Dos oraciones fúnebres por Francisco Franco, la del 23.XI.1975 y la del 24.10.2019

La oración fúnebre del 23.XI.1975 fue pronunciada por el Cardenal Primado de España, en la Plaza de Oriente ante una nutrida muchedumbre, mientras que la del 24.10.2019 lo fue por el Padre Ramón Tejero,  del movimiento Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, en el cementerio del Pardo, exclusivamente ante la familia de Francisco Franco.

primer entierro del general Franco

Oración fúnebre del Cardenal Primado.

      A las diez de la mañana del domingo 23 de noviembre se iniciaba la última jornada del Generalísimo Francisco Franco, de cuerpo presente, entre los españoles. Una nutrida muchedumbre se reunía en la plaza de Oriente para despedirle. Sus restos fueron saludados con un largo aplauso cuando aparecieron a hombros del Regimiento de su Guardia. Cinco minutos antes de las diez  habían llegado los Reyes, que mostraron su especial deferencia hacia la viuda Doña Carmen Polo de Franco.

    El Cardenal Primado de España, Don Marcelo González Martín, pronunció una homilía en la que dijo:

    Hoy celebramos la Iglesia la solemnidad de Jesucristo, Rey de Universo, Rey de la vida, de la muerte. De la vida porque de El, como de Dios la hemos recibido. De la muerte, porque, con su resurrección la ha vencido en su cuerpo glorioso y ha asegurado la misma victoria a los que creen en El. “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre.” (Jn.11,25).

    Dejad que estas palabras crucen los cielos de la Plaza de Oriente y lleguen al corazón entristecido de los españoles. Transmitídselas vosotros mismos, los que, con el más vivo dolor, podéis repetirlas porque creéis en Jesucristo y, por lo mismo, podéis demostrar que vuestra esperanza es, al menos, tan grande como vuestro dolor.

    Vosotros, excelentísima Señora y familiares de Francisco Franco, Reyes de España, Gobierno e instituciones de la nación. Su eco os será devuelto inmediatamente por un pueblo inmenso, cuyo rumor se extiende sobre todas las tierras de España.

Entrega a España.

      Estamos celebrando el Santo Sacrificio de la Misa y elevamos a Dios por el alma del que hasta ahora ha sido nuestro Jefe de Estado. He ahí sus restos, ya sin otra grandeza que la del recuerdo que aún puede ofrecernos de la persona a quien pertenecieron mientras vivió en este mundo. Frente a ellos, nuestra fe nos habla no del destino inmediato que les espera al ser depositados en un sepulcro, sino de la eternidad del misterio de Dios Salvador, en que su alma será acogida, como lo será también ese mismo cuerpo en el día de la resurrección final. ¡Oh cristianos, niños y adultos, mujeres y hombres creyentes, hermanos míos en la fe de Jesucristo!, que vuestro espíritu responda en este momento a las convicciones que nacen de nuestra conciencia religiosa. Ante este cadáver han desfilado tantos, que , necesariamente, han tenido que ser pocos en comparación con los muchos más que hubieran querido poder hacerlo para dar testimonio de su amor al padre de la Patria, que con tan perseverante desvelo se entregó a su servicio.

    Presentaremos a la adoración de todos la hostia santa y pura de la Eucaristía, nos sentiremos incorporados a la oblación del Señor con la nuestra, podremos ceder, en beneficio de aquel a quien amábamos, los méritos que por nuestra participación pudiera correspondernos, y juntos rezaremos y cantaremos el padrenuestro de la reconciliación y la obediencia amorosa a la voluntad de Dios, que está en los cielos.

La Espada de Franco.

