Jesús fue a la otra orilla "El Reino comienza donde termina la zona de confort"

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"Todo lo que forma parte de nuestra zona de confort (Nazaret, Galilea,…) nos hace sentir cómodos y seguros. Es bueno tener uno, o más bien muchos…"

"Pero entonces ¿por qué es importante saber salir de vez en cuando?"

"El crecimiento personal y el crecimiento espiritual también son cambio. Ese crecimiento y esa alternativa no se encuentran en la zona de confort sino fuera… y hay que ir más allá, en la otra orilla: hay que atreverse, arriesgarse y actuar"

"Y así me gusta imaginar y soñar mi comunidad… mi Iglesia doméstica de San Fermín de Aldapa… mi Congregación claretiana… mi Diócesis de Navarra… mi Iglesia universal"

El título de mi blog es un título tomado de los Evangelios. Jesús fue a la otra orilla, a otra parte, y me invita a mí a hacer lo mismo. Marcos 4, 35ss. Y quiero explicar el porqué de ese título. La psicología conductual define la zona de confort como la condición mental en la que la persona actúa en un estado de ausencia de ansiedad, con un nivel constante de rendimiento y sin percibir sensación de riesgo. Todos tenemos nuestras zonas de confort. Jesús las tuvo. Y quizá esa sea la tentación. Y en la medida en que Jesús no cae en esa tentación sino que le hace frente y la atraviesa para no dejarse enredar por ella nos muestra a emprender un camino, otro camino para ver, contemplar, juzgar, sentir, pensar, actuar,…, en una palabra, para ser. Hay siempre otra orilla.

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‍Todo lo que forma parte de nuestra zona de confort (Nazaret, Galilea,…) nos hace sentir cómodos y seguros. Es bueno tener uno, o más bien muchos. Cuando evitamos situaciones nuevas nos sentimos aliviados del peso de la ansiedad y el miedo, mientras que cuando nos exponemos más allá de nuestra zona de confort percibimos un estado de ansiedad y un alto nivel de riesgo. Pero entonces ¿por qué es importante saber salir de vez en cuando?

La mal llamada zona de confort - UPAD Psicología & Coaching

Permanecer anclados en nuestra zona de confort durante mucho tiempo puede enjaularnos en una vida predecible, fácilmente manejable y controlable. A veces, nuestra zona de confort puede convertirse en una prisión porque limita las posibilidades de crecimiento, las evoluciones personales, las oportunidades de cambio.

En cambio, aprender a salir de nuestra zona de confort nos da la oportunidad de crecer y aprender, porque nos permite: experimentar en otros lugares o situaciones, aprender más sobre nosotros mismos, nuestras reacciones y nuestras emociones, descubrir nuevas partes de nosotros y nuevas posibilidades de ser y actuar, identificar nuestros recursos, aprender lo nuevo, cambiar y evolucionar, creer más en nosotros mismos y todas las posibilidades de lo demás y de los demás.

Este proceso no siempre es fácil e inmediato ya que requiere riesgo y coraje. Atreverse nos expone a caídas y derrotas, pero es el riesgo de la aventura humana cuando uno se deja mover solamente por el Espíritu que sopla cuando quiere, como quiere, donde quiere… y no sabemos de dónde viene ni a dónde va.

"Hay que ir más allá, en la otra orilla: hay que atreverse, arriesgarse y actuar"

El crecimiento personal y el crecimiento espiritual también son cambio. Ese crecimiento y esa alternativa no se encuentran en la zona de confort sino fuera… y hay que ir más allá, en la otra orilla: hay que atreverse, arriesgarse y actuar. De hecho, no hay crecimiento sin un ponerse en tesitura de búsqueda, de salida, de cambio… de nuevo nacimiento… de un nacimiento diferente. El cambio es un acto de unción y de valentía que nos prepara para sentir, para juzgar,…, para actuar de otra manera.

