"Nuestro Cristianismo radical será un cristianismo más simbólico y menos dogmático" El cristianismo en su raíz

TAMAYO, J.J. (2025): Cristianismo radical. 3ª Edic. Madrid, Trotta
"Este libro es una luz verde, una invitación a progresar en el mismo camino espiritual que abrió la predicación nómada de Jesús de Nazaret por aquellos parajes polvorientos de Galilea, Judea y Samaria"
"La Iglesia puede volver a brotar, como sucedió en tiempos del Concilio Vaticano II o en el pontificado sinodal de Francisco y reencontrar el flujo de la savia esperanzada del Evangelio"
"Esa y no otra es la radicalidad a la que se refiere el título: Juan José Tamayo nos está invitando en sus páginas a volver a las raíces genuinas del cristianismo, a su esencia más evangélica"
"La Iglesia puede volver a brotar, como sucedió en tiempos del Concilio Vaticano II o en el pontificado sinodal de Francisco y reencontrar el flujo de la savia esperanzada del Evangelio"
"Esa y no otra es la radicalidad a la que se refiere el título: Juan José Tamayo nos está invitando en sus páginas a volver a las raíces genuinas del cristianismo, a su esencia más evangélica"
| Juan V. Fernández de la Gala
Sostengo entre las manos el nuevo libro del teólogo español Juan José Tamayo y percibo de inmediato, en la solidez de su perímetro, el peso de una evidencia: se trata claramente de un libro verde. Y esto, que parece una obviedad, lo dice casi todo. En las luces de un tráfico que hace temblar la ciudad desde muy temprano, el verde nos invita a continuar hacia delante, traspasando sin miedo las intersecciones y las bocacalles, sin las precauciones de luces anaranjadas ni las prohibiciones rojas. Y eso es precisamente este libro: una luz verde, una invitación a progresar en el mismo camino espiritual que abrió la predicación nómada de Jesús de Nazaret por aquellos parajes polvorientos de Galilea, Judea y Samaria.
El verde es también, en la simbología de nuestra cultura, el color de la esperanza. Y eso es también algo de lo que el libro de Tamayo va bien servido. El poeta Antonio Machado, durante sus paseos a orillas del Duero, inmortalizó para todos la esperanza de aquel olmo viejo y seco, herido por un rayo y podrido en su mitad, al que la primavera le regaló la sorpresa inesperada de unos brotes verdes.
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Alegra saber que también el cristianismo y la propia Iglesia, como institución vieja, seca y bastante podrida en muchas de sus mitades, como aquel olmo machadiano, puede volver a brotar, como sucedió en tiempos del Concilio Vaticano II o en el pontificado sinodal de Francisco y reencontrar el flujo de la savia esperanzada del Evangelio que siempre ha albergado en su más herida entraña, bajo cicatrices, podredumbres y el espesor acorchado de algunas sensibilidades.
El color verde, que se anuncia rotundo y fresco en la elegante cubierta de Trotta, nos trae a la memoria también esa necesaria conversión ecológica a la que el papa Francisco nos llamaba desde las páginas más verdes y renacidas de Laudato si’. No en vano, el profesor Tamayo dedica el capítulo 5 a entrar de lleno en las implicaciones cristianas de este reto. Y Leonardo Boff, que prologa este libro, ha trabajado recientemente estas cuestiones, con un amplísimo soporte bibliográfico, en Evangelio del Cristo cósmico, publicado también en Trotta.
Había, sin embargo, algo que me preocupaba en este nuevo libro de Juan José Tamayo. Era su título. Cristianismo “radical”, se llama. Y me asusté un poco, pensando si en estos tiempos de tanto radicalismo no se habría vuelto el profesor Tamayo “radical” también, si se habría “radicalizado” en el sentido de volverse intransigente o extremista. No, ciertamente. Podemos estar tranquilos. La primera acepción del término “radical” que nos presenta el Diccionario de la Real Academia Española es “perteneciente o relativo a la raíz”. Y esa y no otra es la radicalidad a la que se refiere el título: Juan José Tamayo nos está invitando en sus páginas a volver a las raíces genuinas del cristianismo, a su esencia más evangélica.
