Cuando el lenguaje nos traiciona “Oír y dar misa”

Estamos en un tiempo de zozobra espiritual y fracaso de la pastoral

Cristo sacerdote
Cristo sacerdote Desconocido

La expresión “oír misa” es muy expresiva a la hora de  ver cómo entendemos lo que significa celebrar hoy la Eucaristía. La iglesia nos ha mantenido como espectadores pasivos  en un sacramento tan admirable. Un grupo de cristianos en la persecución de Diocleciano, a principios del siglo IV, fueron sorprendidos por la Guardia Pretorial Romana celebrando la Eucaristía  y les ofrecieron el perdón de la vida si renunciaban a aquel rito, a lo que ellos respondieron: “Sin la Eucaristía dominical no podemos vivir”.

Oír significa estar de brazos cruzados dejando que los sonidos lleguen a nuestro tímpano. La Eucaristía no puede ser una acción pasiva que nos deje tal como estamos  antes de entrar en la iglesia. El excesivo clericalismo en la liturgia y en el conjunto de la iglesia ha reducido al papel de los fieles a simples espectadores que tienen que cumplir con un precepto.

En otro tiempo la Eucaristía en latín, a lo que algunos del pleistoceno desean volver de nuevo, no la entendía nadie del pueblo sencillo pero bastaba con oírla. En nuestro tiempo pervive una liturgia, incluso después de las reformas, abarrotada de tecnicismos y de un lenguaje extraño para la gente sencilla y, sobre todo, donde a los fieles solo se le exige pasividad, levantarse, sentarse, escuchar, responder…

Otra expresión desafortunada, a mi manera de entender, es la de “voy a dar misa”. Va en la misma línea de la anterior  pero esta vez en boca de los sacerdotes. La misa se convierte así en algo que el cura da y los fieles reciben. La misa se convierte así  en un objeto.

¿Cuánto vale la misa? Es otra de las expresiones desafortunadas que oímos con frecuencia  entre los fieles y que provocaría que el mismo Lutero se levantara de su sepulcro. Y esta expresión no la han fraguado los fieles sino la práctica, a veces abusiva, de los curas al cobrar por las misas como el pescadero cobra por el pescado que vende. Con el papa Francisco, esto está empezando a cambiar de manera notable.

Yo recuerdo una anécdota muy clarificadora que me ocurrió a mí  mismo cuando estaba recién ordenado. Hablo de los años ochenta del siglo pasado. Llego a celebrar a una parroquia, cuyo párroco me conocía muy bien, aquel día me dijo que ni se me ocurriera cantar nada en aquella misa que iba a celebrar. No entendí la razón pero fui obediente y no canté nada. La sorpresa fue aún mayor cuando al día siguiente me dijo que cantara todo lo que se me ocurriera, cuanto más, mejor. El remate fue al día siguiente cuando me dijo que cantara algo pero solo lo imprescindible: Kirie, cordero de Dios y algo durante la comunión.  Confundido pero estas órdenes le pedí que me explicara la razón de esos cambios. “Muy sencillo -me dijo-  tú eres novato y no sabes de estas cosas. La misa sin canto se llama rezada y se cobra a 100 pesetas. La misa con pocas canciones se llama cantada y se cobra a 500 pesetas y la misa con muchas canciones es función solemne y vale 1000 pesetas.”

 La cara que debí poner debió ser de antología porque a continuación  me dijo: “Es que ahora salís del seminario sin saber muchas cosas prácticas que se van aprendiendo con la experiencia. Tiempo al tiempo.”

Otra expresión desafortunada que usan algunos curas, yo lo he oído, es: “´Ésta es mi misa”.

 Me ocurrió en una ocasión en que yo, siendo párroco,  celebraba la misa anterior a la de un compañero y me alargué, por algún motivo que no recuerdo,  un poco más de lo debido hasta pisar unos minutos la misa siguiente. La reprimenda de mi compañero fue solemne: “No voy a permitir más que me piséis mi misa porque me echáis a mis clientes”. Es para mear sin echar gota.

Hay un lenguaje clerical y dominante que nos traiciona muchas veces y hace que quienes nos oigan se hagan una idea muy equivocada de lo que es el servicio pastoral de evangelización en una parroquia. He oído también en alguna ocasión la expresión: “Aquí el párroco soy yo y se hace lo que yo diga”. Signo de que algunos párrocos creen  que la parroquia es su cortijo privado y no el lugar que la iglesia les ha prestado para llevar a cabo un servicio evangelizador en nombre de la comunidad diocesana.

En fin, estamos en un tiempo de zozobra espiritual y fracaso pastoral y necesitamos todos someternos a una cura de humildad que nos haga más cercanos y creíbles en medio de la comunidad y de la sociedad. Sacerdotes más tolerantes y menos clericales, más preocupados del fondo que de las formas, menos inquietos por hacer carrera clerical y más ocupados  en hacer carrera hacia los pobres. Sacerdotes según el corazón de Dios y no tanto cortados por la marca de la devoción al sagrado Corazón de Jesús. Empezando por mí mismo.

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