¿Bill Gates, doctor HC con Vista? 1/2

Lo hago con un cierto retraso, porque la actualidad me ha impuesto otros temas de mayor urgencia y porque no quería que mi felicitación pudiera confundirse con un elogio hagiográfico e hiperbólico, indigno de quien disfruta de la libertad académica.
Este doctorado viene a simbolizar un triple hecho innegable:
1) Algunos si no muchos de nuestros mejores alumnos universitarios logran triunfar en la vida real renunciando a la obtención de un diploma académico.
2) Las universidades tienen la obligación de reconocer que la inserción en la realidad social de algunos de sus diplomados deja con frecuencia mucho que desear no sólo por razones científicas, sino también y sobre todo por razones deontológicas.
3) Tanto las universidades como el resto de nuestro sistema educativo actual confunden el triunfo en la vida real con el éxito financiero, olvidando subordinarlo a las exigencias deontológicas propias de cada profesión.
Me voy a centrar sobre este tercer hecho, porque los dos primeros quedarán esclarecidos con la luz que procede de la simple exposición de este tercero.
Por haber participado más de una vez en los entusiasmos, críticas e intrigas que preceden a la concesión de los doctorados honoris causa por una Universidad, situación que recuerda bastante los jaleillos e intrigas pueblerinos, cuando se trata de elegir a un ciudadano de honor o a un hijo adoptivo, puedo recordar que con este gesto la comunidad universitaria busca tanto si no más su propio honor cuanto el honor de la persona elegida. Hablando sin circunloquios: hay que reconocer sin intentar mentirse que una dosis considerable de la motivación de la comunidad universiaria, al decidir la concesión de su doctorados honoris causa, es el oportunismo. En general las universidades conceden esta distinción a quienes ya han triunfado, con el propósito de beneficiarse de parte de la luz que los proyectores internacionales vuelcan sobre los triunfadores, que estos sean científicos o más rastreramente políticos o incluso financieros.
Recuerdo que en dos ocasiones hice notar a dos rectores diferentes de mi Universidad que los doctorados honoris causa que se íban a conceder a dos políticos muy conocidos sospechosos de violencia estatal pecaban por oportunismo inoportuno. Ahora bien, si el oportunismo es culpable, su inoportunidad es estúpida. Me parecía que agravar nuestra responsabilidad moral y educativa añadiendo la estupidez a la culpabilidad hacía bajar nuestra autestima y nuestro prestigio en unos cuantos grados.
El doctorado honoris causa en derecho que se le ha concedido a Bill Gates ha sido motivado por su éxito empresarial, literalmente “en reconocimiento de sus logros como empresario”. Si bien es verdad que a esta motivación se ha añadido que se le concede también “por su labor humanitaria”, no cabe duda que esta motivación no existiría sin la primera, puesto que la labor humanitaria de Bill Gates depende totalmente de sus logros como empresario y que sin estos logros la Universidad no hubiera reparado en él.
