¿Manipulación o ignorancia en el Oficio de Lectura?
El Secretariado Nacional de Liturgia no responde
El 1 de febrero leíamos en el Oficio de Lectura, de la Liturgia de las Horas, como segunda lectura, un texto de la constitución Pastoral Gaudium et Spes, en concreto dos fragmentos de los n. 18 y 22.
Me llamó la atención la traducción de parte del fragmento correspondiente al n. 22. A los pocos días envié el siguiente escrito a la Web de la Comisión de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española.
Comunicación al SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA
Supongo que es la Entidad responsable de subsanar lo que creo un error del Tomo II, de Liturgia de las Horas, Oficio de Lecturas, Subsidua litúrgica, núm. 17, ed. 1972, página 276.
Segunda lectura del sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario
Párrafo seleccionado de GS 22:
“Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y la vocación del hombre es una misma, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, una vez conocido Dios, se asocien a su misterio pascual”.
Lo subrayado, (“una vez conocido Dios”), es traducción errónea, grave y deformante del pensamiento conciliar. El texto latino, original, es: “modo Deo cognito”. La traducción correcta es “por el modo conocido por Dios”, “en la forma de sólo Dios conocida”... La idea esperanzadora de que Dios acogerá a todos los hombres de buena voluntad, se diluye con la traducción del Oficio de Lectura, que parece exigir “conocer a Dios” previamente. Cualquiera puede hacerse preguntas: ¿a qué “dios” hay que conocer previamente? ¿al cristiano? ¿al musulmán?... Mientras que el texto subraya que Dios acepta y salva a toda persona de buena voluntad, es decir, a quien actúa conforme con su conciencia.
Espero serles útil.
Atentamente les saluda,
Rufo González”.
“Nos pondremos en contacto con usted...”.
La misma Web de la Comisión Nacional de Liturgia, dice: “deje su consulta. Nos pondremos en contacto con usted...”.
Han pasado dos meses. Sigo esperando alguna palabra, bien de conformidad, discrepancia, o, al menos, de gratitud. Pues nada. ¿Así proceden normalmente? ¿No piensan corregirlo?
¿Quién hizo la traducción?
¿La “importante autoridad eclesiástica”, que lo calificó de “exagerado”?
Leyendo un Cuaderno de Cristianismo i Justicia, en concreto el nº 185: “Una Iglesia nueva para un mundo nuevo”, de J. I. González Faus, en la página 6, encuentro un comentario sobre este n. 22 de GS. El comentario se refiere a Jesús como “hermanador de todos”, que “con su encarnación el Hijo de Dios se unió de alguna manera con todos los hombres” (GS 22). Esta unión se extiende a la Cruz y a la Pascua, al misterio pascual. Ello explica este texto esperanzador que confía en el amor de Dios de cara a la suerte de todos los hombres en esta vida y en la futura.
Pero González Faus añade una nota que me parece sintomática de la sorda protesta contra los textos más abiertos y positivos del Vaticano II: “También me cuesta mucho entender que una importante autoridad eclesiástica haya podido decir que se ha exagerado este párrafo conciliar: es como decir que se puede exagerar el amor de Dios al mundo y a los seres humanos” (nota 5, p. 29). Se da la impresión de que saben hasta dónde llega el amor infinito de Dios: hasta los límites que ellos fijan en su corazón, en su ley, en su institución... Por este camino han llegado muy lejos, tan lejos como el papa Sixto V, capaz de corregir al Espíritu Santo, intentando modificar la misma Biblia (cf. González Faus: La autoridad de la verdad. 2ª ed. Sal Terrae. Santander 2006, p. 109: “el Papa corrige al Espíritu Santo”).
El Espíritu Santo asocia a todos al misterio pascual
El nº 22, resumen de antropología cristiana que podemos considerar “oficial” en cuanto conciliar (los concilios ecuménicos son la voz más autorizada de la Iglesia católica), expone el destino último del hombre como incorporación a la resurrección de Cristo. “Esto, dice, vale para todo hombre: Cristo murió en favor de todos. Por tanto el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de asociarse al misterio pascual”.
“Sólo Dios conoce el modo”
“A todos”, sin excepción ni distinción; nacidos o no nacidos, niños o adultos, con conocimiento del evangelio o sin él, etc. Creo que desde aquí recibe luz el bautismo de niños: si no son bautizados, igualmente el Espíritu del Resucitado los incorpora a su misterio pascual, que tiene trascendencia cósmica y “espiritualizará” todo. Sólo quedarían fuera aquellos que conscientemente no aceptaran la posibilidad que el Espíritu les ofrece. Posibilidad que nosotros no podemos controlar ni saber en qué consiste. La misma constitución subraya que “sólo Dios conoce el modo” de esa oferta de incorporación al misterio de Cristo. Ya en el nº 10 de la misma Constitución se habla cómo el Espíritu da su luz y su fuerza a todos para responder a la vocación más elevada de todo hombre, la de Dios; y en el nº 45 se concluye que “caminamos hacia la consumación de la historia humana vivificados y reunidos en el Espíritu de Jesús”.
