Asunción de la Virgen María 2ª lect. (15.08.2018): María está con Cristo resucitado
Comentario: “todos revivirán en Cristo” (1Cor 15, 20-27)
El capítulo 15 de 1ª Corintios, en su primera parte (vv. 1-11), subraya el hecho de la resurrección de Cristo, como contenido principal del evangelio de Pablo, confirmado por testigos. La segunda parte (vv.12-34) proclama nuestra resurrección. La última (v. 35-58) analiza la condición del cuerpo resucitado. El texto leído (vv. 20-27a) es el núcleo de la segunda parte: “todos revivirán en Cristo”.
La resurrección de Cristo es un hecho
La segunda parte (vv. 12-34) se inicia con una argumentación por reducción al absurdo: si los muertos no resucitan, Jesús tampoco; el evangelio y vuestra fe es pura ilusión; atribuimos cosas falsas a Dios; somos los más desgraciados (vv. 12-19). La lectura de hoy afirma un hecho cierto para Pablo: “Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que mueren” (v. 20). Jesús resucitado es “primicia”, primer fruto de la cosecha de vida resucitada que Dios da. Garantía, por tanto, no en sentido temporal, sino en sentido constitutivo del plan salvador divino. Subraya esta consecuencia con la metáfora del “nuevo Adán”. El Génesis interpreta la historia como un proceso degenerativo: el pecado de Adán nos ha acarreado la muerte. La vida de Jesús puede interpretarse como un proceso contrario: su vida de amor (según Dios quiere) nos ha llevado a la resurrección: “Porque como por un hombre vino la muerte, así, por un hombre, la resurrección de los muertos” (v. 21). “Y como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo" (v. 22).
Solidaridad entre Cristo y la humanidad
Esta solidaridad es una tesis paulina clara: “Dios resucitó al Señor y también nos resucitará a nosotros mediante su poder [su Espíritu]” (1Cor 6,14); “sabiendo que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros” (2Cor 4,14); “pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios llevará con él por mediación de Jesús a los que reposen” (1Tes 4,14); “si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a vuestro ser mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros” (Rm 8,11).
María está con Cristo resucitado
Pío XII, al proclamar solemnemente la Asunción de María en 1950, concretó el sentido de la fiesta: “Lo esencial del mensaje es reavivar la esperanza en la propia resurrección”. La Asunción de María no es un privilegio de la madre de Jesús. Lo celebramos como símbolo de nuestro destino. Es un mito concebirlo como traslado de un cadáver por los aires para reavivarlo en el cielo. No hay que pensar en ángeles aviadores que transportan un alma y un cuerpo, dejando la tumba vacía. “Asunta” es ser asumida, absorbida, la persona en el misterio de la Vida divina. Sucede en toda muerte. Pablo lo explica así: cuando morimos “esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad” (1Cor 15, 53). Es lo mismo que decir que la muerte es absorbida por la vida divina . La fiesta de la Asunción celebra nuestra fe de que María ha sido incorporada al Resucitado. En María, “la Iglesia admira y ensalza el fruto sobresaliente de la Redención, y, como en una imagen purísima, contempla con gozo, lo que ella misma toda ansía y espera ser” (SC 103). Brilla en esta fiesta aquello de que: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 1,2). La Asunción realiza el proyecto divino, la esperanza cristiana: “es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día” (Jn 6,40). María es definitivamente dichosa, no por llevar a Jesús en su vientre y amamantarle, sino “por escuchar y practicar la palabra de Dios” (Lc 11,27-28), por llevarle “en su corazón más que en su seno” (San Agustín, “De sancta virginitate” 3: PL 40,398). Esta vivencia del Espíritu, el amor divino que María vivió, se ha consumado más allá de la muerte..
Oración: “todos revivirán en Cristo” (1 Cor 15, 20-27a)
Jesús, hijo de María:
Como los primeros discípulos “perseveramos unánimemente en la oración,
con las mujeres y María tu madre y tus hermanos” (He 1,14).
Seguimos pidiendo lo mismo que María, tu madre:
“implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo...,
por el que ella en la Anunciación había sido actuada...,
y por quien, terminado el curso de su vida terrena,
en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial” (LG 59).
