Partidos políticos confesionales

Guillermo Gazanini Espinoza / Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México. 24 de enero.- Saber de un PRI en Guatemala, el Partido Republicano Institucional, me dejó impactado. No por su homónimo mexicano, sino por leer sus estatutos que provocaron en mí sentimientos contrarios al saber sobre la ideología cristiana inspiradora del joven instituto político garante del republicanismo guatemalteco y cargado hacia la derecha.
No es desconocido que Centroamérica es una región donde predomina el evangelismo y los grupos carismáticos rivalizando en proselitismo y menguando la presencia de la Iglesia católica en la región. Después del florecimiento de la teología de la liberación, la Iglesia popular y el empuje de las comunidades eclesiales de base, en los años ochenta, los Estados Unidos no vieron con buenos ojos el papel y la reivindicación de la opción preferencial por los pobres del catolicismo. El “divide y vencerás” fue clave en el apoyo de grupos autocéfalos, carismáticos, ligados al evangelismo y al pentecostalismo proliferando en Honduras, El Salvador, Guatemala y el dique de contención, el estado de Chiapas.
Progresivamente, la teología latinoamericana y el rol de la Iglesia popular fueron apartados de la acción pastoral y este vacío fue ocupado por evangélicos reivindicándose para sí el título de “cristianos”, comenzando una estructuración que, al principio, no podía identificarse con cabeza o estructura jerárquica alguna. En Centroamérica, esas denominaciones ocupan espacios descuidados por el catolicismo y en la vida política, sin importar la laicidad del sistema democrático, pueden organizarse en institutos capaces de acceder al poder público. El PRI guatemalteco hace de sus estatutos una confesión de fe cuya inspiración es establecer una sociedad en base a la “civilización cristiana”.
En México, después de las reformas a los artículos constitucionales en materia de libertad religiosa y de las relaciones de las iglesias con el Estado, los evangélicos tuvieron una actividad política arrobándose en el estado laico para poner fin, de una vez por todas, a las injerencias del “clero político” católico. Este nuevo orden constitucional, en parte, propició la acción laicista que quiere arrinconar la actividad de la Iglesia católica en los temas de mayor interés en la vida de México y aplacarla para ser libre sólo en los actos que le corresponden espiritualmente, sin presencia en la cuestión social. Por el contrario, los evangélicos tuvieron una “notoriedad oculta”, si se puede llamar así. Su activismo está al día en los temas morales y políticos más espinosos. En 2011, por ejemplo, diversas agrupaciones intervinieron en las discusiones convocadas por la Cámara de Diputados en relación a las reformas a los artículos 24 y 40 constitucionales.
En 2012, los líderes evangélicos que ocuparon cargos de representación popular en el Congreso de la Unión, tuvieron un frenético proselitismo al promover el voto a favor del candidato del Partido Revolucionario Institucional. Y hoy vuelven a sonar ante el eventual registro del PES (Partido Encuentro Social), si bien –dicen- no es una agrupación política religiosa, tiene poderosa influencia del evangelismo que lo ha llevado a considerarse como el partido de la familia y los valores.
En 2006, el PES (acrónimo utilizado en referencia al IXΘYΣ, pez, el símbolo de Jesucristo, Hijo de Dios Salvador) logró su registro en Tamaulipas y Baja California colocando regidores en municipios de la entidad. Sus integrantes tienen esta raigambre evangélico-política para instaurar la verdad de Dios atando a las fuerzas satánicas que han descompuesto el estado de cosas en México. Según su declaración de principios, el PES apuesta por la transformación de las instituciones y del poder como instrumento de “servicio” e implantar una nueva ética en su ejercicio como apóstoles de la política en una cruzada santa. Estos ideales del evangelismo perciben un mandato divino, intervenir en las cosas de este mundo ante el deterioro de las libertades y poner los líderes que Dios ha alzado para defender el núcleo familiar y los valores fundamentales.
Una democracia no prescinde de la legalidad y de la organización. Una de las formas de participación de los ciudadanos para tener acceso al poder son los partidos políticos que, en el ideal propuesto, deberían presentarse como colaboradores de todos los ciudadanos tomando una bandera cierta: el bien común; sin embargo, a pesar de ser instituciones de interés público, han sido entidades de carísima manutención y sostenimiento. No es desconocido que algunos partidos se conformaron para ser negocios familiares con estupendas prebendas económicas y del poder gozando de registros gracias a las alianzas y coaliciones con los tres partidos predominantes en el país. Para la opinión general, los partidos gozan de una credibilidad bajísima, sus miembros parecen distantes y apartados de sus electores gozando de canonjías increíbles y de lujos que el ciudadano corriente sería incapaz de atesorar en su vida productiva. Los partidos han constituido un régimen que casi ha paralizado instituciones secuestrando la vida democrática y manipulando las decisiones para satisfacer los intereses de los grupos en su seno, sin dejar de lado la corrupción que pudieran cubrir protegiendo a sus agremiados culpables de tales conductas.
En la Iglesia católica, algunos líderes podrían ser tentados para conformar un instituto político. Es necesario recordar la recomendación del magisterio pontificio reflejo de las palabras de la Constitución Lumen Gentium No. 31: A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Y la política es una forma de obtener el reino de los cielos; no obstante, en este país los partidos no llegan a responder de forma real y contundente para lograr el bien común decepcionado el ideal donde los ciudadanos deberían tener el derecho y el deber de expresar sus pensamientos y realizar sus acciones.
No creo que sea urgente la creación de partidos políticos católicos, por el contrario, lo que sí es urgente es tener verdaderos católicos en los partidos políticos.