¿VALORA LA IGLESIA LA DEMOCRACIA? (III)

La Iglesia es más que una democracia: es comunión

En la Iglesia-Comunión hay, con todo derecho, diálogo, deliberación y decisión democráticos. Es verdad que la Iglesia viene de Dios, de Jesús, de “arriba”. No es por tanto una creación democrática, fruto del parecer y del consenso o votos de los cristianos. No nos hemos dado una “constitución” democrática. Eso es verdad. La Palabra, los sacramentos –uno de ellos es el ministerio “ordenado”- y el Espíritu de amor, vienen de Dios. Los cristianos aceptamos esos dones y los hacemos medios necesarios para promover el Reino de Dios, que es y será siempre nuestro objetivo primordial.

El Espíritu nos ha afinado la conciencia de que hay muchas normas, estrategias, designación de personas para que en el nombre de Jesús realicen tareas en la Iglesia, etc..., que pueden y deben ser objeto de diálogo, consenso y decisión democráticos. La historia de la Iglesia demuestra cambios a través de los siglos, por ejemplo, en nombramientos de responsables (puede leerse el libro de J. I. González Faus: “Ningún obispo impuesto” (San Celestino, papa). Las elecciones episcopales en la historia de la Iglesia. Edit. Sal Terrae 1992). Es un auténtico sofisma decir que, como “la autoridad viene de Dios”, los que presiden la Iglesia deben ser elegidos por los dirigentes actuales. Durante los primeros siglos, eran elegidos por el pueblo. La constitución de la autoridad eclesial presuponía la intervención del pueblo en la elección de dirigentes. Esa intervención es un dato democrático, cuya ausencia ha provocado autoritarismo en la Iglesia, incompatible con el Evangelio

Hay que volver a la comunión primera
Es la libertad vivida en los primeros tiempos: “Escoged entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y saber, a los que podamos encargar este asunto” (He 6, 3). “Decidieron los apóstoles y los responsables con la entera comunidad (syn hole te ecclesía), elegir a algunos...” (He 15, 22ss). Comparto la conclusión de X. Pikaza al comentar este hecho:
“Este acuerdo fija el estilo de la organización cristiana. Por la declaración final (“nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros”), sabemos que Dios (Espíritu Santo) se expresa en el diálogo y decisión de los creyentes (nosotros). La iglesia es una asamblea teologal: los hermanos se juntan y dialogan los problemas a la luz del mensaje de Jesús, de manera que pueden afirmar y afirman que les asiste el Espíritu Santo. Es una asamblea participativa: Dios habla en el diálogo fraterno. Éste es el modelo cristiano de gobierno, en una iglesia que empieza a tener ya problemas. Ella no puede resolverlos mágicamente, ni apelar a una instancia exterior (oráculo de Dios, revelación privada o decisión particular de un dignatario). Los hermanos deben reunirse y dialogar: sólo allí donde comparten la palabra, conforme al evangelio (misión) y para bien de todos, se revela el Espíritu. Lucas ha desarrollado este acuerdo de Jerusalén como ejemplo de autoridad, expresando para siempre el sentido de la comunión eclesial. Éste es el primero y quizá el más importante de todos los “concilios”, pues no define un dogma especial, sino la base y comunión dialogal de la iglesia. Tras el concilio de Nicea (325 d. C.), las decisiones las tomarán sólo los obispos, cosa, en cierto modo, lógica, por los cambios de estructura eclesial. Pero al principio era distinto: no se reunieron obispos, sino apóstoles y presbíteros (paradójica mezcla), con delegados de las comunidades (Antioquía) y el conjunto de la iglesia (muchedumbre de Jerusalén) (Blog de RD: “Naturaleza conciliar de la Iglesia. Mt 18 y He 15”. 07.09.08).

La Tradición Apostólica de Hipólito (s. III) transmite: “que se ordene como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo”.

No seguir este camino conduce al pueblo a desentenderse de la Iglesia. Valga como ejemplo el caso que comenta Pepe Mallo en el post anterior: “Un hombre, un “sumo sacerdote”, dueño absoluto de la parroquia, ha destruido en pocos años la labor pastoral elaborada, desarrollada, potenciada y fortalecida por los párrocos anteriores con la colaboración de seglares preparados en los diferentes campos de pastoral: catequistas, monitores de jóvenes, formadores de adultos, equipo de liturgia, caritas... Todo se ha venido abajo. Lo peor es que el tal “sumo sacerdote” no ha aportado nuevas ideas pastorales ni procesos ni actividades. Ha quedado como mero funcionario y la parroquia como un supermercado de sacramentos”. ¿Es esta la Iglesia que quería Jesús?

Testigos de bondad democrática
En la Liturgia se han abierto ámbitos de libertad para hacer significativos los gestos, y adaptarlos a la cultura autóctona. En servicios caritativos, administrativos, económicos..., se vive de hecho gran apertura a la opinión y al compromiso de todos. Hay planteamientos culturales nuevos, incluso en la moral; piénsese, por ejemplo, en la idea de paternidad responsable, ausente o con otros contenidos en la moral de hace sólo unos decenios). El concilio Vaticano II nos trajo reformas que apuntan a la participación de todos. Sobresalen los Consejos pastorales y de Economía, cuyos miembros deben ser representativos de la comunidad. Cierto que algunos sólo funcionan para adherirse a lo que dice el párroco o el obispo, con infantilismo vergonzante. Se traiciona así el espíritu conciliar que aspira a la participación decisiva y a la comunión responsable de toda la comunidad. La Iglesia expresa así más y mejor que es una comunión de vida y de fe, servidora de todos. ¿Quién se atrevería hoy a sostener que “la Iglesia no es sirvienta, sino señora” como afirmaba el papa Gregorio VII en 1076? Queda mucha promoción de libertad y de dignidad humana. Aún hay normas incompatibles con los derechos humanos y la igual condición de los que somos “uno en Cristo Jesús”.

Rufo González
Volver arriba