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‍Sí, seguramente es necesario hacerlo paso a paso. Para salir de la zona de confort es necesario proceder en pequeños pasos: el objetivo no es romper drásticamente la zona de confort… sino ampliarla procesualmente hasta irla aumentando de manera gradual. 

Todos queremos cambiar algo pero no siempre tenemos el coraje de hacerlo. Sin embargo, cada vez que Jesús de Nazaret cruza el límite de la zona de confort, por ejemplo, de la Ley, lo hace con unción, lleno de energía y vida, y portador de una belleza, de una bondad, de una verdad divinas. A veces puede significar, es verdad, interrumpir algo que no está funcionando, cambiar algo que no nos gusta, abrirse a nuevos horizontes y conocer más allá de lo dictado y de lo previsible.

‍Y es que lo dictado y lo previsible de las cosas nos permite controlar y gestionar pero nos evita exponernos al ‘novum’, es decir, a lo nuevo y desconocido. Tantas veces me pregunto qué podemos hacer en términos concretos para abandonar todo lo que aparentemente nos resulta cómodo. Y Jesús, que camina por delante, precediéndome, me responde que haga cada día algo “incómodo”, diferente a la rutina, que acoja el ‘novum’. La resurrección es un excelente punto de partida. 

El Reino comienza donde termina la zona de confort.

Y así contemplo la resurrección, ya que estamos en la Pascua. El Jesús de la pasión, de la muerte (y de la muerte en cruz), de la sepultura, y de la resurrección es un Jesús con muchas cicatrices, con heridas mortales, pero también el Jesús que lleva consigo la memoria de aquellos momentos que nunca habrían pasado si no se hubiera atrevido a esforzarse más allá de los límites.

Y así me gusta imaginar y soñar mi comunidad… mi Iglesia doméstica de San Fermín de Aldapa… mi Congregación claretiana… mi Diócesis de Navarra… mi Iglesia universal.

Cada uno de nosotros crece en un sistema de reglas que alguien nos ha definido. Nacemos en un sistema familiar, educativo, cultural, social que tiene sus propias reglas y esas reglas trazan límites muy precisos que deben respetarse como parte integral de pertenencia a ese sistema, identificar los límites dentro de los cuales podemos movernos y más allá de los cuales no podemos ir, definir el sistema al que pertenecemos y lo que ese sistema considera específicamente correcto e incorrecto. 

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Cuando crecemos inevitablemente sentimos la necesidad de comprender quiénes somos, qué queremos y qué necesitamos y entonces se hace necesario identificarnos respecto del sistema al que pertenecemos. 

Esto significa que ese sistema de reglas que otros nos definieron y en el que crecimos debe necesariamente ser cuestionado, dándonos la posibilidad de ir más allá de esos límites que hemos respetado durante mucho tiempo para descubrir qué hay más allá de la frontera impuesta.

Esto nos dará la oportunidad de comprender en profundidad lo que podemos o no podemos hacer y ser, lo que somos capaces de hacer y ser, distinguiendo lo que es bueno para nosotros de lo que es malo para nosotros, lo que nos gusta de lo que no nos gusta, lo que queremos de lo que no queremos, lo que nos alimenta de lo que nos envenena.

Para comprender realmente quiénes somos, debemos ser capaces de identificar nuestras propias fronteras personales, yendo más allá de nuestros límites impuestos, más allá de nuestra zona de confort y protección (incluso arriesgándonos a cometer errores y a salir heridos) para poder descubrir cuáles son nuestros verdaderos límites a través de la experiencia directa con la vida y no ya sobre la base de esquemas preconstituidos para protegernos de los riesgos de la vida.

Y en esta aventura de la fe me encuentro confirmado por nuestro hermano mayor, el Papa Francisco (Lucas 22, 32). 

¡Ven, Espíritu Santo y ayúdanos a pasar a la otra orilla!

La pastoral de las vocaciones en tiempos de sinodalidad: Alcanzar la otra  orilla (5/10) - OAR • PSNT

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