Dios que siente el lamento de su pueblo.
| Luis Van de Velde
“No es sembrar aquí la discordia, simplemente es gritar al Dios que llora, el Dios que siente el lamento de su pueblo, porque hay mucho atropello, el Dios que siente el lamento de sus campesinos que no pueden dormir en sus casas porque andan huyendo de noche, el lamento de los niños que claman por sus papás que han desaparecido. ¿dónde están? No es eso lo que esperaba Dios. No es una patria salvadoreña como la que estamos viviendo lo que debía ser el fruto de una siembra de humanismo y de cristianismo.” (8 de octubre de 1978)
Queremos iniciar esta reflexión con la última frase de la cita de monseñor Romero. «No es una patria salvadoreña como la que estamos viviendo lo que debería ser el fruto de una siembra de humanismo y cristianismo». Monseñor considera que se ha sembrado «humanismo y cristianismo» en El Salvador (en el continente) y que hoy no vemos los frutos de esa siembra. Sin embargo, creo que podemos analizar que no se ha sembrado ni humanismo ni cristianismo. Por eso no hay cosecha del Reino de Dios. Lamentablemente, conocemos poco o nada de la historia de nuestros pueblos originarios antes de 1492. Pero, desde esa fecha, hace un poco más de 500 años, se ha sembrado muerte y destrucción, impregnada de la religión española del siglo XVI. La colonia no era más que eso y así facilitaba el enriquecimiento de los criollos y su continente de origen. La independencia no cambió nada para los pueblos utilizados como mano de obra barata y siempre los sometían a ritos religiosos «cristianos». Tras las dictaduras militares y la guerra civil, se consolidó el capitalismo neoliberal dependiente en El Salvador. Nos convirtieron en consumidores. Nos trajeron comida basura. Muchos cayeron en las trampas de las tarjetas de crédito. La televisión y las redes sociales nos presentan el mundo de la diversión, de las películas y las novelas (incluso nos hacen llorar). Al mismo tiempo, se multiplicaron las iglesias, los templos y los pastores. Hay abundantes ofertas de cultos religiosos. Vino un profeta y no le hicimos caso. Llegaron otros profetas y los poderes (políticos y económicos) los mataron. Nos consolamos con ceremonias martiriales.
La pandemia de hace unos años y todo el manipuleo político y comunicacional que la rodeó, desnudó una realidad que no tiene nada que ver con la cosecha del Reino de Dios. Creemos que, a nivel muy local, encontramos signos del Reino, pero a nivel de las estructuras del país reina la corrupción, el enriquecimiento frente al empobrecimiento, el chantaje político y las leyes con puertas traseras para los poderosos. En realidad, las iglesias y las religiones están «permitidas», pero no tienen resonancia ni efectividad a nivel económico o político. Es importante ser conscientes de que hemos cosechado lo que hemos sembrado durante siglos.
Y en este contexto estructural, monseñor Romero nos invita a cambiar nuestra forma de acercarnos al Dios de Jesús. No es el Dios del poder, no es el Dios que habla a su pueblo a través de gobernantes. Monseñor nos invita a escuchar «al Dios que llora, el Dios que se siente el lamento de su pueblo, porque hay mucho atropello; el Dios que siente el lamento de sus campesinos que no pueden dormir en sus casas porque andan huyendo de noche; el lamento de los niños que claman por sus padres que han desaparecido. ¿Dónde están?».
Como creyentes, en la realidad de cada pueblo nos corresponde aprender a discernir a la luz del Evangelio y de Monseñor Romero. No podemos olvidar nuestra historia. Recordemos, por ejemplo, cómo en el pasado se engañó y abusó de grupos de familias pobres (campesinas, obreras, vendedoras del mercado, etc.) por intereses políticos. Más bien, debemos aprender las lecciones históricas: ¿quiénes son hoy los pobres cuyos lamentos suben hasta el cielo y que son escuchados por Dios? El discernimiento debe ayudarnos a buscar la luz del Evangelio en medio de los discursos políticos (de gobierno y de la oposición socio política).
Es trágico que el gobierno de Israel, con apoyo silencioso o con armas de parte de gobiernos democráticos del occidente, justifique con «las Escrituras» un verdadero genocidio del pueblo palestino, un proceso que comenzó con la imposición del Estado de Israel en tierras palestinas. El Dios de las Escrituras, del Antiguo y del Nuevo Testamento, llora y siente el dolor de cada niño y niña asesinado o que muere de hambre. ¿Hasta cuándo las y los cristianos del mundo (sobre todo del occidente) nos levantaremos contra tanta injusticia y muerte?
Recuerdo que monseñor Romero convocó una misa única en la arquidiócesis para el entierro del padre Rutilio Grande como protesta colectiva de toda la Iglesia. ¿Qué pasaría si todos nuestros obispos convocaran una sola misa en cada diócesis para que todos los creyentes nos manifestáramos con fuerza para exigir a nuestros políticos y gobernantes que tomen medidas contra Israel? No podemos quedarnos callados.
Dios, nos dice Monseñor Romero, no es ajeno, sino que «siente el grito, el lamento», el llanto de los enfermos, la desesperación de quienes no tienen qué comer. Y así como escuchó el grito de los esclavos en Egipto y llamó a Moisés a encabezar el proceso de liberación, también hoy este Dios nos llama a cada uno a ser agentes de transformación, a vivir experiencias comunitarias y solidarias, a denunciar los atropellos y a servir especialmente a las familias más pobres. Solo un Dios que sufre con los crucificados de la historia puede convocarnos para construir el Reino. No tengamos miedo. Dios es el Dios de los pobres. Nos acompaña y nos da fuerza. Pero nosotros y nosotras tenemos que «caminar».
Cita 7 del capítulo I (Dios ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”