    Ese hombre llevó una espada que le fue ofrecida por la Legión Extranjera en el año 1.926 y un día entregó al Cardenal Goma, en el templo de Santa Bárbara, de Madrid, para que la depositara en la Catedral de Toledo, donde ahora se guarda. Desde hoy sólo tendrá sobre su tumba la compañía de la cruz. En esos dos símbolos se encierra medio siglo de la historia de nuestra Patria, que ni es tan extraña como algunos quieren decirnos ni tan simple como quieren señalar otros ¡Ojalá esa espada –él mismo lo dijo- no hubiera sido nunca necesaria! ¡Ojalá esa cruz hubiera sido siempre dulce cobijo y estímulo apremiante para la justicia y el amor entre los españoles!

    En este momento en que hablan las lágrimas y brotan incontenibles las esperanzas y los anhelos de toda España el patriotismo, como virtud religiosa, no como exaltación apasionada, pide de nosotros que levantemos nuestra mirada precisamente hacia la Cruz bendita para renovar ante ella propósitos individuales y colectivos que nos ayuden a vivir en la verdad, la justicia, el amor y la paz, exigencias del reino de Cristo en el mundo.

    Brille la luz del agradecimiento por el inmenso legado de realidades positivas que nos deja ese hombre excepcional, esa gratitud que está expresando el pueblo y que le debemos todos: la sociedad civil y la Iglesia, la juventud y los adultos, la justicia social y la cultura extendida a todos los sectores. Recordar y agradecer no será nunca inmovilismo rechazable, sino fidelidad estimulante, sencillamente porque las patrias no se hacen en un día, y todo cuanto mañana pueda ser perfeccionado encontrará las raíces de su desarrollo en lo que se ha estado haciendo ayer y hoy en medio de tantas dificultadas.

Algo más que la esperanza.

    Con la gratitud por lo que hizo, y siguiendo el ejemplo que nos dio, es necesaria, mirando al futuro, no sólo la esperanza, irrenunciable en cualquier hipótesis mientras que el hombre es hombre, sino algo más, la ilusión creadora de paz y de progreso, que es una actitud menos conformista y más difícil. Porque obliga a conciliar a todos los esfuerzos de la imaginación bien orientada con la bondad de corazón y la buena voluntad. Ardua tarea a la que hemos de entregarnos a través de las pequeñas cosas de cada día y con las decisiones importantes de la vida pública. Para que la libertad sea eficiente y ordenada, el pluralismo nos enriquezca en lugar de disgregarnos, la comprensión facilite el análisis necesario de las situaciones y toda la nación, jamás esclava de las ideologías que por su naturaleza tienden a destruirla, avance hacia una integración más serena de sus hijos, unidos en un abrazo como el que él ha querido darnos a todos a la hora de morir, invocando en la conciencia los nombres de Dios y de España.

    Mas ¡qué fácil es proclamar principios y manifestar deseos cuando no se tienen las responsabilidades, que atan o abren las manos! Por eso, en este momento, todavía lleno de aflicción, pero ya abierto hacia los nuevos rumbos que se dibujan en el horizonte, incapaz yo de dar consejos y temeroso de que también los hombres de la Iglesia podemos excedernos con nuestra mejor voluntad, me detengo con respeto ante vosotros, hijos de España, y apelo a vuestra conciencia de ciudadanos rectos, o a vuestra fe religiosa en los que la profesan, para que no os canséis nunca de ser sembradores de paz y de concordia al servicio de un orden justo, dentro del cual, y sin tratar de imponer a nadie convicciones que pueda no compartir, habéis de permitir a quien habla como obispo de la Iglesia, que afirme su fe en que siempre hay una voz que puede ser escuchada; la voz de Dios, que en la vida y en la muerte nos llama sin cesar al perdón, al amor, a la justicia, y a las realizaciones prácticas con que esas actitudes tienen que manifestarse en la vida social de los pueblos. Estoy hablando de Dios porque creo muy poco en la eficacia duradera de los simples humanismos  sociales. Jamás han existido tantos, y jamás han aparecido tantas incertidumbres en las conciencias de los hombres que se llaman libres.

