LAICOS EN LA IGLESIA: ¿SERVICIO O SERVIDUMBRE?/ 1
Os invito a meditar esta reflexión de Pepe Mallo. La publicamos en dos semanas. ¡Ojalá llegue al alma, sobre todo, de los responsables de las comunidades! Pepe Mallo es una víctima del clericalismo: ha sido excluido de participar en tareas apostólicas en las estructuras de su parroquia. Sólo le dejan estar en las celebraciones abiertas a todos. Y eso, tras tener cargos varios de responsabilidad –preparación al matrimonio, padres de bautismo, despacho parroquial...- durante muchos años y con párrocos distintos. Ahora el clero manda tanto que, sin contar con la comunidad, expulsa, deshace el Consejo Pastoral, el Económico, etc. etc. El poder absoluto clerical sigue vigente en muchas diócesis. Sigue habiendo en la práctica quien mantiene que “la parroquia soy yo”, “la diócesis soy yo”.... ¿Para cuándo las verdaderas comunidades, donde ningún carisma absorba o anule los demás? ¿Para cuándo el Evangelio será la norma, en vez del Código de Derecho Canónico actual? Empecemos por dejarnos empapar del Espíritu de Jesús, que no impide a nadie colaborar en el Reino, ni maltrata con el fuego destructor ni exclusivista (Lc 9,49-55; Mc 9,38).
LAICOS EN LA IGLESIA: ¿SERVICIO O SERVIDUMBRE?/ 1
Amplio círculo de colaboradores
Esta lista de saludos atestigua un amplio círculo de colaboradores, ayudantes y amigos dentro de la comunidad con los que Pablo se siente vinculado. El mero hecho de que los nombre uno a uno, presentándolos en cada caso por su relación personal con él, es una buena prueba de lo que Pablo estimaba a sus más entrañables colaboradores. El Apóstol tiene conciencia de su inequívoca misión apostólica; pero reconoce también que está necesitado del apoyo de otros. Se sirve de su cooperación con sentimientos de gratitud y valora su irreemplazable contribución desinteresada. (Curiosamente en esta lista todos son laicos. Ningún ordenado “in sacris”.)
Resuenan, como eco de este testimonio de Pablo, las palabras del papa Francisco en la Exhortación “Evangelii Gaudium”:
Servicio no es servidumbre
El título que encabeza este artículo no es de mi cosecha. Es Francisco quien lo ha “definido”. No hace mucho habló del inconveniente de “confundir el servicio con la servidumbre”, refiriéndose concretamente a las mujeres dentro de la Iglesia; pero que evidentemente se puede extrapolar a todos los seglares.
El clericalismo pervierte la Iglesia
A lo largo de la historia de la Iglesia, los laicos no han tenido otra función que la de “consumidores” o, como mucho, “satélites” del clero. Laico significa que no es ni clérigo ni religioso. El laicado es el estamento más bajo en la pirámide eclesial, algo así como los siervos en la sociedad medieval o los proletarios en la pirámide laboral. En la institución Iglesia, la “clericalidad” en su diversidad de grados y oficios es, y será siempre teóricamente, “lo elegido”, “lo segregado”, “lo sagrado”, “los pastores”; los laicos serán “lo excluido de lo sagrado”, “los fieles”, “el rebaño”.
Se han elaborado muy buenos documentos sobre los laicos, pero hasta el momento se encuentran rehenes en el baúl de las buenas intenciones. Todavía está por ser noticia el nombramiento de un seglar, hombre o mujer, para determinadas altas responsabilidades a nivel de diócesis o de Iglesia en general. No hay una presencia amplia, seria, profunda que restablezca a la Iglesia en su esencia, más como pueblo de Dios que como institución clerical.
