CUARESMA 2015: “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8) DOMINGO 5º (22.02.2015)

Introducción:El que quiera servirme, que me siga” (Jn 12, 20-33)
Leemos un hecho y la reflexión sobre cómo Jesús nos salva y libera del mal y de la muerte. El hecho es la petición de unos griegos que quieren ver a Jesús. Estos griegos “subían para adorar [a Dios] en la fiesta”. Eran, por tanto, gentiles “temerosos de Dios”. Tras el inicio en las Escrituras, algunos se convertían al judaísmo; eran los “prosélitos”. De estos se nutrieron también las primeras comunidades cristianas (He 2,5.10; 10,2; 13,43). Estos griegos “querían ver a Jesús” como Zaqueo (Lc 19,3) o Herodes (Lc 23,8). No se dice que Jesús se encontrara directamente con ellos. Juan coloca una serie de discursos breves como respuesta a esta mediación de Felipe y Andrés.

“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. “La hora” en Juan es la más fuerte actuación de Dios en la historia de Jesús (2,4; 7,30; 8,20). Esa “hora” destaca en su pasión, muerte y resurrección (12,23; 13,1). Para Juan la “glorificación” de Jesús empieza en la pasión: es donde el amor de Dios brilla de modo singular. Su modo de ser persona es vivir en verdad y justicia, en cuido de los más débiles, en libertad, en vida para todos... Eso es lo que Dios quiere. Así se ama a Dios.

Cuanto más dura sea la oposición a este modo de vida, más reluce el amor de Dios. En la cruz Jesús es glorificado, coronado del amor fiel hasta la muerte. Es lo que explica la parábola del grano de trigo. Su modo de ser Mesías de Dios no pasa por poder alguno (ni nacionalista ni imperialista), sino por amar hasta “caer en la tierra y morir”. Es el camino del cristiano, incluso de todo ser humano, que quiera ser fecundo humanamente. Si ponemos nuestra vida en tener, poder y brillar, nos aliamos con un sistema inhumano (“mundo” en este evangelio), y nos hacemos infecundos para la fraternidad. Si perdemos nuestra vida en luchar contra la injusticia y crear “mesa compartida”, fraternidad, libertad e igualdad..., “nos guardamos para la vida eterna”.

En la segunda parte (vv. 27-33), Juan narra la experiencia de debilidad de Jesús ante la pasión y muerte. Es la experiencia que los otros evangelios sitúan en el huerto de Getsemaní. “¡Ahora mi alma está agitada!”. “Padre, glorifica tu nombre” equivale a “no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 38ss; Mc 14, 34ss; Lc 22, 41ss). El cielo, Dios, aprueba la vida entregada de Jesús. Pasión y resurrección son dos caras del amor, que es Dios mismo. Vivir en amor gratuito es siempre una manifestación, glorificación, de Dios, tanto en la cruz como en la vida plena, que nos regala gratis el Padre. Lo sabemos por Jesucristo, nuestro Señor.

Esta “agitación”, turbación, angustia... es la que han sentido y sienten hoy los que se enfrentan a situaciones injustas en la sociedad en la Iglesia. Sobre la crisis actual de ésta,
“cabría decir que la pincelada que mejor la define es la ocupación de todo el espacio eclesial por una sola forma (la más extremadamente reaccionaria) de concebir el cristianismo, con el afán expreso de excluir, expulsar y negar espacio eclesial a otras formas de ser cristiano, a las que se etiqueta con calificativos de radical heterodoxia. Esta pretensión de absolutez, típica de todos los extremos, pretende imponer su propia verdad contra la caridad, en contra de lo que enseña expresamente el Nuevo Testamento (Ef 4,15). Y en contra de la gran pluralidad de la Iglesia primera que refleja la Biblia. Es, además, fuente de increíbles sufrimientos para muchos otros miembros de la Iglesia” (¿Qué pasa en la Iglesia? Cuaderno 153, de Cristianisme i Justicia. Barcelona 2008, pág. 4).


