Ejercicios espirituales en Ávila, con Antonio Bravo Pastorear desde la dignidad del Siervo de Yahvé

Lo que hemos visto, oído, palpado... reposando estos días de encuentro con la Palabra.
Necesidad de síntesis relatada y narrada, sí, cada año necesito detenerme y poner de un modo hilvanado trazos y trozos de la Palabra y la doctrina eclesial que se derrama sobre nosotros en estos días de ejercicios espirituales que tradicionalmente organiza la asociación sacerdotal del Prado en la casa de oración de Santa Teresa en Ávila en la última semana de agosto. Está dirigida a sacerdotes en general y allí nos juntamos casi medio centenar de sacerdotes diocesanos en la búsqueda de la palabra desmenuzada por un serio estudio del evangelio que ha realizado el que nos acompaña. Muchos nos conocemos de tandas anteriores, aunque siempre algunos se incorporan y comparten este espacio de fraternidad sacerdotal.
| José Moreno Losada
La riqueza de su pobreza: Antonio Bravo

Han sido por tanto días donde su corazón apasionado por la palabra y su mente en la doctrina de la Iglesia, nos ha preparado el material para que nosotros mismos, cada uno con su vida, su oración y el mismo evangelio en el corazón de la iglesia, tomáramos conciencia de la barca en la que vamos, y de la travesía que estamos realizando en nuestro momento histórico en medio de este mundo al que amamos en Cristo.
Esperanza de los pastores del evangelio

La esperanza y el pastoreo han sido hilo conductor del trabajo en el encuentro con el Señor. Descubrirnos pastores del Padre en el Hijo con la gracia del Espíritu, ha sido el único eje y fundamento del trabajo, la búsqueda, el estudio y la oración. Llegar a contemplar a Cristo, para conocerlo más y seguirlo más, dejándonos hacer según él, como siervo de Dios envidado para la salvación del mundo.
La tarea y el material nos han desbordado de un modo extraordinario. Trabajo queda para seguir rumiando en el curso que pronto comienza. Algún compañero me decía que, si iba a hacer como otros años, dar cuenta de los hilos que nos habían cosido en Cristo y su evangelio en estos días. Me avisaba que dejara algo para el misterio, que no lo contara todo. La verdad que después de hacerlo hoy, por necesidad personal, amén de compartirlo, siento que no he dicho, ni apuntado una pequeña parte de todo el misterio alumbrado y propuesto desde la debilidad del predicador, que se sabe y se confiesa pecador salvado. Lo que ha propuesto, según el mismo nos indicaba, le supera, como nos supera a todos, el tesoro de la salvación que llevamos en nuestras vasijas ministeriales de barro. Nuestro barro también se ha visto tan pequeño y pobre, yo me he visto sobrepasado, pero aun así he intentado beber de todo lo que me rebosaba y en mis manos he retenido el agua que he podido para contarlos con grietas en este relato que comparto como el ciego del camino, él siente que se le abren los ojos – en mí muy poco a poco- pero no sabe cómo explicar el misterio, sólo dice algo del encuentro de aquel que le miró con amor y misericordia luminosa y cómo ahora ve lo que antes no veía.
Permitidme compartir esos hilvanes de meditación y contemplación de estos días en la tierra de la mística española, en la sombra de Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
PASTOREAR SEGÚN EL CORAZÓN DE DIOS
Desde la Esperanza: “no estamos en tiempos de cristiandad, pero sí de salvación”.

No estamos en tiempos de cristiandad ni debemos añorarlo, somos hijos esperanzados del futuro de un Reino que ya se nos ha dado en Cristo, nuestro tesoro y perla escondida, que nos provoca la alegría de Dios para saber vivir en la nueva evangelización alimentados por su palabra viva y permanente que sacia y salva a la humanidad peregrina y sedienta. Somos del resucitado en él vivimos y por su espíritu nos esperanzamos en la confianza de su victoria y de la plenitud que nos alcanzará. La palabra, que se ha hecho carne, está a nuestro alcance y sale a nuestro encuentro asegurándonos que no estamos bajo la ley que condena sino bajo la gracia que salva. Ahora es nuestro tiempo de gracia y salvación, somos afortunados por la fe que nos enseña a ver que ya se ha cumplido el tiempo y la salvación está ya entre nosotros, se está cumpliendo y podemos leer el presente desde la plenitud que no está alcanzando en el hoy de nuestra historia.