Ambigüedad del Vaticano II
La idea del Concilio Vaticano II de mantener la articulación de la Iglesia en tres categorías transmite una idea negativa del laicado, más bien propia de otras épocas, pues fomenta la separación de los diversos estamentos. Sin embargo, paradójicamente, según el mismo el Concilio, en virtud de los sacramentos, los laicos “participan en la misma misión salvífica de la Iglesia” (L. G., 33). El apostolado de los seglares, surge de la misma vocación cristiana. Su presencia fue muy viva y fructuosa en los orígenes de la Iglesia. (cf. Act 11,19-21; 18,26; Rom 16,1-16; Filp 4,3). (AA,1).
De esta declaración deducimos que todos, no sólo unos pocos elegidos, han sido incorporados a la Iglesia por el bautismo y han recibido el Espíritu; todos, no sólo unos pocos elegidos, han asumido el servicio y la responsabilidad por la comunidad; todos, no sólo unos pocos elegidos, han recibido el encargo de anunciar el mensaje cristiano; todos, no sólo unos pocos elegidos, “participan en el pueblo santo de Dios de la función profética de Cristo” (L. G. 12). Los ministerios de la Iglesia primitiva tampoco tuvieron carácter de segregación o exclusión sino de inclusión y comunión dentro de las comunidades.
Todos somos laicos
El término laico proviene del griego “laos”, que significa “pueblo”. Ahora bien, si todos pertenecemos al Pueblo de Dios, todos deberemos ser “laicos” (pueblo). Jesús de Nazaret no fue un hombre separado del pueblo: no fue sacerdote, ni levita, ni perteneció a ninguna casta privilegiada de las que se daban en el pueblo judío. Jesús fue un laico, iniciador de un movimiento laico del que los sacerdotes, saduceos y fariseos se mantuvieron alejados. No vivió de lo “sagrado” y menos de lo “consagrado”, lo cual es un revulsivo contra el “status quo” del sacerdocio como casta. Los jerarcas afirman que son los representantes de Dios. La realidad, según el concilio Vaticano II, es la contraria. Podrán decir que están al servicio de Dios, pero no que son sus representantes. Por eso, se hace urgente la desaparición del clericalismo y del clero como gueto. Iglesia sin clero, como las primeras comunidades cristianas. Jesús no ordenó sacerdote a nadie. Tampoco los apóstoles tenían privilegios. Su preeminencia (pilares de la Iglesia) es “testimonial”, es decir, porque son “testigos de la resurrección”.
Tarea de los pastores: Promover y respetar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa de los laicos
Los laicos constituyen más del 90% del conjunto de la Iglesia. Y, de hecho, evidencian ser los principales protagonistas porque ellos son quienes residen normalmente toda la vida en la misma comunidad. Los sacerdotes, en la mayoría de los casos, están de paso, llegan a la parroquia con una misión; su papel es acompañar a una comunidad que ya tiene un recorrido anterior y que lo va a seguir teniendo cuando el sacerdote se vaya. El cura no es el que va a resolver los problemas de la evangelización; y menos él solo. Basta con que tenga la capacidad de saber asumir y custodiar un recorrido que viene de años, abriendo a la vez más posibilidades para el futuro. Todavía hay parroquias en las que el sacerdote se considera dueño absoluto, “sumo sacerdote” del templo, y a los seglares se les consulta solamente para "aquellas cosas que “yo ya he pensado", cuando la consulta a los laicos es una necesidad parroquial, donde ellos deben también decidir. Ya el Concilio Vaticano II lo dejó bien claro: “Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común”. (L. G., 30) Por tanto, los Pastores tienen que promover y respetar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa de los laicos.
La Iglesia no tiene razón de ser para sí misma; tiene razón de ser en sí misma pero para el servicio, el anuncio, la presentación de Cristo al mundo como sentido, como esperanza y como salvación. "La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará". Una Iglesia que sirva al Evangelio tiene que servir al laicado y tiene que servirse del laicado para servir a las personas que viven en la periferia: en el trabajo, en la calle, en medio de los jóvenes.
La Nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana nos plantea a los fieles laicos, como parte del pueblo de Dios, el gran reto de sumarnos a esta urgente tarea con nuestro aporte en la transformación social con preferencia hacia los pobres.
¿Necesita la Iglesia un cambio urgente con respecto al papel de los laicos?
Pepe Mallo
LAICOS EN LA IGLESIA: ¿SERVICIO O SERVIDUMBRE?/ 1
“Os recomiendo a la hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencrea (...) Ayudadla en todo lo que sea necesario, pues que ella ayudó a muchos y entre ellos a mí. Saludad a Prisca y Aquilas, mis cooperadores en Cristo Jesús. (...) Saludos a María, que se afanó tanto por vosotros ... a Urbano, nuestro compañero de trabajo... a Trifena y a Trifosa que trabajan en la obra del Señor... a Rufo, elegido del Señor... a mi querida Persis que tanto trabajó por el Señor... (Rom.16, 1 ss.)
Amplio círculo de colaboradores
Esta lista de saludos atestigua un amplio círculo de colaboradores, ayudantes y amigos dentro de la comunidad con los que Pablo se siente vinculado. El mero hecho de que los nombre uno a uno, presentándolos en cada caso por su relación personal con él, es una buena prueba de lo que Pablo estimaba a sus más entrañables colaboradores. El Apóstol tiene conciencia de su inequívoca misión apostólica; pero reconoce también que está necesitado del apoyo de otros. Se sirve de su cooperación con sentimientos de gratitud y valora su irreemplazable contribución desinteresada. (Curiosamente en esta lista todos son laicos. Ningún ordenado “in sacris”.)
Resuenan, como eco de este testimonio de Pablo, las palabras del papa Francisco en la Exhortación “Evangelii Gaudium”:
“Siento una enorme gratitud por todos los que colaboran en la tarea de la Iglesia... desde los obispos hasta el más sencillo y desconocido de los servicios eclesiales. Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Este testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más.” (76)
Servicio no es servidumbre
El título que encabeza este artículo no es de mi cosecha. Es Francisco quien lo ha “definido”. No hace mucho habló del inconveniente de “confundir el servicio con la servidumbre”, refiriéndose concretamente a las mujeres dentro de la Iglesia; pero que evidentemente se puede extrapolar a todos los seglares.
El clericalismo pervierte la Iglesia
A lo largo de la historia de la Iglesia, los laicos no han tenido otra función que la de “consumidores” o, como mucho, “satélites” del clero. Laico significa que no es ni clérigo ni religioso. El laicado es el estamento más bajo en la pirámide eclesial, algo así como los siervos en la sociedad medieval o los proletarios en la pirámide laboral. En la institución Iglesia, la “clericalidad” en su diversidad de grados y oficios es, y será siempre teóricamente, “lo elegido”, “lo segregado”, “lo sagrado”, “los pastores”; los laicos serán “lo excluido de lo sagrado”, “los fieles”, “el rebaño”.
Se han elaborado muy buenos documentos sobre los laicos, pero hasta el momento se encuentran rehenes en el baúl de las buenas intenciones. Todavía está por ser noticia el nombramiento de un seglar, hombre o mujer, para determinadas altas responsabilidades a nivel de diócesis o de Iglesia en general. No hay una presencia amplia, seria, profunda que restablezca a la Iglesia en su esencia, más como pueblo de Dios que como institución clerical.
Ambigüedad del Vaticano II
La idea del Concilio Vaticano II de mantener la articulación de la Iglesia en tres categorías transmite una idea negativa del laicado, más bien propia de otras épocas, pues fomenta la separación de los diversos estamentos. Sin embargo, paradójicamente, según el mismo el Concilio, en virtud de los sacramentos, los laicos “participan en la misma misión salvífica de la Iglesia” (L. G., 33). El apostolado de los seglares, surge de la misma vocación cristiana. Su presencia fue muy viva y fructuosa en los orígenes de la Iglesia. (cf. Act 11,19-21; 18,26; Rom 16,1-16; Filp 4,3). (AA,1).
