La Iglesia tiene un dinamismo espiritual
| Luis Van de Velde
Dice Monseñor Romero:
“Esta es la misión de la Iglesia: despertar el sentido espiritual de la vida, el valor divino de sus acciones humanas. No pierdan eso, queridos hermanos. Esto es lo que la Iglesia ofrece a las organizaciones, a la política, a la industria, al comercio, al jornalero, a la señora de mercado. A todos lleva la Iglesia este servicio de promover el dinamismo espiritual. ¿Quién no le puede ofrecer a Dios gran fuerza de sus vida espiritual?
Monseñor Romero explica lo que entiende por el dinamismo espiritual, esa misión religiosa de la Iglesia. Partiendo de las lecturas bíblicas de este domingo apunta a los siguientes aspectos.
Partiendo de lo que Jesús dice a la mujer cananea “Grande es tu fe”, el arzobispo invita a tener fe en Jesús, a arriesgarse a su camino. “sin fe es imposible pertenecer a este Reino de Dios”. Hace una llamada clara diciendo: “recobremos la fe. Es la que nos da fuerza mutuamente a unos y a otros.” Nos damos cuenta que la Iglesia tiene grandes dificultades para dar a conocer la Vida de Jesús, el mensaje de su testimonio como la encarnación de Dios en nuestra historia, su muerte y su resurrección. Cada vez vemos más gente que ni saben de Jesús o solamente unos detalles sobre “milagros” y “parábolas”. No pocas veces se ha hablado de Jesús en un lenguaje tradicional propia de la cristiandad, sin contextualización, que nadie puede entender ahora, y aun menos puede mover a alguien a seguir a Jesús. “ Volver a Jesús” para que podamos creer en Él. “
“Siempre les he recordado, hermanos: nuestra fuerza es la oración. Si un cristiano no reza, no puede contar con ese dinamismo espiritual.” Monseñor Romero no habla en teoría sobre la oración. El ha sido un hombre de oración. En las circunstancias tan difíciles de su tiempo, tanto a nivel del país, como a nivel de la conferencia episcopal, Monseñor supo cobrar fuerza divina en la oración. Observamos que para muchos las formas tradicionales de orar han dejado de ser inspiradoras y poco a poco han ido cayendo en un vacío. Movimientos carismáticos han introducido las emociones en actividades religiosas en la Iglesia católica, muchas veces sin vínculo con la realidad de la vida. Más que nunca suena la petición de los discípulos: Señor, enséñanos a orar. Recordemos también la enseñanza de Jesús que se retiraba en el silencio de la montaña y que nos decía que no gritáramos al orar, sino que escucháramos lo que el Padre quiere decirnos.
“También – la fe, la oración – la humildad. Es una virtud muy desconocida en el mundo; y, sin embargo, cuando uno escucha a la cananea que, en vez de resentirse por la expresión dura de Cristo que la llama “perrita”, ella más bien le devuelve con una sonrisa: También los perritos comen de lo que cae de la mesa de sus señores. ¡Qué grande la humildad también podría añadir Cristo. La humildad en la verdad. Porque la soberbia, que es su antagonismo, es la peor locura de un hombre: creerse y llegarse hasta creer dios, insustituible. Todos debemos de ser humildes en el sentido de la verdad, de reconocer nuestras limitaciones, nuestras pequeñeces.“ No somos los dueños del mundo, ni de la Iglesia. Llevamos nuestra misión en vasos frágiles de barro. Muchas veces nos quedamos muy cortos frente a las exigencias del Reino en el contexto en que vivimos. Saber relativizar y relativizar nuestras pretensiones y acciones. El humor tiene que ver con la humildad.
Sentido Espiritual. … Vean el sentido litúrgico. Venir a misa es a servir. Eso quiere decir liturgia: servicio. Los protestantes llaman muy bien a sus reuniones, un servicio. Nosotros podemos llamar también a nuestra misa, un servicio, en el sentido en que venimos a traerle, como servidores, el pan y el vino, símbolo de nuestros sudores y de nuestros trabajos, para que Él se sirva y hacerlos su cuerpo y su sangre y alimente el mundo. Todos aportamos como servidores, Cuando venos a misa, todos colaboramos. … Esta es la misión de la Iglesia: despertar el sentido espiritual de su vida, el valor divino de sus acciones humanas. No pierdan eso, queridos hermanos.” Toda nuestra vida está estrechamente entrelazada con la presencia divina. “Yo soy el que está” presente, siempre, en nuestra vida personal y en nuestra historia como pueblo. Tomar conciencia de esta presencia liberadora, curadora, animadora de Dios en cada circunstancia de la vida, es una tremenda gracias que recibido de Dios mismo. Pero tendremos que abrirnos a ella. Tendremos que escucharle. ¡qué alegría y que fortaleza es saber y sentir esa presencia divina!
Entonces, un movimiento espiritual de conversión, desde el más de arriba hasta el más de abajo. Que, como un torrente eléctrico que inunda de energía una instalación, corra también por nuestras venas, por nuestra alma, por nuestro corazón, este sentido de la palabra de hoy: una conversión para hacernos hombres nuevos. Porque dice Pablo VI, de feliz memoria, ¿de qué serviría un cambio de estructuras si, en esas estructuras nuevas, los hombres que las manejan y los hombres que viven en ellas no se han renovado? No habrá sido más que un cambio de pecado; un cambio de sistema, pero siempre en pecado. Por eso, antes que la renovación de estructuras, o mejor dicho, junto con la renovación de estructuras, renovación de corazones.”
En el desarrollo de su tema sobre el dinamismo espiritual de la Iglesia, el arzobispo vuelve a insistir en la urgencia de la conversión. “El Reino de Dios cuenta con este gran dinamismo espiritual que se llama conversión”. Nos toca hacernos mujeres nuevas y hombres nuevos. Tan fácilmente nos enredamos en costumbres, en pensamientos únicos, en ideologías. Tan fácilmente nos amoldamos según los patronos de la sociedad dominante, del mundo del consumismo, y también por lo que los medios sociales de comunicación aprueban o alaban. La llamada a la conversión no tiene un lugar central en la vida de muchos cristianos/as. En la liturgia aparece varias veces, pero no parece tener mucho impacto en la vida concreta. Sin embargo, se trata de uno de los ejes fundamentales de la fe. Sin revisión constante, sin actitud crítica, sin evaluación a la luz del Evangelio, sin conversión real para dejar al “hombre viejo” y renovarse según los criterios del Reino, no seremos ni sal, ni fermento ni luz en la historia. Una de las tareas de la comunidad creyente, la Iglesia concreta, es dar apoyo a esos procesos de conversión. Solamente lograremos estructuras (sociales, económicas, políticas) nuevas, si nos arriesgamos a ser hombres nuevos y mujeres nuevas, en constante “ajuste”, en sincera conversión. No podemos perder el norte. No tengamos miedo.
Reflexión para domingo 20 de agosto de 2023. Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía durante la eucaristía del 20 domingo ordinario, ciclo A , del 20 de agosto de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III, Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p. 184 – 187.