Yahvé el pastor de la creación y de toda la historia
Herederos de un credo desplegado y configurado en el camino de la historia, en una religión que lo es de la vida, de la fe viviente, donde la bendición de un pueblo pobre se convierte en la salvación de todos los pueblos de la tierra. No tenemos otros Dios que el enamorado de un arameo errante que nos ha mostrado como la humanidad es su mayor bien y por eso siempre está dispuesto a recrear su plan frente a toda maldición, él siempre es bendición y lo es en éxodo, en búsqueda permanente, en fidelidad eterna. Nunca se aleja de su pueblo y lo acompaña entre todos los pueblos, para hacerlo sacramento de salvación. Nada más lejos de la elección y la vida que el replegarse y autorreferenciarse frente a los otros, ha sido elegido para ser bendición de todos. El éxodo es la espiritualidad y el fundamento del plan de salvación universal. Solo Dios libera, reúne, conduce, guía… es el pastor universal de todos y de todo. Es fiel y llama a colaboradores para ser parte de ese servir en fidelidad a la humanidad, para que su pueblo lo sea de luz en medio de todos los pueblos.
El buen pastor del Padre, el único, el verdadero, el bueno
Nadie reúne las condiciones necesarias y propias para ser pastor del padre en medio de los hombres, solo Jesucristo. Él no desplaza al Padre sabe que las ovejas sólo son de Él, que las ha puesto en sus manos, se las ha dado para que las cuide, las libere, las reúna, las conduzca, las guie… quiere llevar a cabo la obra de su Padre y confía en que su Espíritu le asegura la fuerza y la protección del que le envía. Por eso se sitúa frente a los que condenan y destruyen, como el Hijo de la salvación que viene a curar, sanar y salvar todo lo perdido y herido, sólo quiere dar la vida, en abundancia, entregando su vida por ellos y así caminar hacia un solo rebaño y un solo pastor. Somos propiedad de Dios y hemos sido cobrados en el precio de la sangre de su Hijo, por ello podemos abrirnos a su Espíritu y participar del corazón de este buen pastor que lo es del verdadero siervo de Dios que da la vida por sus hermanos. Ante este Jesús de Nazaret no estamos llamados a ser copias, pero sí seguidores abiertos a su espíritu que nos incorpora a su pastoreo por el camino de los siervos de Dios. Somos colaboradores de Dios.
El espíritu en la vida de nuestro ministerio pastoral
Volver a nuestro propio sacramento ministerial y adentrarnos en aquella oración que invocaba al Espíritu junto a la imposición de manos; allí se hablaba de la dignidad del presbiterado, espíritu de santidad, conducta ejemplar, colaboradores del orden episcopal, con la alegría del Anuncio evangélico, a imagen de la eucaristía que celebramos. Necesitamos volver a nuestro origen y redescubrirnos en nuestras vidas para entendernos capacitados por el Espíritu para ser ministros –ministerium- de Cristo, nuestra persona mediación sacramental del único Pastor. Él salva más allá de mis capacidades, he sido recreado para actuar en nombre de Cristo cabeza y pastor. Lo he sido en el orden, donde todos somos servidores del único Dios y de la única comunidad universal. No podemos apropiarnos de una autoridad que sólo es de Cristo y que nos llama con su unción a evangelizar a los pobres. No somos nosotros los testigos, sólo el Espíritu es el testigo de la verdad y la resurrección, estamos llamados a abrirnos a ese testimonio de Cristo por el Espíritu en nuestros corazones para poder anunciarlo a nuestros hermanos. Nuestro reto es vivir como siervos que han encontrado la libertad de Cristo y convertidos nos hemos hecho oyentes de la palabra para servirla, cuidando siempre no entristecer al Espíritu que nos invita a colaborar con él en la formación de Cristo en el corazón de todos los hombres que se abran al anuncio. En nuestro horizonte está andar por el camino del siervo, para entrar en comunión con el buen pastor que se ofrece y da la vida. Sólo con su Espíritu seremos sus testigos, colaboremos con él.