¿Habrá “extrema desesperación” para alguien?
¿Qué pasará con aquellos que hipotéticamente no sean hombres de buena voluntad? Entendemos aquí “hombres de buena voluntad” en sentido subjetivo, obstinados, que viven y mueren sin Dios consciente y culpablemente en el sentido descrito en el nº 16 de Lumen Gentium. Aquí se insinúa la posibilidad de una “extrema desesperación”. De ahí la urgencia de la predicación evangélica “para gloria de Dios y salvación de todos”.
Gaudium et Spes es más positiva. Invita a confiar en el dinamismo del Espíritu –sólo de Dios conocido plenamente-, que sigue “reconciliando por Cristo y para Cristo todas las cosas, purificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,20).
¿Por qué no pensar que no existen personas de “mala voluntad” en sentido subjetivo? En sentido objetivo no existen, pues todos somos objetos de la “buena voluntad” del Creador. Por lo tanto, creo que el amor de Dios, que a todos nos hace objetos de “su buena voluntad” (“en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”, rezamos en el “Gloria a Dios en el cielo...”) cuida de que no haya personas que no respondan de algún modo al Amor; es decir, sin amor alguno, al menos sin benevolencia hacia sí mismos. En el fondo, eso canta Pablo en el himno del amor que nos ha dejado en Romanos 8, 31-39: “estoy convencido de que... nada podrá privarnos de ese amor de Dios, manifestado en el Mesías Jesús, Señor nuestro”. Valga como estrambote pintoresco: “ a no ser algún traductor eclesiástico que conoce mejor a Dios que su Hijo, Jesús de Nazaret, y quiere que `los que no conocen a Dios´ no pueden ser asociados al misterio pascual de ningún modo”. Misterio que celebramos como “muerte y resurrección por todos” (no solo por “muchos”, como ahora algunos pretenden decirnos).
Rufo González
El 1 de febrero leíamos en el Oficio de Lectura, de la Liturgia de las Horas, como segunda lectura, un texto de la constitución Pastoral Gaudium et Spes, en concreto dos fragmentos de los n. 18 y 22.
Me llamó la atención la traducción de parte del fragmento correspondiente al n. 22. A los pocos días envié el siguiente escrito a la Web de la Comisión de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española.
Comunicación al SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA
Supongo que es la Entidad responsable de subsanar lo que creo un error del Tomo II, de Liturgia de las Horas, Oficio de Lecturas, Subsidua litúrgica, núm. 17, ed. 1972, página 276.
Segunda lectura del sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario
Párrafo seleccionado de GS 22:
“Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y la vocación del hombre es una misma, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, una vez conocido Dios, se asocien a su misterio pascual”.
Lo subrayado, (“una vez conocido Dios”), es traducción errónea, grave y deformante del pensamiento conciliar. El texto latino, original, es: “modo Deo cognito”. La traducción correcta es “por el modo conocido por Dios”, “en la forma de sólo Dios conocida”... La idea esperanzadora de que Dios acogerá a todos los hombres de buena voluntad, se diluye con la traducción del Oficio de Lectura, que parece exigir “conocer a Dios” previamente. Cualquiera puede hacerse preguntas: ¿a qué “dios” hay que conocer previamente? ¿al cristiano? ¿al musulmán?... Mientras que el texto subraya que Dios acepta y salva a toda persona de buena voluntad, es decir, a quien actúa conforme con su conciencia.
Espero serles útil.
Atentamente les saluda,
Rufo González”.
“Nos pondremos en contacto con usted...”.
La misma Web de la Comisión Nacional de Liturgia, dice: “deje su consulta. Nos pondremos en contacto con usted...”.
Han pasado dos meses. Sigo esperando alguna palabra, bien de conformidad, discrepancia, o, al menos, de gratitud. Pues nada. ¿Así proceden normalmente? ¿No piensan corregirlo?
¿Quién hizo la traducción?
¿La “importante autoridad eclesiástica”, que lo calificó de “exagerado”?