Siempre necesitamos la compañía del Espíritu prometido y entregado:
con el que, “al oír el Evangelio y creerlo, somos sellados,
el Espíritu Santo de la promesa, arras de nuestra herencia...” (Ef 1,13-14);
el Espíritu que nos identifica como hijos y hermanos;
el “dulce huésped” de nuestra intimidad, en cuyo amor vivimos;
“el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte y que habita en nosotros;
por medio del cual dará vida también a nuestro ser mortal” (Rm 8,11).
Hoy celebramos que tu Espíritu, Jesús, hijo de María:
acompañó siempre a tu Madre, llenándola de “gracia”, de amor divino;
desde su “concepción inmaculada” hasta la “asunción a los cielos”.
Así, caminando por tu camino de humildad y servicio,
es también “figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada;
consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra” (Prefacio de la misa).
Hoy, con María, “imploramos el don del Espíritu Santo”:
que tus creyentes, Jesús, nos acerquemos al Padre en tu mismo Espíritu;
que sintamos al Espíritu como fuente de vida definitiva;
que creamos que el Espíritu habita en la Iglesia y en nuestros corazones;
que demos coyuntura y sosiego para que el Espíritu respire en nosotros;
que respetemos sus dones y funciones para la fraternidad;
que apreciemos los frutos del Espíritu:
- el amor, la alegría, la paz, la tolerancia,
- el agrado, la generosidad, la lealtad, la sencillez, el dominio de sí...;
que, conducidos por el Espíritu, busquemos la verdad;
que los diversos servicios y funciones sean uno en el amor;
que nos rejuvenezca en el “amor primero”, nos renueve siempre:
- no permitiendo entre nosotros el miedo, la represión, el anquilosamiento,
el gueto, el apoderamiento de unos sobre otros...;
- abriendo nuestro corazón al desconocido, al marginado, al creativo...
Este Espíritu alentó la vida de María, tu madre:
le hizo percibir la “grandeza” del amor divino;
por él sintió la “alegría en Dios, nuestro salvador”;
por él creyó que el amor divino “mira la humildad” de cualquier vida;
y que toda vida es “un tesoro”, un hijo e hija de Dios;
donde el Padre hace “grandes cosas en su favor”;
entregándoles a todos su Espíritu;
dándoles su corazón aunque no se lo merezcan.
Como ella creemos que el Espíritu (“brazo divino”):
desbarata y desconcierta a los soberbios;
desautoriza el poder que oprime y acumula bienes;
levanta la verdadera relación fraternal en humildad;
sienta a la mesa a todos y sacia su necesidad;
hace que los ricos sientan su alma vacía, sin entrañas;
nos encomienda a todos a la “misericordia”, al Amor sin medida.
Que tu Espíritu moldee nuestro corazón.
Preces Fieles (Asunción de la V. María 2ª lect. 15.08.2018): María está con Cristo resucitado
Como los primeros discípulos, “perseveramos unánimes en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús y sus hermanos” (He 1,14). Hoy tenemos presente a María, la madre de Jesús, al celebrar la fiesta de su “asunción” a la Vida plena. Pidamos el Espíritu Santo para “hacer lo que Jesús nos diga” (Jn 2, 1-12), diciendo: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por la Iglesia:
- que escuche mucho al Espíritu de Jesús;
- que reconozca la misma dignidad al varón y a la mujer.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por nuestra fiesta:
- que miremos a María, la mujer sencilla y atenta a la necesidad ajena;
- que encontremos alegría siendo fieles a nuestra buena conciencia.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por nuestra familia, comunidad, parroquia:
- que nos aceptemos, nos valoremos, nos ayudemos...;
- que seamos sinceros, dialoguemos, construyamos fraternidad.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por los gobernantes:
- que busquen desinteresadamente el bien de todos;
- que cuiden especialmente de los más débiles.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por los enfermos, sin techo, refugiados...:
- que estemos atentos y les cuidemos;
- que sientan la fuerza del Espíritu de Jesús que no abandona.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por esta celebración:
- que nos una en el Espíritu de María y de Jesús;
- que nos alegre, nos incite a vivir como Jesús.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Que el Espíritu que alentó la vida de María, tu madre, nos dé a sentir la “alegría en Dios, nuestro salvador”. Que levante la relación fraternal en humildad, nos siente a la mesa con los necesitados y nos encomiende a todos a la “misericordia”, al Amor sin medida. Por los siglos de los siglos.
