Domingo 24º TO B 2ª lect. (16.09.2018): “La fe, un modo de vida que imita a Jesús”

Comentario:la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro” (St 2,14-18)

La fe viva no es aceptar dogmas sino seguir a Jesús
El texto leído hoy toca el centro de la vida cristiana: la fe viva, en acción. En el fondo la crisis de la Iglesia viene siempre por haber puesto el acento en la “adhesión doctrinal (al Catecismo, al Credo, a la teología de nuestro gusto), marginando lo esencial: el seguimiento a Jesucristo”. Idéntico sentir expresa José Antonio Marina, filósofo y escritor, sobre la Iglesia de nuestro tiempo:
“Creo que la iglesia está a la defensiva, desconfiada, hablando sólo para los suyos, y adoptando una actitud victimista que no es real. El modelo de cristianismo gnóstico que defiende la iglesia -en el que la fe se define como la aceptación de un conjunto de dogmas, la mayor parte de los cuales derivan de una filosofía difícilmente aceptable- ha entrado definitivamente en crisis... En cambio, el cristianismo para el que la fe es un modo de vida que imita a Jesús, es muy poderoso, llena el corazón de alegría y de esperanza, pero está siendo ocultado por el integrismo teológico. En este sentido, la figura de Benedicto XVI y su libro sobre Jesús son paradigmáticos. Es un teólogo y su retrato de Jesús es teológico. En cambio, el verdadero cristianismo es “teopráxico”. Es un modo de actuar “a lo divino”, es decir, movido por la agápe, por la caridad. Por eso, me siento muy cerca de los misioneros, de Caritas, de las comunidades de base, de gran parte de la teología de la liberación. Creo que la Iglesia en España podría ser y me gustaría que fuera más caritativa y menos dogmática. Un gran intelectual católico, Maurice Blondel, escribió en sus diarios una frase que me conmueve: “Creer en Dios es actuar” (Internet. Entrevista de Redes Cristianas. 27 Junio 2011).


Lo que salva es la acción que responde a la vida
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? (v. 14). El ejemplo de Santiago es evidente: “Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y que uno de vosotros les dice: `Id en paz; abrigaos y saciaos´, pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?” (vv. 15-16).
Si entendemos “salvación” en sentido pleno, como realización humana intergral, el ejemplo que aduce Santiago evidencia que en la sola fe (adhesión doctrinal a un credo) no hay salvación alguna. El desnudo y hambriento se “salvan” de su peligro, dándole vestido y alimento. Palabras amables no “libran” del frío y el hambre. “Decir” que la fe sola “no salva” es decir que no libra de ningún peligro en los que el ser humano pueda incurrir. Lo que salva es la acción que responde a su vida y necesidad. Sólo viviendo como Jesús nos realizamos y ayudamos a realizarse a los demás.

El amor real nos hace saber si la fe es auténtica
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro” (v. 17). “Pero alguno dirá: `Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe´” (v. 18). Si se tiene fe (confianza amorosa) en una persona, ¿es pensable en concreto que pueda existir tal fe sin atención y cuidado de esa persona? En el fondo este texto está formulando la nueva vida, la suprema ley del cristiano. La vida nueva que da la fe es el Espíritu de amor. El amor nos hace saber si la fe es auténtica (real): “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos... Si uno posee bienes... y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad” (1Jn 3, 14-18). “En Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa a través del amor” (Gál 5, 6).

Oración:La fe sin obras está muerta por dentro” (St 2,14-18)

Jesús “pionero y consumador de la fe” (Hebr 12, 2):
tu vida y tu palabra han despertado nuestra fe;
por ti estamos convencidos de que el Misterio (Dios) nos ama;
te aceptamos como Mesías, Hijo de Dios, lleno de su Espíritu;
creemos que nos das tu Espíritu:
que nos ayuda a decir el “Padre nuestro...”;
que nos inspira un amor como el tuyo;
que nos mueve a salvar y salvarnos de todo mal:
- enfermedades corporales, sociales, espirituales;
- incultura, fanatismos, miedos, odios...;
- sin sentido, desesperanza...
que nos recuerda tu palabra y tu vida;
que nos activa tu amor y nos proporciona:
- alegría, paz, grandeza de alma,
- comprensión de la debilidad, bondad, confianza,
- dulzura, señorío sobre nosotros mismos...
que nos da tu misma libertad para vivir desde tu amor.

Nuestra convicción segura del amor del Padre:
interpreta nuestra vida como fruto del amor gratuito de Dios;
nos incita a “actúar desde el amor” (Gál 5,6) a todo ser, hermano nuestro;
contempla “el hecho de tu persona, Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasaste haciendo el bien y curando a todos los esclavizados por el mal
” (He 10, 38);
liberado de la muerte, glorioso junto a Dios...,
sabe que ya “nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en ti” (Rm 8,39).

Esta fe viva en tu presencia activa, Jesús glorioso:
hace que nos sintamos salvados y salvadores contigo todos los días;
nos reúne con hermanos de fe para realizar el reino de Dios:
escucha tu palabra y revive tus signos de amor;
renueva tu libertad y tu coraje, y nos guia por tu mismo amor;
colabora con nuestros dones y actitudes a favor del bien;
colabora con el Espíritu Santo para “auscultar, discernir e interpretar
con toda la Iglesia, sobre todo con los pastores y teólogos,
la voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina” (GS 44).

Así la fe en tu vida, Jesús, se hace vida nuestra:
es actuar, comprometernos, vivir mirándote a ti;
liberarnos y liberar de todo mal;
apostar libremente por la realización de todos;
esperar y confiar en que encontraremos, como tú, la plenitud, la glorificación.

La fe en tu vida, por tanto, no puede ser fe “muerta”:
no puede ser solo cultura o información religiosa;
no puede quedarse en costumbre o diversión folklórica;
no es imposición controlada y asumida resignadamente;
no vive en hipótesis de trabajo o mera posibilidad racional...

Que tu Espíritu, que nos habita:
avive nuestro sentido de bien;
serene nuestro espíritu para escuchar su aliento divino;
nos haga oír su voz en las necesidades de la vida;
nos descubra tu presencia en los hechos de la vida.

Rufo González
Jaén, septiembre 2018.
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