¿Trivializamos la palabra “mística”?

Cuando utilizamos la palabra mística para describir el sentido y objetivos de un proyecto, ya sea económico, ecológico o de cualquier otra índole, desvirtuamos la palabra. También lo hacemos cuando utilizamos la palabra mística para referirnos a un “sentimiento oceánico” en referencia a la idea de inmensidad, hondura, vida profunda, extensión del yo individual a la universalidad de lo real, que, al liberarnos de nuestros límites, nos devuelve a la felicidad originaria: seno de la madre, seno de la Tierra, seno del mar. Aquí nos estamos refiriendo a una “mística natural”, que tiene absolutos impersonales y no a la “mística cristiana”, que tiene una referencia explícita con Jesucristo y la acción del Espíritu Santo.
La persona, ser espiritual, tiene por naturaleza una IE (Inteligencia Emocional), una IR (Inteligencia Racional) y una IES (Inteligencia Espiritual). Cada una de estas tres inteligencias le abre a un universo de realidad: La IE a lo particular sensible (sentidos); la IR a lo concreto y verificable de este mundo (razón); y, la IES nos abre a lo universal eterno “que nos desborda y lanza hacia una ultimidad percibida como fundante, vocativa y determinadora del destino del hombre” (O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristianismo y mística, Trotta, Madrid 2015, 278). Cuando el ser humano se abre a estas tres inteligencias, sin absolutizar ninguna, entonces se reconoce como espíritu encarnado, como ser en el tiempo abierto al Absoluto. Estamos hablando entonces de una experiencia de mística natural, que no es ajena a Dios y a la que “Dios creador universal y universal presencia amorosa a cada hombre, acompaña, responde y corresponde” (Ibíd. 278)
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