Cardenal Norberto Rivera Carrera, los talentos multiplicados




Guillermo Gazanini Espinoza / 27 de julio.- Hace 21 años, el 26 de julio de 1995, Norberto Rivera Carrera tomó posesión de la Arquidiócesis de México. Los medios de comunicación dieron una amplia difusión de las palabras dichas por el 34 sucesor de Fr. Juan de Zumárraga cuando, en la homilía en Basílica de Guadalupe celebrada en la tarde de ese día, asumió una nueva etapa de su ministerio episcopal ante casi cinco mil fieles que ocuparon el recinto mariano para saludar a su nuevo pastor.

Súplica del nuevo Arzobispo asumida en gesto de misión y peregrinaje. Las dificultades de la porción del rebaño que le tocaría apacentar no le eran ajenas no obstante los 10 años de servicio en Tehuacán cuando fue llamado por Juan Pablo II en 1985 al episcopado y convertirse en el segundo pastor de esa diócesis creada por san Juan XXIII en 1962. Súplica, la tarde de julio de 1995, a los pies de la Virgen de Guadalupe ante los momentos de profundas transformaciones de una década de retos y dificultades, muy similar a nuestros tiempos, donde las propuestas de reformas y cambios políticos prometían una nueva era de justicia, equidad y participación. A él se le entregaba un gran talento que no debería desperdiciar y esconder.

Llamó a la acción para evitar que el “país se nos deshiciera de entre la manos”, pero la oración de nuevo pastor, a los pies de la Virgen de Guadalupe, tendría presente a las familias “sumidas en la pobreza, víctimas del hambre y las enfermedades, carentes de vivienda digna, de servicios sanitarios, de acceso a la cultura”. Era, como él dijo, una situación trágica en la que urgía un “cambio de mentalidad”, de nuestro comportamiento y de todas las estructuras “para hacer valer el nuevo ideal de solidaridad frente a la caduca voluntad de dominio”.

Las dificultades tenían una causa específica: los embates contra la familia y su desintegración. La ausencia de unidad en el núcleo fundamental de la sociedad. Cuando Norberto Rivera Carrera se encontró, por primera vez con los medios de comunicación, no dudó en urgir a todos los actores sociales por la búsqueda de caminos de unidad porque en los momentos delicados que vivía en país, México bien valía estar por encima de ideologías y corrientes políticas.

Los gestos de humildad definirían una nueva ruta para la Arquidiócesis de México. Ante el cardenal Ernesto Corripio Ahumada, el joven Arzobispo tuvo la gran deferencia de inclinarse y besar el anillo, símbolo de la potestad episcopal que ostentó. Símbolos y palabras, divisiones entre inconformes y acordes con su designación, que convergieron en la manifestación popular de fe por la acogida, siempre en señal de esperanza por el nuevo pastor. Las crónicas de la época, quizá todavía en el recuerdo de fieles y sacerdotes que lo recibieron, eran de júbilo en lo que implica siempre el comienzo de algo nuevo. Clérigos y laicos sostenían símbolos religiosos en sus manos en señal de optimismo al recibir a quien, como lo llamaron, es “nuestro nuevo Arzobispo”, “portador de la buena nueva”, diría el primer nuncio apostólico. Las opiniones coincidieron en que el mensaje del nuevo Arzobispo fue abierto, incluyente y sensible a las dificultades de violencia y económicas del país al manifestar la preocupación por la crisis y la vulnerabilidad de sectores desprotegidos.

En una ocasión diría: “No se asusten si su obispo es pisoteado…” Quienes conocen a Norberto Rivera saben bien de los amargos tragos bebidos en un ministerio que no ha sido de terciopelo. Sin embargo, tiene conciencia de la misión asumida a pesar de los sinsabores, golpes de timón, incapacidades o debilidades de las cuales ha pedido perdón. Muchos señalan al Cardenal Rivera y desestiman su labor con argumentos más bien salidos de la pasión que de la objetividad; sin embargo, la fidelidad y entrega quedan refrendadas en la misma confianza demostrada por el Papa Francisco en estas celebraciones del aniversario sacerdotal, festejos más bien de fe y agradecimiento, en lugar de parafernalia desmedida.

Consciente de esta realidad, Norberto Rivera Carrera sabe que la Iglesia debe cambiar, pero no es responsabilidad de un solo hombre. Si en aquel 1995 llamó a demostrar gestos de unidad, cuánto más hoy en una sociedad fragmentada y vacía de identidad ante lo superfluo de vacuidad. Al final, su ministerio, que es el de Cristo, comienza a abrirse a nuestro juicio para observar el fecundo magisterio y obras conseguidas por el impulso y celo sacerdotales de Norberto Rivera, padre y sacerdote, hermano y servidor para mostrar a Cristo, Luz de las Naciones, conforme lo escrito en el libro del profeta Ezequiel: Ser el Pastor que busca a la oveja perdida, hace volver a la descarriada, cura a la herida, robustece a la débil… Para apacentarlas en la justicia ante el acoso del mal en una sociedad despedazada por la violencia.

El cardenal Norberto Rivera Carrera vuelve a ponerse a los pies de Santa María de Guadalupe. Muchas veces ha estado ante Ella, pero esta ocasión será más especial e íntima para agradecer los dones recibidos. A Ella le devolverá el talento multiplicado y también pedirá perdón de sus omisiones y pecados, de sus frialdades y debilidades…
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