"Como todo misionero, se siente guiado por una conciencia: 'el mal no prevalecerá'" Cristiano con nosotros y obispo para nosotros

"El papado ha aumentado su relevancia pública y su poder comunicativo y, al mismo tiempo, ha disminuido la relevancia de los organismos intermedios y las comunidades locales"
"El papa Francisco ha roto muchos esquemas, suspendido algunas tradiciones y cambiado el vocabulario consolidado de la Iglesia"
"La prioridad indicada por el Concilio Vaticano II —el retorno a las raíces de la fe— parece una perspectiva acogida por León XIV en sintonía con su predecesor Francisco"
"La prioridad indicada por el Concilio Vaticano II —el retorno a las raíces de la fe— parece una perspectiva acogida por León XIV en sintonía con su predecesor Francisco"
Laura Loomer es despiadada. Durante la campaña electoral para las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos de América, fue ella quien difundió la noticia falsa de que los inmigrantes haitianos en Ohio habían hecho desaparecer perros y gatos para comérselos. El presidente Donald Trump la considera una asesora de confianza. Algunos definen su relación con el término «musa inspiradora». La influencer estadounidense se expresó así sobre la elección del nuevo Papa: «A total marxist like pope Francis» -Un marxista total como el papa Francisco- y «Just another marxist puppet in the Vatican» -Solo otro títere marxista en el Vaticano-.
Algunos consideraron estas declaraciones como comentarios delirantes. Otros las valoraron como fruto del miedo: el primer pontífice procedente de Estados Unidos de América no parece alineado con el pensamiento nacionalista expresado por el presidente del Maga. Una autoridad moral que llama a los hombres a tender puentes en disonancia con el supremacismo de los poderosos del mundo en diversas formas de barreras y muros.

Los días después de la fumata blanca están repletos de comentarios, consideraciones, análisis, reconstrucciones y teorías conspirativas. Todo el mundo parece tener que posicionarse. Y a mí también me ha pasado que, en pocas horas, me han hecho varias veces la misma pregunta: «¿Qué opinas del nuevo Papa?».
Detengámonos un instante. Preguntémonos por qué sentimos la necesidad de responder a esta pregunta. Solo han pasado unas horas desde el anuncio de que el cardenal Robert Francis Prevost ha sido elegido pontífice. ¿Por qué tenemos que tener una respuesta preparada o inmediata ante una historia que aún está por escribir? En realidad, hay razones. Son varias y merecen ser profundizadas. Intentemos identificar algunas.
En primer lugar, no debemos pasar por alto el papel que ha desempeñado el papado en las últimas décadas de la historia de la Iglesia y la transformación que ha experimentado con respecto al pasado. El mundo se ha vuelto cada vez más global e interconectado, las figuras de referencia han disminuido en número, pero pocos líderes han asumido la responsabilidad de ser un referente para todos, para bien o para mal.
Este proceso se ha acelerado considerablemente gracias a los medios de comunicación. La Iglesia no ha sido ajena a este proceso cultural y mediático: el papado ha aumentado su relevancia pública y su poder comunicativo y, al mismo tiempo, ha disminuido la relevancia de los organismos intermedios y las comunidades locales.
En algunos casos, los pontífices han sabido interpretar con inteligencia su papel en este escenario que los ve a diario sobreexpuestos en la escena mundial: tanto Juan Pablo II como Francisco han sido comunicadores muy hábiles y se han erigido como interlocutores del mundo entero. Viajes, encuentros internacionales y gestos llamativos han acompañado su ministerio.
La mentalidad que se ha impuesto globalmente en los últimos años como clave para interpretar cualquier acontecimiento —desde la masacre de las Torres Gemelas en adelante— es la de la competencia y el conflicto. Las formas de pensar, las culturas e incluso las religiones, al igual que los poderes económicos y políticos, se enfrentan entre sí en una lucha por la hegemonía. Cuando se forjan alianzas, se hace en nombre de la lucha contra un enemigo común, no en aras de la amistad, fraternidad, solidaridad…
La costumbre de interpretar todos los acontecimientos en términos de enfrentamiento lleva a catalogar también al Papa como filoprogresista y antiprogresista. Así, las categorías de la política parecen poder aplicarse forzosamente a la controversia eclesial: se habla de progresistas y conservadores, avanzados y tradicionalistas, moderados y radicales. Pero estas etiquetas, y las inevitables simplificaciones a las que conducen, no siempre son adecuadas para representar la realidad ni respetan la complejidad de un pensamiento. La prisa por catalogar una personalidad para situarla en un bando no parece la mejor manera de promover el camino de una realidad tan articulada, compleja, poliédrica como es la Iglesia.
El papa Francisco ha roto muchos esquemas, suspendido algunas tradiciones y cambiado el vocabulario consolidado de la Iglesia. Los zapatos negros y gastados, el utilitario para desplazarse por la ciudad, la cuenta pagada en persona en la óptica y, últimamente, el ‘poncho’ que lleva para estar con los peregrinos en la basílica de San Pedro son solo el signo exterior y más evidente de una personalidad que ha sabido imponerse con posturas y frases que a veces han tenido el tono típico de la profecía.
El Papa que vino casi del fin del mundo deja un legado incómodo y exigente. Francisco fue él mismo hasta el final: interpretó su papel de una manera poco institucional y enriqueció cada encuentro con su personalidad. También fue Francisco, en el sentido del pobre de Asís: un mensaje vivo que, tanto en la Iglesia como en la sociedad, invitó a ser auténticos y a estar arraigados en los valores fundamentales. Tener la misma fuerza no es algo al alcance de cualquiera. Y quizá no todos desean un líder tan alternativo, independiente, …, sorpresivo.
El nuevo Papa aceptó el cargo tras la votación del cónclave a su favor. Se vistió con el hábito blanco en la sala de las lágrimas. Se asomó al balcón de la fachada de San Pedro y saludó a la multitud. Su discurso fue preciso y consciente.
Se presentó como misionero: hombre enviado al mundo para hacer resonar el anuncio de la paz en nombre del «Buen Pastor, que dio su vida por el rebaño de Dios». Como todo misionero, se siente guiado por una conciencia: «el mal no prevalecerá». Como todo misionero, dirige inmediatamente su mirada a la humanidad a la que dirige el anuncio evangélico: «las familias, todas las personas, dondequiera que estén, todos los pueblos, toda la tierra». Como todo misionero, se siente parte de una Iglesia que, para ser creíble en su misión de «constructora de puentes», debe ser «un solo pueblo siempre en paz».
En las palabras con las que el nuevo pontífice se presentó al mundo hay sin duda mucho más. Pero sobre todo hay la aceptación de un papel libre porque es evangélico. La prioridad indicada por el Concilio Vaticano II —el retorno a las raíces de la fe— parece una perspectiva acogida por León XIV en sintonía con su predecesor Francisco. Todo lo demás está por escribir. Y a la pregunta «¿Qué opinas del nuevo Papa?», quizá podamos responder con «es un cristiano con nosotros y un obispo para nosotros».
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