Leyendo un Cuaderno de Cristianismo i Justicia, en concreto el nº 185: “Una Iglesia nueva para un mundo nuevo”, de J. I. González Faus, en la página 6, encuentro un comentario sobre este n. 22 de GS. El comentario se refiere a Jesús como “hermanador de todos”, que “con su encarnación el Hijo de Dios se unió de alguna manera con todos los hombres” (GS 22). Esta unión se extiende a la Cruz y a la Pascua, al misterio pascual. Ello explica este texto esperanzador que confía en el amor de Dios de cara a la suerte de todos los hombres en esta vida y en la futura.
Pero González Faus añade una nota que me parece sintomática de la sorda protesta contra los textos más abiertos y positivos del Vaticano II: “También me cuesta mucho entender que una importante autoridad eclesiástica haya podido decir que se ha exagerado este párrafo conciliar: es como decir que se puede exagerar el amor de Dios al mundo y a los seres humanos” (nota 5, p. 29). Se da la impresión de que saben hasta dónde llega el amor infinito de Dios: hasta los límites que ellos fijan en su corazón, en su ley, en su institución... Por este camino han llegado muy lejos, tan lejos como el papa Sixto V, capaz de corregir al Espíritu Santo, intentando modificar la misma Biblia (cf. González Faus: La autoridad de la verdad. 2ª ed. Sal Terrae. Santander 2006, p. 109: “el Papa corrige al Espíritu Santo”).
El Espíritu Santo asocia a todos al misterio pascual
El nº 22, resumen de antropología cristiana que podemos considerar “oficial” en cuanto conciliar (los concilios ecuménicos son la voz más autorizada de la Iglesia católica), expone el destino último del hombre como incorporación a la resurrección de Cristo. “Esto, dice, vale para todo hombre: Cristo murió en favor de todos. Por tanto el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de asociarse al misterio pascual”.
“Sólo Dios conoce el modo”
“A todos”, sin excepción ni distinción; nacidos o no nacidos, niños o adultos, con conocimiento del evangelio o sin él, etc. Creo que desde aquí recibe luz el bautismo de niños: si no son bautizados, igualmente el Espíritu del Resucitado los incorpora a su misterio pascual, que tiene trascendencia cósmica y “espiritualizará” todo. Sólo quedarían fuera aquellos que conscientemente no aceptaran la posibilidad que el Espíritu les ofrece. Posibilidad que nosotros no podemos controlar ni saber en qué consiste. La misma constitución subraya que “sólo Dios conoce el modo” de esa oferta de incorporación al misterio de Cristo. Ya en el nº 10 de la misma Constitución se habla cómo el Espíritu da su luz y su fuerza a todos para responder a la vocación más elevada de todo hombre, la de Dios; y en el nº 45 se concluye que “caminamos hacia la consumación de la historia humana vivificados y reunidos en el Espíritu de Jesús”.
¿Habrá “extrema desesperación” para alguien?
¿Qué pasará con aquellos que hipotéticamente no sean hombres de buena voluntad? Entendemos aquí “hombres de buena voluntad” en sentido subjetivo, obstinados, que viven y mueren sin Dios consciente y culpablemente en el sentido descrito en el nº 16 de Lumen Gentium. Aquí se insinúa la posibilidad de una “extrema desesperación”. De ahí la urgencia de la predicación evangélica “para gloria de Dios y salvación de todos”.
Gaudium et Spes es más positiva. Invita a confiar en el dinamismo del Espíritu –sólo de Dios conocido plenamente-, que sigue “reconciliando por Cristo y para Cristo todas las cosas, purificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,20).
¿Por qué no pensar que no existen personas de “mala voluntad” en sentido subjetivo? En sentido objetivo no existen, pues todos somos objetos de la “buena voluntad” del Creador. Por lo tanto, creo que el amor de Dios, que a todos nos hace objetos de “su buena voluntad” (“en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”, rezamos en el “Gloria a Dios en el cielo...”) cuida de que no haya personas que no respondan de algún modo al Amor; es decir, sin amor alguno, al menos sin benevolencia hacia sí mismos. En el fondo, eso canta Pablo en el himno del amor que nos ha dejado en Romanos 8, 31-39: “estoy convencido de que... nada podrá privarnos de ese amor de Dios, manifestado en el Mesías Jesús, Señor nuestro”. Valga como estrambote pintoresco: “ a no ser algún traductor eclesiástico que conoce mejor a Dios que su Hijo, Jesús de Nazaret, y quiere que `los que no conocen a Dios´ no pueden ser asociados al misterio pascual de ningún modo”. Misterio que celebramos como “muerte y resurrección por todos” (no solo por “muchos”, como ahora algunos pretenden decirnos).
Rufo González