“Es evidente que las preocupaciones de Jesús eran muy distintas de las preocupaciones de la Iglesia actual... A la institución religiosa le preocupa más asegurar la estabilidad y el buen funcionamiento de la religión que dar la cara (con todas sus consecuencias) por quienes peor lo pasan en la vida. Y si esta es la conclusión lógica, el resultado está a la vista: los ricos se sienten seguros, los pobres siguen hundidos en su miseria, y la religión con sus templos y sus funcionarios mantiene el tipo, aunque el tipo se vea cada día más viejo y con menos fuerzas” (“La crisis: el silencio de la Iglesia”. José María Castillo, teólogo, 7 de octubre de 2008. Fuente: El ideal. Granada).


Oración:El que quiera servirme, que me siga” (Jn 12,20-33)

Jesús del amor gratuito:
Este evangelio nos acerca a la Pascua, al “paso”, de tu muerte y resurrección;
nos introduce en lo profundo de tu corazón que vive la Pascua.
Tú mismo dices que “ha llegado la hora” de la plenitud, de la glorificación.
Como al novio o a la novia en su boda, te llega tu día de esplendor amoroso.
Tu vida hacía ver “la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”;
especialmente ahora, en la pasión, muerte y resurrección, podemos decir:
a Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que comparte la intimidad del Padre,
es el que nos lo ha dado a conocer
” (Jn 1,14.18).

El evangelista Juan ve en Ti la “Vida”, que existía con el Padre y se nos manifestó;
nos la anuncia para que entremos en comunión con el Padre y contigo;
para que nuestra alegría sea plena (1Jn 1,1-4).

Hoy recordamos “aquella hora” de glorificación del Amor:
esa “hora” la has concentrado en la pasión, muerte y resurrección;
en ellas destaca más la intervención amorosa divina;
en ellas la fuerza del amor de Dios brilla de modo singular.

Tu modo de ser persona es vivir en amor, en verdad, en justicia,
en cuidado de los más débiles, en libertad, en vida para todos...
Cuanto más dura sea la oposición a este modo de vida más reluce el amor de Dios.
En la cruz, Tú eres glorificado y coronado por tu amor fiel hasta la muerte.

Es lo que explica la parábola del grano de trigo:
ser Mesías de Dios no pasa por el poder (ni nacionalista ni imperialista),
sino por amar hasta “caer en la tierra y morir”.
Este es el camino de todo cristiano, testigo del amor.

Si ponemos nuestra vida en tener dinero, poder y distinción,
construimos sistemas sociales inhumanos, opresores, “mundanos”;
“nos curvamos hacia nosotros”, pretendiendo “salvar la propia vida”,
atendiendo sólo a nuestro “deseo” y de “los nuestros”.
Es “el corazón curvado hacia sí” del que hablaba Lutero (el “cor curvum in se”);
es el “querer salvar la propia vida” que denunciabas tú, Jesús;
es “el deseo, causa de sufrimiento”, que intenta superar el budismo.
Estas actitudes pierden al hombre y por eso no tienen que ver nada con Dios.

Si empleamos nuestra vida en luchar contra la injusticia y la desrealización;
si trabajamos en crear la “mesa compartida”, donde haya pan para todos;
si hacemos crecer nuestros talentos solidaria y fraternalmente...,
estamos viviendo en el amor del Padre,
realizamos su voluntad “así en la tierra como en cielo”,
nos guardamos para la vida eterna”.

Jesús del amor hasta la muerte:
contemplando “tu hora”, resumen de todas las horas fraternales,
viéndote entregar la vida por la verdad,
descubriendo que aprendiste, sufriendo, a obedecer al amor,
sintiendo tu “alma agitada” ante el sufrimiento inminente...
queremos empaparnos de tu Espíritu.

Venimos, Señor, a pedirte que nos admitas en tu seguimiento:
que nos hagas grano de trigo dedicado a germinar vida;
que nos descentremos del egoísmo que sólo piensa en “lo nuestro”;
que nos trabajemos tu Reino de vida para todos.

Rufo González
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