Manos Unidas, ante el Día Internacional contra la Violencia de Género Miguel, yo ya no puedo más
(Marta Carrreño, Manos Unidas).- Durante muchos meses, Rosario no ha sido capaz de dormir bien. Sus sueños de niña se ven interrumpidos cada noche por las conversaciones que mantienen su mamá y Miguel, su padrastro... Siempre es igual, comienzan hablando quedo, como dice Miguel, "para no despertar a los hijos", pero las voces van ganando en intensidad hasta conseguir desvelarla por completo. Mamá, entre llantos, sólo suplica: "Miguel, yo ya no puedo más". "Miguel no me faltes". "Miguel, los niños".
Mientras, Rosario tapa su cabeza con las mantas, no quiere oír la pelea, ni las voces, ni los gritos. Tumbado a su lado, Juanito, su hermano mayor, desea "hacerse grande para ayudar a mamá". Los pequeños, gracias a Dios, duermen plácidamente.
Rosario no consigue atender en clase. En su cabeza bullen retazos de las discusiones que escucha por la noche. Teme el momento de llegar a casa y de encontrarse a solas con Miguel. Mamá trabaja todo el día, tiene que hacerlo para poder llevar suficiente plata a casa. Mientras, su padrastro se queda a cargo de los pequeños. Lleva tiempo sin trabajar; desde el accidente de la mina. Cuando tuvieron que trasladarse a vivir a la ciudad, a Sucre. Entonces se transformó, y Rosario añora su alegría. Miguel no es malo, pero es siempre tan huraño. Y habla mal de mamá.
Dice que es vaga, que descuida sus obligaciones de madre, que desatiende la casa... Pero mamá no tiene tiempo para más. Y aunque Rosario y Juanito intentan ayudar, nunca es suficiente. Para Miguel todo lo que hace mamá está siempre mal. Y se lo hace saber a voces, para que todos se enteren... El peor día es el de la paga. Miguel gasta buena parte de la plata en tomar con sus amigos, convida a todos. Fuera de casa es generoso y amable; dentro es otra persona.
Para la familia ese el peor día. Mamá los manda a dormir a casa de la vecina. Siente miedo por ellos, aunque Miguel nunca les ha hecho daño; Miguel dice que les quiere... Pero Rosario y Juanito temen por mamá, por lo que su padrastro pueda hacerle. Y así, cada vez que mamá ingresa dinero en la casa.
Además, hace meses que Rosario no va bien en la escuela. Se duerme en clase y no es capaz de atender. Las buenas calificaciones y las alabanzas de su maestra han quedado tan lejos como la paz y la armonía de su hogar.
Rosario solo le ha contado lo que ocurre a su mejor amiga, a Ramona. Ella le ha dicho que en su casa antes pasaba lo mismo. Incluso le ha confesado que su papá, cuando tomaba, les llegó a pegar. Sobre todo a su mamá. Y que la directora del colegio, cuando se enteró, les habló de Centro Juana Azurduy, que se dedicaba a ayudar a las mujeres que tenían esos problemas en casa. Y que, cuando su mamá dejó a su papá, las cosas empezaron a cambiar.
"Centro Juana Azurduy..." Rosario, lo repite varias veces para sí misma, no quiere olvidar ese nombre. Cuando esta noche mamá llegue a casa, va a hablarle de estas personas. Quizá puedan ir un día a hablar con ellos. Quizá puedan ayudarles y ayudar a Miguel. Porque Miguel no es malo, solo necesita ayuda...