    Ese pueblo que sufre es también un pueblo que espera y sabe amar. Todos, desde el más alto al más bajo, en esta hora solemne en que se escriben capítulos tan importantes de nuestra historia, tenemos gravísimos deberes que cumplir; a todos se nos dice que si el grano de trigo no muere y se hunde en la tierra, que da infecundo. La civilización cristiana, a la que quiso servir Francisco Franco, y sin la cual la libertad es una quimera, nos habla de la necesidad de Dios en nuestras vidas. Sin El y sus leyes divinas, el hombre muere, ahogado por un materialismo que envilece.

Que el combate por la justicia y la paz no cese.

    Para vos, Majestad, que al día siguiente de ser proclamado Rey os toca presidir las exequias del hombre singular que os llamó a su lado cuando erais niño, pido al Señor que os dé sabiduría para ser Rey de todos los españoles, como tan noblemente habéis afirmado, y que el combate por la justicia y la paz dentro del sentido cristiano de la vida no cese nunca. Y pido para el que os llamó que el mismo Dios le acoja benigno en su misericordia infinita, tal como humildemente se lo suplicó cuando le llegaba la muerte.

Dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis!

    Y que la Patria perdone también a sus hijos, a todos cuantos lo merezcan. Será el primer fruto de un amor que comienza y el postrero de una vida que acaba de extinguirse.

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cura_ramon tejero

HOMILÍA POR EL PADRE RAMÓN TEJERO EN LA REINHUMACIÓN DEL GENERALÍSIMO FRANCO
(Evangelio: Bienaventuranzas Mt.)  

Querida familia:

Nos encontramos ante el altar del sacrificio para participar del misterio de la transustanciación y ser testigos vivos de la actualización sacramental de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y lo hacemos junto a los restos mortales de su Excelencia D. Francisco Franco que tantas veces se postraba como católico ejemplar ante el Misterio Eucarístico que ahora vamos a celebrar.

En el Sacramento de la Eucaristía somos testigos, místicamente hablando, de cómo Nuestro Señor Jesucristo abre de par en par su Corazón a la humanidad “y al punto sale sangre y agua” (Jn,19,31ss), la sangre que simboliza la vida que se entrega y el agua que manifiesta el espíritu que se dona, Sangre y Agua de un Dios encarnado que se ofrece en el altar de la cruz como víctima propiciatoria por todos los hombres y como alimento de salvación que nos hace gustar, ya en este mundo, las delicias del Cielo prometido.

Esa Patria Celeste de la que goza ya nuestro Caudillo, un humilde servidor de Cristo Redentor, que supo donar en gratuidad su vida y el espíritu de un fiel cristiano que sentía como la gracia santificante hacía hogar en su alma y lo lanzaba a la entrega generosa y sacrificial de su ser a Dios y a España, realidades transcendentes, que lo conformaron a lo largo de su vida como cristiano fiel y español ejemplar.

Ahora ya en el lucero anhelado puede contemplar el rostro amado de Cristo y sentir la ternura infinita de nuestra Madre del Cielo hasta que llegue la anhelada resurrección futura. Vive el sueño de los justos y goza ya en la Patria definitiva del beso de Dios.

Nosotros no podemos comprender la gran afrenta que algunos están haciendo con sus restos mortales, pero estoy convencido que él lo asumiría como un sacrificio más por Dios y por España, el era un cristiano de tal altura espiritual que sabía descubrir que “no hay que temer a los que matan el cuerpo, pero sí a los que matan el alma”(Mt.10,28ss.), por ello nosotros comprendiendo y asumiendo las palabras de Jesucristo, no nos asustamos de aquellos que profanan una tumba, pero si tememos a aquellos que pueden matar nuestra alma que a Dios pertenece.

Quizás la rabia carcoma nuestro corazón, pero no podemos consentir que estos hechos atroces endurezcan nuestro espíritu, dejemos que la fuerza del Espíritu divino vaya moldeando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (Cfr. Ezq 11, 19ss), para que, siendo testigos del amor de Dios, seamos como lo fue el Caudillo, constructores de un mundo nuevo que cimentado en los valores evangélicos se transforme en una verdadera Civilización del Amor.