Pastorear la Iglesia y apacentarla

El diálogo íntimo y apostólico de Pedro con Jesús se nos descubre el verdadero amor a Cristo en el discípulo, el que se manifiesta en la disponibilidad de la propia vida para pastorear, para colaborar en la creación y cuidado de la comunidad del Buen pastor que ha dado la vida por sus ovejas. Dejarse hacer en el seguimiento siendo colaboradores con el pastoreo del resucitado que nos invita a sufrir para hacer el bien por los otros, a tener como rey al cordero degollado que se ha adquirido un reino de sacerdotes. Jesús quiere darnos como pastores a su iglesia hoy en medio de la secularidad, una iglesia sacramento en el mundo y para el mundo. Como Pablo estamos llamados a entrar en el redil por la puerta saliendo de nosotros mismos, sabiéndonos llamados y enviados a la comunidad, con el calor y el amor de Jesús de Nazaret. Nadie puede arrogarse la dignidad del sacerdocio, ahí no hay más dignidad que la de ser siervo por amor a los hermanos. El sacerdocio pasa por el amor de unos a otros como él nos ha amado ahí está la esencia y la dignidad del ministerio. Hoy urge entrar en la misión por la puerta del servicio y la insignificancia, por la estrechez de la prontitud y la radicalidad. Nuestro mayor éxito no puede ser otros que ser configurados en nuestro quehacer por el envío, por el pastoreo, por la construcción de la comunidad eclesial centrada en Cristo, por el anuncio total de su persona y su mensaje, velando para que llegue a todos sin excepción en el caminar compartido de la historia y lo humano.
Anunciar a Jesucristo y su Reino (Munus de la Palabra)
La síntesis final de los hechos de los apóstoles lo deja claro, la misión no es otra que anunciar el Reino y lo tocante a Jesucristo, todo lo demás es añadido. En este sentido no es la sola palabra, pero si la palabra pura y desnuda la que tiene que estar en el centro de la misión eclesial y del ministerio sacerdotal. El pueblo de Dios “con todo derecho han de esperar de los sacerdotes la Palabra…”, el concilio lo proclama con claridad, no vivimos nada más que para que hoy se cumpla el deseo del pastor de que vayamos por todo el mundo a predicar el evangelio del reino, el evangelio de Jesucristo, a todos. Hacerlo aplicado a la vida en la historia, atendiendo a los oyentes, unida a los sacramentos, proclamando la muerte y la resurrección de Cristo. No puede haber otro núcleo de la fe que el encuentro con la Palabra, con ese Alguien único que es camino, verdad y vida. Hoy se nos invita a volver a la Palabra, antes que las devociones y que la religiosidad sin más, hemos de educar en la dinámica de la Alianza del encuentro, es urgente alimentar la fe de nuestro pueblo y para ello hemos de ir en medio de ellos, viviendo su vida, que puedan ver nuestra vida y encontrar la fe, como deseaba el padre Chevrier y cómo expone Evangelii Nuntiandi (15). Sólo la Palabra limpia y pura genera vida y libertad, hemos de ser servidores de ella sin usarla, dejándonos llevar por ella hasta el dolor en el apasionamiento de su propuesta, aceptando incluso el rechazo en la mayor gratuidad de lo mismo que ha sido anunciado. No estamos llamados al éxito sino al servicio, el cual se realiza también en el fracaso. Concédenos Señor saber ser discípulos de tu palabra que no caigamos en la ceguera y en la sordera, que sepamos llegar al hombre de hoy con el don de tu Reino y la grandeza de tus signos siempre presentes por la fuerza del espíritu del resucitado.
