¿Tiene razón Lefebvre?

- Disculpe, reverendo, me parece que este Lefebvre tiene razón; la Iglesia ha cambiado verdaderamente de rumbo, ha entregado las armas cuando, en el Concilio, se pronunció sobre la libertad religiosa.
Cerré despacio el Breviario, que estaba rezando, y respondí:
- Sí, bajo un cierto aspecto, el Concilio ha cambiado. Pensó en Carlo Magno, que cortaba las cabezas de los sajones, que rechazaban el Bautismo; en Bernardo Gui, el inquisidor, que cargaba contra los cátaros de la Francia meridional; en otros casos similares, y ha humildemente confesado: en la Iglesia del pasado, "de cuando en cuando se ha tenido un comportamiento menos conforme al espíritu evangélico, más bien, contrario" (DH 12). El Concilio, por lo tanto, ha admitido una serie de hechos nada loables, los ha deplorado, ha dicho que ellos no debían repetirse; en este sentido ha cambiado. En cuanto a la enseñanza del pasado, en cambio, no ha cambiado, si ha podido afirmar: la Iglesia ha siempre "custodiado y transmitido la doctrina del Maestro de los Apóstoles... que ninguno sea obligado a abrazar la fe" (DH 12).
- ¿El Maestro?, continuó mi interlocutor. Pero aquí - y dio una ojeada a la revista - Lefebvre cita justamente las palabras de Cristo: "El que no crea en mí, será condenado".
Y yo:
- Un momento. "Será condenado". Pero por Dios, pero luego de la vida presente. El Concilio nunca ha soñado decir que somos libres delante de Dios: todos debemos, en efecto, buscar la verdad, abrazarla apenas conocida, responder a Dios y a su Iglesia, si hemos aceptado formar parte de ella. El Concilio ha querido, en cambio, hablar de su libertad ante el Estado en cosas religiosas. El título del documento conciliar, en efecto, habla de "libertad social y civil en materia religiosa". El poder político, católico o no, que - según el Concilio - ni puede obligar a abrazar la fe religiosa que no gusta, ni puede impedir abrazar y profesar una fe que gusta.
- ¡Pero Usted todavía no me ha hecho ver cómo el Concilio siga a Cristo y a los Apóstoles!
- Si lo desea, trato de decírselo ahora. ¿Recuerda la parábola del grano y de la cizaña? Los siervos querían arrancar del campo la cizaña, pero el patrón: No, dejad que el uno y la otra crezcan juntos en el campo hasta la cosecha, o sea, hasta el fin del mundo. Sólo entonces se hará la separación.
En otras palabras: Jesús, cierto, quiere que "todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad". Jesús ha invitado tantas veces a sus oyentes a tener fe y sobre la fe y las obras nos juzgará luego de la muerte.
Pero la fe supone un consenso libre. Y nunca, predicando, Jesús ha impuesto sus verdades con la fuerza; nunca ha impedido la propaganda de las opiniones contrarias. Cuando Santiago y Juan propusieron hacer descender el fuego del cielo sobre los samaritanos, les reprochó a los dos, diciendo: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois".
- Bien, pero dígame: con ciertas ideas y ciertos individuos que dan vueltas por el mundo, ¿no le parece que vendrá el caos si el Estado pasa por alto todo?
- El Concilio no dice de pasar por alto todo; indica, más bien, dos casos en los cuales el Estado debe intervenir y limitar.
- ¿Y cuáles?
- Primero: cuando la libertad religiosa sea usada por alguien de modo tal de poner en peligro la libertad o los derechos de los otros.
- ¿Y el segundo caso?
- Se refiere al bien común y al orden público. El Estado, en efecto, debe estar al servicio de todos, asegurando una verdadera coexistencia pacífica en el pluralismo.
- ¿Así que el Concilio piensa haber desarmado a todos los adversarios de la Iglesia con su documento sobre la "libertad social en cosas religiosas?"
- Los Padres Conciliares sabían muy bien que la Iglesia tendrá siempre adversarios. Les urgía a ellos hacer saber a todos que la Iglesia no se siente adversaria de ninguno; que desea vivir el espíritu de Cristo, su Señor, que se ha declarado manso y humilde, venido no para ser servido, sino para servir con el método del Siervo de Yavé: "no quebrará la caña que está cascada, ni apagará la mecha que todavía humea".