Por ello, desde la serenidad del alma plena de la gracia vamos a recordar a Su Excelencia, como lo que fue en esta vida mortal, un Bienaventurado:


1.- Bienaventurado Excelencia porque supo asumir ante Dios la pequeñez y la pobreza de su corazón, porque era pobre de espíritu, y como aquellos deportados de Babilonia, anhelaba constantemente el reencuentro con el Dios del amor.

2.- Bienaventurado por la lágrimas que derramó durante toda su vida, porque ellas purificaron su alma y ahora recibe el consuelo del Dios Altísimo.

3.- Bienaventurado por su sencillez y humildad en la entrega sacrificial a la Fe perseguida, a la Patria amada y a su familia, que siendo todo el pueblo español, se centra en aquella que Dios le regaló, su mujer su hija y sus nietos y biznietos; por ello ha entrado en la Tierra de Promisión.

4.- Bienaventurado por su hambre y sed de justicia que fue guía de su ser y la proclamo siempre desde la atalaya de su existir, por eso goza ya de la Justicia de un Dios que le amaba desde antes de la Creación.

5.- Dichoso es Ud. Excelencia por su compasión y su entrega a los más desfavorecidos en momentos de extrema necesidad, por implantar la Justicia Social en nuestra Patria, por dar trabajo, vivienda y sanidad a todos, por ello ha sido recompensado con la compasión de Aquél que es la Vida Eterna.

6.- Bienaventurado por su limpieza de corazón que le llevaba al sacrificio extremo por los demás sin pedir nada a cambio, bienaventurado por sus desvelos y su amor infinito a la fe que siempre profesó, dichoso por ofrecerse a sí mismo por la construcción de una España mejor, ello le llevará a poder contemplar el rosto amante de Dios, no como una teofanía sino con los ojos del alma que anhela gozar de esa unión trascendente.

7.- Bienaventurado por la Paz que nos entregó y mantuvo a lo largo de tantos años, una Paz que llevó a la Reconciliación que algunos pretenden destruir. Por ese amor a la Paz fue, es y será llamado Hijo de Dios.

8.- Dichoso por haber sido perseguido por causa de la justicia, durante toda su vida y ahora en su muerte. Vuestra Excelencia que vive ahora en la intimidad de Dios, sabe a ciencia cierta que la única justicia verdadera es la divina y que… “al atardecer de nuestro existir seremos examinados en el amor” (S. Juan de la Cruz).

9.- Dichoso Ud. mi General que por defender la Fe Católica y el Santo Nombre de Jesucristo ha recibido, insultos, calumnias y persecución, en la Vida y en la muerte, por eso ahora puede reconocer los rostros de “esa multitud incontable de hombres, mujeres y niños que con vestiduras blancas y con palmas en las manos están alrededor del Cordero inmolado ya que han derramado su sangre” (cfr. Apoc. 7,9). A ellos la Gloria, a aquellos mártires que han regado con su sangre las tierras de nuestra Patria por amor a Cristo, y que la Iglesia proclama oficialmente como tales. Ahora pasadas las contiendas pueden contemplarse en el gozo del cielo cara a cara.

Por todo esto, a pesar de tener que volver a inhumar los restos de Francisco Franco, el gozo de saber y sentir que ya goza de la Patria Celeste, nos ayuda a serenar el espíritu y nos mueve a dar gracias a Dios por el Don de este Soldado de Cristo que donó en gratuidad su vida por Dios y por España.

Es por ello que ahora con inmensa paz en el alma celebramos la Santa Misa por su eterno descanso sabiendo como diría San Agustín que “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que no descanse en Ti”. Damos infinitas gracias a Dios por él, por Francisco Franco. Amén.

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