Asociados en la obra de la santificación (Munus sacramental)
Ningún sacerdote estamos a la altura del misterio que celebramos y servimos a los hermanos en la comunidad, el oficio sacerdotal de Cristo nos supera. Pero él nos capacita por su espíritu para que podamos pobre y humildemente asociarnos a su oficio. Nunca protagonistas, siempre servidores, dejarle hacer a través nuestro. De ahí nacerá el alimento de nuestra espiritualidad ministerial. Nada más lejos del clericalismo cuando somos conscientes de que toso somos Cristo por el bautismo. Sólo él cabeza y todos nosotros su cuerpo, en Cristo y la iglesia está la totalidad cristológica. Por el ministerio somos en Cristo cabeza para servir. El orden sólo es para servir, siempre es Cristo el que celebra. No somos funcionarios sino signos de Cristo, siendo siervos de lo que celebramos. La eucaristía es fuente de espiritualidad ministerial, llamados a reproducir lo celebrado en el altar en toda nuestra vida ministerial, eucaristía y caridad, dando la vida. Es el camino de la reconciliación, de la sanación, de la fortaleza, de la vocación la vida de transformación por la actuación de Dios en la comunidad, donde vamos siendo santificados y liberados del pecado por la justicia de Jesucristo. Para caminar en la verdadera celebración hemos de estar configurados por el ministerio de la oración, la dimensión orante nos adentra en el amor del pastor único y nos sitúa en el amor de Cristo a todos los que ha encomendado a la Iglesia y que pasan por nuestras comunidades y servicios. El altar, la celebración y el lebrillo de lavatorio de los pies van unidos y se necesitan para ser verdaderos. Dejarnos lavar los pies por Cristo, servidor, sacerdote, es lo que nos posibilita servir desde El, por Él y con Él a la comunidad. Este es el camino para poder llegar a ofrecer nuestra propia vida. Nuestro reto es querernos en Cristo y en su corazón para poder ser según él para los demás.
Reunir a los hijos de Dios en Cristo por el Espíritu (Munus para la comunidad)
El concilio expone con claridad esta función ministerial central de reunir la familia de Dios, buscarla y recrearla, no como francotirador y dueño, sino sirviendo a la Familia que es sólo propiedad de Dios. Jesús ha sido fiel al padre, dando la vida por la fraternidad y la comunidad. Es el padre el que nos envía con urgencia a esta labor, para que colaboremos con su espíritu. Esta labor pasa por crear fraternidad sacerdotal en orden la verdad de la misión y función del presbítero ante la comunidad. Estamos llamados a colaborar en la gestación de Cristo en el corazón de los fieles, en la entraña de la comunidad cristiana, siempre desde el dejarnos hacer nosotros mismos por ese espíritu creador que nos configura con Cristo. En este caminar peregrino estamos llamados a ser educadores de la fe, más allá de la devoción o la revolución. Acompañar a los bautizados para que conduzca cada uno de ellos a cultivar su vocación propia, en caridad y libertad desde el sentirse llamados, enviados, con discernimiento de espíritu para construir el reino y siempre desde el encuentro con Cristo y los hermanos. Nos ha de arder el corazón de pastores en el deseo de la cercanía, la relación profunda, así como la oración constante ante el padre para interceder por ellos con la luz del espíritu. Siempre en la libertad profunda a cada persona, sabiendo aceptar que la obra es del Padre, él es el que atrae hacia el Hijo y nunca se impone. Nunca olvidar la grandeza de ser simples cooperadores y colaboradores de Dios, sencillos servidores de la fe. Nada nos ha de interesar tanto como poner a Cristo en el fundamento de la vida cristiana cultivando la libertad que genera su espíritu educando en el amor verdadero. No olvidar a los pobres y sufrientes como una encomienda especial nos recuerda el concilio, es el camino de purificarnos en la fidelidad al Dios que se revela e identifica con ellos, para poder abrazarnos con el Cristo real y presente en ellos. Ojalá lleguemos a gastar toda la vida en el deseo de generar comunidad, familia de Dios universalmente, que eso pueda ser nuestra corona y nuestra gloria. Hacer eso en medio del mundo es vivir la clave sacramental de una Iglesia que encarnada, como Jesús, dialoga con el mundo haciéndose pan partido para ser sacramento verdadero de salvación.
