Llamando a la danza

¡Feliz martes! Hoy vamos a llamar, a invocar a la danza, y luego quedarnos un rato con ella. Pero no lo vamos a hacer usando grandes medios ni una orquesta sinfónica que nos llene de sonido. Sí vamos a obtener un sonido mágico pero procedente de un instrumento de lo más delicado, encantador, casi irreal. Cuando se unen un maestro compositor y un maestro intérprete el resultado no puede ser sino exitoso, que nos hace escuchar la obra una y otra vez... y aún así nos deja un buen sabor de boca.

Primero el compositor, Joaquín Rodrigo (1901-1999), compositor español nacido en la localidad valenciana de Sagunto. Sin lugar a duda, es uno de los grandes compositores españoles del siglo XX. Estudió con Paul Dukas a pesar de que desde pequeño se quedó ciego, por lo que no lo tuvo nada fácil; ese obstáculo lo venció con creces. En Francia entró en contacto con Falla quien fue su mentor. Volvió a España y estrenó su inmortal «Concierto de Aranjuez», que fue un inmediato éxito y lo consagró como un verdadero maestro. Trabajó para Radio Nacional y entre 1947 y 1977 fue catedrático Manuel de Falla en la Complutense. Entre sus composiciones destacan las obras para guitarra (sobre todo conciertos) pero también para diversos géneros instrumentales. No es nada conocida (una pena) su ópera «La azuzena de Quito», un ballet «Pavana real» así como una gran cantidad de canciones. Sin dudarlo, es la referencia para conocer la música española del siglo XX. Su música está entroncada en nuestra tradición pero a la vez muestra bellos destellos de música moderna, llena de sabor y de saber.

Ahora, la obra. Es Invocación y danza. Se subtitula «Homenaje a Manuel de Falla» y fue compuesta en 1961, año en que ganó un concurso internacional de guitarra en Francia. La «Invocación» es un preludio que contiene una breve cita a Falla. La obra comienza suavemente con armónicos y una melodía en el bajo que resuena poderosamente. Poco a poco el tempo de va haciendo más rápido mediante trémolos y arpegios. El ritmo se hace plenamente de danza, de nuevo recordándonos a Falla. Llega así la «Danza», recibiendo toda la tensión de la primera sección. Rodrigo escribe una música exuberante pero también llena de nostalgia. Vuelven los trémolos y los arpegios. El ritmo gentil de danza no se pierde nunca y la obra termina de forma brillante, que es norma de la casa de este maestro inmortal y emocionante.

Terminamos con el mago intérprete: Manuel Barrueco a la guitarra.

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