De esta declaración deducimos que todos, no sólo unos pocos elegidos, han sido incorporados a la Iglesia por el bautismo y han recibido el Espíritu; todos, no sólo unos pocos elegidos, han asumido el servicio y la responsabilidad por la comunidad; todos, no sólo unos pocos elegidos, han recibido el encargo de anunciar el mensaje cristiano; todos, no sólo unos pocos elegidos, “participan en el pueblo santo de Dios de la función profética de Cristo” (L. G. 12). Los ministerios de la Iglesia primitiva tampoco tuvieron carácter de segregación o exclusión sino de inclusión y comunión dentro de las comunidades.
Todos somos laicos
El término laico proviene del griego “laos”, que significa “pueblo”. Ahora bien, si todos pertenecemos al Pueblo de Dios, todos deberemos ser “laicos” (pueblo). Jesús de Nazaret no fue un hombre separado del pueblo: no fue sacerdote, ni levita, ni perteneció a ninguna casta privilegiada de las que se daban en el pueblo judío. Jesús fue un laico, iniciador de un movimiento laico del que los sacerdotes, saduceos y fariseos se mantuvieron alejados. No vivió de lo “sagrado” y menos de lo “consagrado”, lo cual es un revulsivo contra el “status quo” del sacerdocio como casta. Los jerarcas afirman que son los representantes de Dios. La realidad, según el concilio Vaticano II, es la contraria. Podrán decir que están al servicio de Dios, pero no que son sus representantes. Por eso, se hace urgente la desaparición del clericalismo y del clero como gueto. Iglesia sin clero, como las primeras comunidades cristianas. Jesús no ordenó sacerdote a nadie. Tampoco los apóstoles tenían privilegios. Su preeminencia (pilares de la Iglesia) es “testimonial”, es decir, porque son “testigos de la resurrección”.
Tarea de los pastores: Promover y respetar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa de los laicos
Los laicos constituyen más del 90% del conjunto de la Iglesia. Y, de hecho, evidencian ser los principales protagonistas porque ellos son quienes residen normalmente toda la vida en la misma comunidad. Los sacerdotes, en la mayoría de los casos, están de paso, llegan a la parroquia con una misión; su papel es acompañar a una comunidad que ya tiene un recorrido anterior y que lo va a seguir teniendo cuando el sacerdote se vaya. El cura no es el que va a resolver los problemas de la evangelización; y menos él solo. Basta con que tenga la capacidad de saber asumir y custodiar un recorrido que viene de años, abriendo a la vez más posibilidades para el futuro. Todavía hay parroquias en las que el sacerdote se considera dueño absoluto, “sumo sacerdote” del templo, y a los seglares se les consulta solamente para "aquellas cosas que “yo ya he pensado", cuando la consulta a los laicos es una necesidad parroquial, donde ellos deben también decidir. Ya el Concilio Vaticano II lo dejó bien claro: “Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común”. (L. G., 30) Por tanto, los Pastores tienen que promover y respetar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa de los laicos.
La Iglesia no tiene razón de ser para sí misma; tiene razón de ser en sí misma pero para el servicio, el anuncio, la presentación de Cristo al mundo como sentido, como esperanza y como salvación. "La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará". Una Iglesia que sirva al Evangelio tiene que servir al laicado y tiene que servirse del laicado para servir a las personas que viven en la periferia: en el trabajo, en la calle, en medio de los jóvenes.
La Nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana nos plantea a los fieles laicos, como parte del pueblo de Dios, el gran reto de sumarnos a esta urgente tarea con nuestro aporte en la transformación social con preferencia hacia los pobres.
¿Necesita la Iglesia un cambio urgente con respecto al papel de los laicos?
Pepe Mallo