Las circunstancias obligan a mojarse e implicarse

En la situación socioeconómica actual mucha gente no ha hecho nada, por pensar que era muy poco lo que podía hacer. Pero como dijo Martin Luther King “Nuestras vidas empiezan a acabarse el día en que guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan”.

En la gestión de la crisis se han privatizado las ganancias y socializado las pérdidas. Se ha convertido en objetivo prioritario devolver la deuda y reducir el déficit. Y de esa forma los responsables del endeudamiento se han ido “de rositas” mientras que se han dejado desamparadas a las víctimas. Porque no ha habido dinero para combatir la pobreza y la desigualdad y sí que se han dotado recursos para que no se hundieran los que provocaron la crisis.

La gestión de la crisis debería hacerse aprendiendo de los errores cometidos y de sus causas para así redefinir el sistema económico mundial y asentarlo buscando solución a la necesidad de justicia social.

¿Cómo hacerlo?

A través de un modelo económico que diga ¡no! a la especulación y la corrupción; que no permita que los intereses del mercado dejen en entredicho la labor a favor de valores éticos referidos a los derechos humanos (ONU), el trabajo digno para todos (OIT), el acceso a los servicios de salud, educación o cultura (OMS y UNESCO); que no permita la inversión de 3.000 millones de dólares diarios en armamento.

A través de un modelo económico que diga ¡sí! a las medidas para evitar la muerte de más de 50.000 personas diarias por hambre y enfermedades para las que existe diagnóstico y tratamiento; que impida la sobreexplotación de los recursos naturales; que invierta en salud, alimentos educación y vivienda para todos; que apueste por las energías renovables; que dote a Instituciones como la ONU, el FMI, el Banco Mundial o la OMC de poder y de medios para alcanzar los fines para los que han sido creadas.

Es un cambio sistémico, y no meros parches que conllevan el riesgo de volver a la situación anterior.

Para ello en el diagnóstico del modelo económico imperante se hace preciso tomar buena nota de la sentencia de Montesquieu: “el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y en el diseño del nuevo modelo recordar a Rabelais cuando dice “ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma”. Porque, aun teniendo el conocimiento y los recursos para afrontar los desafíos existentes, el éxito solo llegará si hay un marco ético-jurídico con autoridad supranacional para intervenir eficazmente, haciendo cumplir las medidas adoptadas.

¿Callados ahora para llorar después?, escribió Ruben Dario.

No podemos aceptar el papel de súbditos resignados, que dejan que otros decidan. Hay que tener una actitud proactiva, a favor del bien común y de aquello que consideramos es nuestro deber.
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