por el collado del incienso la noticia en las criaturas. También consiste en entrar más adentro en la espesura de la deleitable sabiduría de Dios. Entremos más adentro en la espesura, es a saber, hasta los aprietos de la muerte, por ver a Dios” (C.36ª).
Aumenta el deseo de amar a Dios en la gloria. “Allí amaremos a Dios como El se ama y ama. En la gloria entonces le amará también como es amada de Dios transformándola en su amor...” (C.38ª).
Y el alma piensa lo que tendrá en el cielo: poseerá la aspiración del Espíritu Santo,.una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en la comunicación del Espíritu que levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo (C. 39ª).
Y será el cielo como una cena que recrea y enamora. “Cena se entiende por la visión divina (Ap. 3, 20): si alguno me abriere, entraré yo, cenaré con él, y él conmigo. Y así, en estas palabras se da a entender el efecto de la divina unión del alma con Dios” (C.15ª).
Pero el alma está en este mundo, separada del Amado. Por eso suplica “rompe la tela de esta vida antes que la edad y años naturalmente la corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin” (Ll-1ª 36 y cf .Ll-1ª-29 a 34)