ÚLTIMA MEDITACIÓN: “Iglesia en el mundo, para alcanzar solidaridad”
En una barca solidaria en medio del mar de la historia
Embarcado con nosotros y no está dormido, su presencia silenciosa es nuestra fuerza para ser solidarios en medio del mundo, participando de sus gozos y fatigas, que son los nuestros. Pablo prisionero en si viaje a Roma nos alumbra también nuestro momento eclesial:
Pablo prisionero: La condición de la prisión es determinación para posibilitar el testimonio hasta el extremo, desde Jerusalén hasta Roma. Hoy también estamos llamados a vivir y experimentar el camino victorioso de la palabra en la debilidad y la determinación no buscada ni querida. Siempre será la paradoja del viaje de la historia y del peregrinar de la Iglesia en ella.
Pablo en la barca: embarcado en una realidad que es plural por ella misma, con otros prisioneros, con los soldados, mercaderes, extranjeros, tripulación, en la misma barca todos, con las mismas dificultades y peligros. Es un lugar posible para la amistad, la cercanía y la preocupación mutua, más allá de ser escuchado y tenido en cuenta. La secularidad es lugar para el encuentro y la donación sin precio, para la preocupación por lo personal y lo común. Aprender juntos en el desvalimiento y la desnudez ante el peligro para seguir viviendo.
Pablo en diálogo y relación: Nada le es ajeno y con todos se implica y complica. Para todos tiene palabra que no son de exigencia sino de humilde colaboración y de propuesta de fraternidad humana en el proceso de la dificultad y resolución de problemas. La vida compartida es el presupuesto previo del anuncio del evangelio. Dios vela y acompaña a su manera en los lugares y circunstancia más singulares y posiblemente extrañas. No hay duda de que todos estamos llamados a la salvación, que es universal y comunitaria.
Pablo signo de esperanza: cuando todo parece perdido, Pablo vive en la confianza del que lo acompaña siempre y le envía a la misión, que no quedará sin cumplirse porque Dios es siempre fiel. Llegarán, desnudos, en pobreza y muy desvalidos, pero el testimonio será posible porque es Dios quien lo asegura y nadie quedará en el camino, los débiles serán salvados junto con los fuertes y por la misma razón del crucificado.
Pablo testigo, con el testimonio de Jesús: Pablo ha aceptado la travesía como prisionero, sintiéndose enviado a dar testimonio y no pierde ninguno de aquellos con los que ha sido embarcado y él ha recibido como don del Padre en Cristo Cuando llega el mayor peligro más fuerte es su testimonio desde la debilidad y no desde la fuerza. Misterio cristológico que siempre ha de ser elaborado en la eclesiología de todos los tiempos y en todos los momentos de la historia.
Pablo y los signos: leer en creyente los datos de salvación que vamos viviendo juntos, aunque sólo seamos nosotros los que los entendamos por la gracia de la fe, es lo propio del apóstol que no desaprovecha ocasión para gritar lo que Dios hace calladamente: la salvación es gratuita, la iglesia apostólica lo sabe y predica, el gozo de la Iglesia es poder descifrar los sinos de la salvación que la presentan a ella misma como sacramento de esa realidad del reino.
El final y su predicación testimonial
No ha sido un momento, sino un proceso, tiempo agónico y difícil, en lentitud, pero nunca leído en claves de desesperación y condena. No se buscan culpabilidad para acusación sino deseo de esperanza para todos, también para los confundidos que no dejan de ser amados por el apóstol. Otro momento grandioso en la mayor debilidad para anunciar a Cristo que es fuerza para los que creen en él.
Conclusión:
“Los presbíteros, servidores de la esperanza, hombres entre los hombres, hermanos entre los hermanos, discípulos entre los discípulos, pobres seguidores del siervo de Dios que es el pastor bueno, el único, el verdadero, el maestro Jesús de Nazaret, en la comunidad del resucitado y en la barca de la historia que está ya sellada definitivamente para la salvación en la plenitud del Reino”