"Las diferencias entre varón y mujer no son razón para someter la mujer al dominio del varón" Benjamín Forcano: "Que la Iglesia Católica prohíba a los sacerdotes el matrimonio pertenece a lo incomprensible"

Benjamín Forcano
Benjamín Forcano

"La ley claramente prohibitiva del matrimonio en la Iglesia Católica no se impuso hasta el concilio de Trento"

"Como escribió el teólogo Domiciano Fernández, 'se ha limitado la libertad de reflexión y de expresión de las Iglesias locales'"

"Roma no debería limitarse a proclamar verdades y dar órdenes"

Benjamín Forcano, teólogo crítico con las leyes eclesiásticas faltas de progreso, al hilo del debate retomado por el Papa Francisco en el Sínodo, reflexiona sobre el modelo de sacerdocio actual (y el celibato) en esta entrevista. Su visión puede ayudar a situar y comprender el tema, objeto en nuestros días de comentarios diversos.

¿Se puede ser sacerdote católico casado o está prohibido por una ley ?

A primera vista, son muchos los que consideran que la cuestión de los curas casados no debiera ni plantearse. El cura es un hombre y, como para cualquier otro, el derecho al matrimonio le resulta absolutamente natural. Que en la Iglesia Católica exista una ley que prohíba a los sacerdotes el matrimonio es algo que pertenece al mundo de lo extraño e incomprensible.

Para otros, lo de ser cura y casado es algo incompatible. Aspirar a ser cura o hacerse tal conlleva la exigencia esencial de no casarse. Y eso para toda la vida. Pretender por lo mismo seguir en el sacerdocio con la voluntad de casarse es algo contradictorio e inadmisible. Como consecuencia, no se le debe permitir el casarse a ninguno que quiera ser sacerdote, y si esto lo hace por cuenta propia, comete un pecado público, un escándalo que debe ser reprobado con fuertes represiones y marginaciones.

Una tercera postura es la que, ateniéndose a los datos, a la razón, a la teología y a la historia, no admite bajo ninguna forma que la ley del celibato sea obligatoria y deba exigirse a todo el que desee ser sacerdote. Cualquier teólogo, como cualquier persona medianamente informada, admite hoy la legitimidad -aunque no obligatoriedad- del celibato y también la legitimidad de un sacerdote casado.

Celibato
Celibato

Entonces, ¿cómo explicar el no de la Iglesia católica al sacerdocio casado?

Ni los prejuicios ni los apriorismos son buenos consejeros para entender correctamente un problema. Referente a este tema de los curas que quieren casarse, la historia y la teología ofrecen datos elementales que ayudan a plantear con seguridad el problema.

Según la doctrina de la Iglesia católica el celibato exigido a los sacerdotes no es una ley divina, sino disciplinar. En los primeros siglos de la Iglesia y en otros posteriores la mayor parte del clero eran casados, hubo varios Papas casados, con hijos, y aunque fueron estableciéndose normas que restringían progresivamente el matrimonio a los sacerdotes, la ley claramente prohibitiva no se impuso hasta el concilio de Trento.

¡Esa es una puerta cerrada! Ciertamente lo es desde hace más de 20 siglos y lo sigue siendo. Pero, en el hoy del siglo XXI, es momento de preguntarse por qué está cerrada y si hay motivos para que siga cerrada.

Todos entendemos que haya podido ser así por razones de una situación histórico-cultural muy distinta a la nuestra. Situación que ha perdurado hasta hoy, pero no porque fuera una tradición “divino-apostólica” sino por ser una praxis introducida desde el principio por motivos hoy bien conocidos y explicables, pero que en modo alguno permitan elevar esta praxis a categoría divina y deducir que la no ordenación de la mujer “forma parte de la constitución divina de la Iglesia”. Las diferencias entre varón y mujer no son razón para someter la mujer al dominio del varón y excluirla de algunas tareas eclesiales.

La Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II (30 de mayo de 1994) no aporta nada nuevo, su enseñanza estaba incluida en documentos anteriores, sobre todo en la Declaración del Papa Pablo VI Inter insigniores de 1976. Ni cuestiona para nada las investigaciones históricas o bíblicas. Juan Pablo II tuvo, es cierto, la voluntad de zanjar definitivamente la cuestión entre los fieles de la Iglesia católica. Pero, de inmediato, muchos comentaristas católicos le replicaron que esta es una cuestión abierta, una doctrina ajena a la Escritura y una verdad no revelada. Por todo ello, no ha podido ser propuesta como una verdad de fe, ni definida como una verdad de magisterio infalible o ex-cathedra.

Dios es Madre
Dios es Madre

O sea, que Cristo no excluyó a la mujer del sacerdocio

Los argumentos aducidos por la Carta son más que débiles: el hecho de que Jesús  eligiera entonces  únicamente a varones, no quiere decir que lo hiciera exclusivamente y para siempre. Esa exclusión a perpetuidad no va incluida en la acción de Jesús. Muchos teólogos y teólogas han probado que no existen objeciones dogmáticas para la admisión de la mujer a la ordenación sacerdotal. Y los obispos alemanes advirtieron al Papa de la “no oportunidad” de la publicación de esa Carta.

El sacerdocio más que un derecho personal es una vocación y un servicio a Dios y a la Iglesia. Y queda fuera de toda duda que excluir a la mujer por razón de su sexo del ministerio sacerdotal supone de hecho una grave discriminación dentro de la Iglesia. Cristo no excluyó a la mujer del sacerdocio. Dios no hace distinción de personas.

Como muy bien ha escrito el teólogo Domiciano Fernández: “En la Iglesia católica se ha decidido desde arriba, entre las Congregaciones romanas y el Papa. No se ha tenido suficientemente en cuenta  las opiniones de las diferentes Conferencias Episcopales y de los sínodos de los obispos celebrados en Roma. Con los documentos pontificios por delante, se ha limitado la libertad de reflexión y de expresión de las Iglesias locales y de los teólogos” (Ministerios de la mujer en la Iglesia, Nueva Utopía, 2002, pg. 235).

Una reflexión teológica crítica sobre la relación “Mujeres e iglesia” parece imponerse
Una reflexión teológica crítica sobre la relación “Mujeres e iglesia” parece imponerse

Este teólogo, que sobresale por conocer a fondo esta cuestión, por su rigurosa documentación histórica y por su mesura e imparcialidad en valorar las razones de una y otra parte, escribe:

“Pronto me convencí de que no existía una dificultad  dogmática seria que impida la ordenación sacerdotal de la mujer. No existen argumentos serios sacados de la Sagrada Escritura, donde no se plantea esta cuestión. Los argumentos teológicos deducidos de que el sacerdote representa a Cristo varón y el de alianza nupcial entre Cristo y su Iglesia  (de los que me ocupo  en el capítulo VII) no me parecen convincentes. Los argumentos que con tanta frecuencia han dado los Santos Padres y los teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad  y en la impureza de la mujer, son inadmisibles y nos debieran llenar de vergüenza y sonrojo a los cristianos” (Idem, pp. 11 y 12). 

“Muchos años de estudio no han podido convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que sea expresa voluntad de Cristo excluir a las mujeres del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la Iglesia según las necesidades de los tiempos y según la cultura de la época. Han cambiado y siguen cambiando.

Lo que los biblistas y teólogos rechazan y no ven oportuno ni conveniente es que se quiera zanjar de un modo definitivo la cuestión de principio, cuando no hay argumentos válidos que fundamenten esta decisión. Una decisión del Papa no puede convertir en palabra revelada lo que realmente no lo es. Es un anacronismo  invocar el ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir que se trata de una verdad que pertenece al “depositum fidei”. Y si no se trata de una verdad revelada, el Papa no tiene autoridad para proclamarla como infalible o como verdad de fe. Me parece esencial que haya más diálogo, más libertad, más espíritu de comunión. Que Roma no se limite a proclamar verdades y dar órdenes. Es necesario escuchar lo que otros dicen. Escuchar para reflexionar y aprender, y no sólo para enseñar. Es importante descubrir lo que Dios nos habla a través de los signos de los tiempos” (Idem, pp. 271-272).

Forcano

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