Amén.
Rufo González
El capítulo 15 de 1ª Corintios, en su primera parte (vv. 1-11), subraya el hecho de la resurrección de Cristo, como contenido principal del evangelio de Pablo, confirmado por testigos. La segunda parte (vv.12-34) proclama nuestra resurrección. La última (v. 35-58) analiza la condición del cuerpo resucitado. El texto leído (vv. 20-27a) es el núcleo de la segunda parte: “todos revivirán en Cristo”.
La resurrección de Cristo es un hecho
La segunda parte (vv. 12-34) se inicia con una argumentación por reducción al absurdo: si los muertos no resucitan, Jesús tampoco; el evangelio y vuestra fe es pura ilusión; atribuimos cosas falsas a Dios; somos los más desgraciados (vv. 12-19). La lectura de hoy afirma un hecho cierto para Pablo: “Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que mueren” (v. 20). Jesús resucitado es “primicia”, primer fruto de la cosecha de vida resucitada que Dios da. Garantía, por tanto, no en sentido temporal, sino en sentido constitutivo del plan salvador divino. Subraya esta consecuencia con la metáfora del “nuevo Adán”. El Génesis interpreta la historia como un proceso degenerativo: el pecado de Adán nos ha acarreado la muerte. La vida de Jesús puede interpretarse como un proceso contrario: su vida de amor (según Dios quiere) nos ha llevado a la resurrección: “Porque como por un hombre vino la muerte, así, por un hombre, la resurrección de los muertos” (v. 21). “Y como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo" (v. 22).
Solidaridad entre Cristo y la humanidad
Esta solidaridad es una tesis paulina clara: “Dios resucitó al Señor y también nos resucitará a nosotros mediante su poder [su Espíritu]” (1Cor 6,14); “sabiendo que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros” (2Cor 4,14); “pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios llevará con él por mediación de Jesús a los que reposen” (1Tes 4,14); “si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a vuestro ser mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros” (Rm 8,11).
María está con Cristo resucitado
Pío XII, al proclamar solemnemente la Asunción de María en 1950, concretó el sentido de la fiesta: “Lo esencial del mensaje es reavivar la esperanza en la propia resurrección”. La Asunción de María no es un privilegio de la madre de Jesús. Lo celebramos como símbolo de nuestro destino. Es un mito concebirlo como traslado de un cadáver por los aires para reavivarlo en el cielo. No hay que pensar en ángeles aviadores que transportan un alma y un cuerpo, dejando la tumba vacía. “Asunta” es ser asumida, absorbida, la persona en el misterio de la Vida divina. Sucede en toda muerte. Pablo lo explica así: cuando morimos “esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad” (1Cor 15, 53). Es lo mismo que decir que la muerte es absorbida por la vida divina . La fiesta de la Asunción celebra nuestra fe de que María ha sido incorporada al Resucitado. En María, “la Iglesia admira y ensalza el fruto sobresaliente de la Redención, y, como en una imagen purísima, contempla con gozo, lo que ella misma toda ansía y espera ser” (SC 103). Brilla en esta fiesta aquello de que: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 1,2). La Asunción realiza el proyecto divino, la esperanza cristiana: “es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día” (Jn 6,40). María es definitivamente dichosa, no por llevar a Jesús en su vientre y amamantarle, sino “por escuchar y practicar la palabra de Dios” (Lc 11,27-28), por llevarle “en su corazón más que en su seno” (San Agustín, “De sancta virginitate” 3: PL 40,398). Esta vivencia del Espíritu, el amor divino que María vivió, se ha consumado más allá de la muerte..
Oración: “todos revivirán en Cristo” (1 Cor 15, 20-27a)
Jesús, hijo de María:
Como los primeros discípulos “perseveramos unánimemente en la oración,
con las mujeres y María tu madre y tus hermanos” (He 1,14).
Seguimos pidiendo lo mismo que María, tu madre:
“implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo...,
por el que ella en la Anunciación había sido actuada...,
y por quien, terminado el curso de su vida terrena,
en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial” (LG 59).
Siempre necesitamos la compañía del Espíritu prometido y entregado:
con el que, “al oír el Evangelio y creerlo, somos sellados,
el Espíritu Santo de la promesa, arras de nuestra herencia...” (Ef 1,13-14);
el Espíritu que nos identifica como hijos y hermanos;
el “dulce huésped” de nuestra intimidad, en cuyo amor vivimos;
“el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte y que habita en nosotros;
por medio del cual dará vida también a nuestro ser mortal” (Rm 8,11).