Porque existen otros supuestos cristianismos que ni van a la raíz ni desean hacerlo. Hay cristianismos que se andan solo por las ramas, picoteando en los frutos del odio, la xenofobia y la homofobia, cristianismos que añoran todavía los tiempos del nacionalcatolicismo y que sacan solemnemente bajo palio a su doble moral: una para practicar dentro del templo y otra para practicar dentro del mercado. Hay, en definitiva, quienes pueden creer en un cristianismo sin Evangelio y, para ello, se han esforzado en extirparle toda arista filosa, todo pasaje revolucionario y, en su religión farisaica, hasta el mandato supremo del amor se disipa en un simple fervor pietista de fiestas patronales y balcones patrióticos.
Frente a ese cristianismo de cruzada que sueña con descabezar de nuevo a los moros, hagamos caso a Tamayo: vayamos mejor a la raíz y al discurso troncal de Jesús de Nazaret por tierras palestinas. Busquemos el discurso de la compasión como fundamento de toda ética, el discurso del pacifismo desarmado y desarmante, del diálogo intercultural e interreligioso. Porque, bajo el verdor promisorio de la cubierta de este Cristianismo radical que nos presenta Tamayo, se esconden unas páginas que quieren ser un viaje programático por los principales retos de la Iglesia de nuestro tiempo y en cuyo centro están los pobres, como en tiempos de Jesús.
Pobres que, más bien, deberíamos denominar “empobrecidos”, pues es la riqueza desmedida de unos pocos la que causa el empobrecimiento de unos muchos, que son desplazados a las cunetas de un sistema socioeconómico estructuralmente perverso. Tamayo nos invita a ser samaritanos de esas cunetas, a retomar la opción por los pobres como un lugar teológico para la conversión personal y para la acción por la justicia.
Nuestro Cristianismo radical será un cristianismo más simbólico y menos dogmático, porque “el símbolo da qué pensar”, dice Paul Ricoeur, y el dogma, en cambio, nos ahoga en el pensamiento único, añade Tamayo. Será un cristianismo feminista, donde la mujer sea plenamente incorporada, en igualdad de condiciones, a una Iglesia que sigue siendo un reducto del patriarcado y un instrumento institucional del poder de las masculinidades hegemónicas.
Cuando, muy joven, me acerqué a los textos de Tamayo, había aún calvas apostólicas que, con el índice en alto y el ceño fruncido, decían que Tamayo era un teólogo heterodoxo. De haberlo conocido, don Marcelino Menéndez Pelayo habría tenido que incluirlo, sin duda, en las páginas eruditas de su Historia de los heterodoxos españoles, metido el pobre Juan José en el mismo saco que todo tipo de iluminados, luteranos, y judaizantes y revolviendo desconsideradamente su bonhomía de hombre sensato con toda suerte de krausistas, librepensadores y herejes. Y yo no puedo menos que alegrarme de que Tamayo sea un heterodoxo. Porque lo que para la caverna eclesiástica es ser “un heterodoxo” significa en román paladino ser un cristiano adulto, maduro y crítico. Con heterodoxos como Tamayo, espero que el viejo tronco de la Iglesia siga dando sus mejores brotes, bien verdes, como la cubierta de este libro, lejos ya del férreo control doctrinal de antiguos pontificados.
Porque regresar a las raíces del cristianismo implica desnudar nuestra fe de adherencias históricas que lastran el mensaje evangélico. Por eso Tamayo nos propone desdogmatizar, desjerarquizar, desclericalizar, despatriarcalizar, deseuropeizar, desprivatizar y desmercantilizar el cristianismo. Solo así evitaremos manipulaciones oportunistas y lograremos que los colores originales y luminosos de la Buena Noticia reaparezcan tras los añadidos de esa pátina opaca que a veces nos gusta llamar tradición y a la que, en ocasiones, parecería que le sobrara una d.

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