El Papa y la realidad



Lucetta Scaraffia. L´Osservatore Romano / La temporal apertura de un dispensario médico en la plaza de san Pedro, así como la visita del Papa a los pacientes que ahí eran atendidos por los médicos voluntarios, han llevado a los medios una noticia que estos, generalmente, prefieren no difundir: la pobreza está aumentando, y está alcanzando estratos sociales que antes no habían sido tocados. Una vez más, un gesto de Bergoglio ha dado luz a la realidad que se quería olvidar.

Las iniciativas del Pontífice, en efecto, no intervienen sólo en el plano de la caridad y de la solicitud hacia aquellos que tienen necesidad, enseñando así cómo se debe concretar y vivir la misión del cristiano, sino que también intervienen en un nivel más abstracto, y de igual modo necesario, el de la realidad y el de la verdad.

El Papa Francisco comenzó esta misión desde el primer día del pontificado, pronunciando esa palabra, pobres, que parecía, sin embargo, desaparecida de nuestro vocabulario, como si se tratase de una categoría que ya no existiera, como una categoría del pasado. La palabra, que indica un fenómeno amplio y general, fue sustituida con términos más restringidos, que aludían a categorías específicas: los de pocos recursos, los inmigrantes, los sin techo. Puesta así, parecían grupos poco consistentes y en vía de disminución: la realidad, en cambio, era bien diversa, los pobres existían entonces, y eran tantos y en fuerte aumento.

En este poner ante los ojos del mundo la realidad –y no debemos olvidar que el Pontífice lo ha hecho con otros tantos problemas, como con el degrado ambiental en los países del tercer mundo, gravísimo aunque escondido detrás de los problemas de contaminación en las ciudades occidentales– Francisco desempeña un papel teorético importantísimo: el de devolver a la realidad los hechos, en vez de tenerlo como una mentira que punta sistemáticamente a falsificarla. Demostrando a todo el mundo que el verdadero peligro está no solo en quien opone el falso a lo verdadero, sino también en quien sustituye la realidad con lo ficticio. La mentira, en efecto, tiene la tarea de cancelar completamente esta distinción, y por lo tanto, de hacer perder de vista la verdad que está en la realidad. Como escribe Hannah Arendt, «lo que se violenta en la construcción ideológica de una realidad ficticia por parte de la propaganda, no es tanto el precepto moral, sino el tejido ontológico de la realidad».

Con esta capacidad suya de desenmascaramiento, que sabe aplicar a muchas cuestiones, Francisco demuestra cómo el compromiso espiritual cristiano está vinculado a la verdad y, por lo tanto, a la justicia, y a cómo éstas se viven en el momento histórico.

Esto explica el éxito –aunque también las muchas oposiciones– a aquel que en la realidad es verdaderamente un Papa incómodo. Esperemos que pueda llevar este método iluminante también dentro de la Iglesia, donde la negación de la realidad, la deliberada voluntad de tratar la verdad de los hechos como si fueran opiniones, y en cuanto tales irrelevantes, con el fin de salvar la imagen de la institución, han demostrado en muchas ocasiones que el problema no es sólo una estrategia defensiva.
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