El Obispo en las fosas de la muerte



Guillermo Gazanini Espinoza / 09 de junio.- En Morelos hay un sembradío de huesos, identidades veladas, de muertos sin nombre. Ochenta y cuatro cadáveres tirados como si fueran basura, tratados sin respeto alguno, una fosa que muestra nuestra crisis de humanidad tan profunda como el fondo que hemos tocado.

El obispo de Cuernavaca, Ramón Castro Castro, bendijo ese infierno, moderno gehena que revive el lugar bíblico del desastre, el valle de la muerte donde acababan los cadáveres para ser calcinados a las afueras de la antigua Jerusalén. Gehena en el que se está convirtiendo todo el territorio nacional cuando el pastor de Cuernavaca, después de escuchar la lectura de aquél valle de huesos descrito en el libro del profeta Ezequiel, recordó cómo, por casi diez años, se ha hablado del hallazgo de fosas clandestinas a lo largo y ancho de un país triste invadido por el dolor e incertidumbre cuando la violencia transgrede lo más preciado que tenemos, la vida. “La lista de los Estados donde se han encontrado fosas clandestinas es penosamente más amplia que en los Estados de la República en donde no los han encontrado todavía”, diría en su homilía.

Y recordó: “Las autoridades han encontrado, en los últimos diez años, al menos 855 fosas clandestinas, eso es inconcebible! Con al menos 1548 cuerpos…”

Esta situación tan grave no puede ser inadvertida por la población, “nadie puede permanecer indiferente” diría el obispo de Cuernavaca y tomando algunas palabras del obispo de Torreón, José Guadalupe Galván Galindo, que dirigió los familiares peregrinos de la caravana internacional de búsqueda de mujeres en vida, apeló a la solidaridad de todos para no dejarnos vencer por la costumbre de la violencia: “No sólo son hijos e hijas de las familias que lloran su ausencia, ello llevan nuestro apellido, son mexicanos, son morelenses. No se los arrebataron a sus familias, nos los quitaron a todos, ellos forman parte de nuestra gran familia, son nuestros hermanos y hermanas que fueron privados violentamente de su libertad y ya no están con nosotros. Por eso esta gran familia está de luto…”

En ese valle de desolación del panteón municipal de Jojutla, Mons. Castro diría: “Nos sentimos llenos de preguntas… ¡llenos de preguntas! ¿Qué pasó aquí, qué pasó en este lugar? ¿Qué pasó con nuestros hermanos y hermanas?... Si esta fosa le pertenece a la fiscalía, ¿por qué se han encontrado tantas irregularidades y un modo indigno en que fueron enterrados? Casi echados como basura sin los debidos protocolos de ley…” Por esta razón, enfatizó el prelado, debo decir “con voz en cuello que veo un Morelos con hambre y sed de justicia, un Morelos con mucho miedo, ofendido, burlado por aquellos que deberían encargarse de su seguridad y de impartir justicia”.

Castro Castro animó a los familiares de las víctimas a vivir en la esperanza porque Dios es Dios de vivos y Él nos invita a no conformarnos con las señales de muerte que nos rodean. “Dios nos saca de los sepulcros del miedo, del sepulcro de la violencia, de la mentira y de la impunidad para construir juntos espacios de convivencia, de justicia y de paz”.

Después insistir en la fe y tener confianza en la obtención de justicia y saber la verdad con la rendición de cuentas de los responsables, el obispo proclamó el Pentecostés de esa fosa, preludio de la bendición, para rogar el descanso eterno para quienes murieron en situaciones inciertas.

Parafraseando el antiquísimo Veni, Sancte Spiritus, la oración de la secuencia en esta octava de Pentecostés, Ramón Castro Castro invocó el poder del Espíritu Santo que transforma todas las cosas para renovar la faz de la Tierra y en especial de esta tierra donde se siembran cadáveres anónimos:

“Ven Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo, para que todos lo que tenemos un servicio de autoridad, en la Iglesia, en el Estado, en las comunidades, en las familias, lo hagamos según tu corazón.

“Que tu luz ilumine nuestra mente y nuestro corazón para tener presente que la vocación de la autoridad debe ser el servicio al pueblo.

“Que tengamos luz para hacer y decir lo correcto, lo que da la vida, que seamos solidarios y eficaces ante tanto dolor e injusticia.

“Padre amoroso de los pobres, Padre de estas familias que buscan a sus seres queridos que también son hijos tuyos, sabemos que eres la fuente del mayor consuelo para ellos y por eso te damos las gracias y te pedimos que puedan encontrar en nosotros el reflejo de tu compasión.

“Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua del duro trabajo de tantas familias en Morelos, malpagados y sin medios para subsistir.

“Ven Espíritu Santo, brisa en las horas de fuego, eres gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos, entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.

“Mira el vacío del hombre y mira de los que somos capaces de hacernos los unos a los otros cuando tú nos faltas por dentro. Te sacamos de nuestras vidas, de la vida de nuestro Estado, de nuestra sociedad.

“Mira el poder del pecado, mira las consecuencias de nuestro actuar, esclavo y egoísta, miedo, impunidad, falta de compromiso.

“Sana el corazón del enfermo, el de la llamada delincuencia organizada, el de una parte de la Iglesia y de la sociedad adormecidas y poco solidarias, de algunas autoridades indolentes, corruptas, cínicas.

“Sana nuestro corazón enfermo capaz de hacer tanto daño. Lava las manchas, infunde el calor de vida en el hielo. Por tu bondad y tu gracia, danos tu eterno gozo”.

Al término de la celebración eucarística, acompañado de cientos de fieles, sacerdotes y activistas a quienes agradeció por su trabajo en favor de las víctimas y sus familias, Mons. Castro invitó a seguir haciendo lío a través de la lectura de la palabra de Dios, la invitación a vivir los sacramentos y la oración con la especial cita todos los días del rezo del Ángelus por la paz y liberó una paloma como símbolo de esperanza.

Caminó hacia la llamada zona cero. Ahí, ante la mirada de quienes resguardan el lugar, oró por el descanso eterno de las víctimas y con la aspersión del agua, signo de las cosas nuevas, volvió santo ese gehena en el que se convirtió el suelo de Jojutla.

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