Hoy celebramos que tu Espíritu, Jesús, hijo de María:
acompañó siempre a tu Madre, llenándola de “gracia”, de amor divino;
desde su “concepción inmaculada” hasta la “asunción a los cielos”.
Así, caminando por tu camino de humildad y servicio,
es también “figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada;
consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra” (Prefacio de la misa).
Hoy, con María, “imploramos el don del Espíritu Santo”:
que tus creyentes, Jesús, nos acerquemos al Padre en tu mismo Espíritu;
que sintamos al Espíritu como fuente de vida definitiva;
que creamos que el Espíritu habita en la Iglesia y en nuestros corazones;
que demos coyuntura y sosiego para que el Espíritu respire en nosotros;
que respetemos sus dones y funciones para la fraternidad;
que apreciemos los frutos del Espíritu:
- el amor, la alegría, la paz, la tolerancia,
- el agrado, la generosidad, la lealtad, la sencillez, el dominio de sí...;
que, conducidos por el Espíritu, busquemos la verdad;
que los diversos servicios y funciones sean uno en el amor;
que nos rejuvenezca en el “amor primero”, nos renueve siempre:
- no permitiendo entre nosotros el miedo, la represión, el anquilosamiento,
el gueto, el apoderamiento de unos sobre otros...;
- abriendo nuestro corazón al desconocido, al marginado, al creativo...
Este Espíritu alentó la vida de María, tu madre:
le hizo percibir la “grandeza” del amor divino;
por él sintió la “alegría en Dios, nuestro salvador”;
por él creyó que el amor divino “mira la humildad” de cualquier vida;
y que toda vida es “un tesoro”, un hijo e hija de Dios;
donde el Padre hace “grandes cosas en su favor”;
entregándoles a todos su Espíritu;
dándoles su corazón aunque no se lo merezcan.
Como ella creemos que el Espíritu (“brazo divino”):
desbarata y desconcierta a los soberbios;
desautoriza el poder que oprime y acumula bienes;
levanta la verdadera relación fraternal en humildad;
sienta a la mesa a todos y sacia su necesidad;
hace que los ricos sientan su alma vacía, sin entrañas;
nos encomienda a todos a la “misericordia”, al Amor sin medida.
Que tu Espíritu moldee nuestro corazón.
Preces Fieles (Asunción de la V. María 2ª lect. 15.08.2018): María está con Cristo resucitado
Como los primeros discípulos, “perseveramos unánimes en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús y sus hermanos” (He 1,14). Hoy tenemos presente a María, la madre de Jesús, al celebrar la fiesta de su “asunción” a la Vida plena. Pidamos el Espíritu Santo para “hacer lo que Jesús nos diga” (Jn 2, 1-12), diciendo: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por la Iglesia:
- que escuche mucho al Espíritu de Jesús;
- que reconozca la misma dignidad al varón y a la mujer.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por nuestra fiesta:
- que miremos a María, la mujer sencilla y atenta a la necesidad ajena;
- que encontremos alegría siendo fieles a nuestra buena conciencia.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por nuestra familia, comunidad, parroquia:
- que nos aceptemos, nos valoremos, nos ayudemos...;
- que seamos sinceros, dialoguemos, construyamos fraternidad.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por los gobernantes:
- que busquen desinteresadamente el bien de todos;
- que cuiden especialmente de los más débiles.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por los enfermos, sin techo, refugiados...:
- que estemos atentos y les cuidemos;
- que sientan la fuerza del Espíritu de Jesús que no abandona.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Por esta celebración:
- que nos una en el Espíritu de María y de Jesús;
- que nos alegre, nos incite a vivir como Jesús.
Roguemos al Señor: “Queremos hacer lo que tú nos digas, Señor”.
Que el Espíritu que alentó la vida de María, tu madre, nos dé a sentir la “alegría en Dios, nuestro salvador”. Que levante la relación fraternal en humildad, nos siente a la mesa con los necesitados y nos encomiende a todos a la “misericordia”, al Amor sin medida. Por los siglos de los siglos.
Amén.
Rufo González