A la vuelta del verano, parecía que el independentismo flojeaba. La manifestación de la Diada pinchó y el segundo aniversario del 1-O pasó sin pena ni gloria. La frustración acumulada era enorme entre sus bases, también por la incapacidad de las fuerzas soberanistas para acordar una estrategia.

El president Quim Torra sabía que la sentencia del procés era la última oportunidad para dar sentido a su mandato y vehicular la rabia acumulada. Tanto daba que la condena fuera por rebelión o sedición. Se trataba de aprovechar la coyuntura de la protesta, alimentada insidiosamente desde las instituciones de autogobierno y sus altavoces mediáticos, para crear una tensión creciente en la calle.

La protesta tenía que rodar sola, bajo la consigna de la desobediencia civil, aceptando el riesgo de una violencia descontrolada, con unas huestes juveniles crecidas bajo el discurso del odio al frente de los disturbios.

El objetivo de este plan es convertir Cataluña en un insoportable foco de inestabilidad política y en una piedra en el zapato para el conjunto de la sociedad española.

Poco importa el daño económico, las molestias ciudadanas o el perjuicio para la proyección internacional de Barcelona, lo esencial es evidenciar que hay un contencioso no resuelto. Su éxito la semana pasada fue indudable porque logró poner en jaque al Estado, que no esperaba tanta virulencia.

La pregunta ahora es cómo va a continuar y qué consecuencias puede tener. Es difícil que se mantenga la tensión diaria en la calle y, por tanto, las protestas se van a ir concentrando en el tramo final de la semana o en momentos especiales. Vamos hacia una cronificación de la conflictividad que hasta el 10-N tendrá muchos picos.

Las imágenes de lo sucedido en Cataluña pueden complicar muchísimo la situación política a nivel nacional. Aunque una mayoría abrumadora del 77% afirma, según la encuesta de 20minutos, que la sentencia sobre el procés no le hará cambiar de voto, Pedro Sánchez se la juega en las urnas si el orden público vuelve a desbordarse.

Sánchez se la juega en las urnas si el orden público vuelve a desbordarse

Tanto él como el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, están haciendo lo que deben sin que eso reporte por ahora al PSOE beneficios electorales en los sondeos.

El presidente en funciones acierta al no coger el teléfono a Joaquim Torra porque no se puede dialogar con quien deslegitima el Estado de derecho. Pero tampoco puede aplicar el artículo 155 sin una desobediencia institucional manifiesta por parte de la Generalitat.

Sánchez se la juega porque Cataluña es un polvorín con el que no se puede hacer electoralismo.

Fuente: Joaquim Coll: Sánchez se la juega en Cataluña