Comer y dar de comer

Esta es la homilía que me ha salido para este día del Corpus. Por si aprovecha y sirve.

Dios es un pan. Lo más sencillo, lo de todos los días; el alimento que hace nuestro vecino, que no viene de una fábrica, que no está envasado, no tiene conservantes ni aditivos… Dios es un pan. Lo más necesario para vivir, lo más simple: granos de trigo cosechado, triturado, amasado con un poco de agua, y luego horneado.

Dios es muy sencillo. Nosotros lo complicamos. Él nos quiere alimentar, fluir por nuestras venas, ser carne de nuestra carne. A eso nos llama, a que lo comamos. Porque los cristianos aquí venimos a comer. Ni a pegarnos golpes de pecho, ni a hacer un pase de modelos; venimos a comer el pan de la vida. A comer; no a admirar imágenes, trozos de madera o de escayola, que desaparecerán. A comer; no a decir “qué bueno es el Señor” y que nuestra vida siga lo mismo. No. A comer: la Eucaristía es una comida. Por eso, en esta fiesta, inequívocamente, públicamente, os digo: ¡HAY QUE IR SIEMPRE A COMULGAR! Sobre todo quienes frecuentamos la Eucaristía, ¡hay que ir a comulgar siempre! SIEMPRE. ¿Siempre? ¡SÍ, SIEMPRE! No es preciso ser santos para ello, no es este pan un premio o un postre para los buenos… Jesús no dijo nada de eso; en cambio dijo “tomad y comed en memoria mía”, y de eso no hay duda. No le tengamos miedo a este pan, que es más bueno Dios que el pan. Y nos está invitando siempre, está el hombre a ver si lo comemos, nos quiere independientemente de cómo seamos, nos quiere con nuestros pecados, y está deseando que le comamos.

¿Para qué? ¿Para ponernos gordos? ¿Para pegarnos el pegote? Nooo: hay que comer para dar de comer. Mandato clarísimo de Jesús: “dadles vosotros de comer”, con lo que tengáis, con cuatro cacho panes y peces. Porque le mundo tiene mucha hambre. Hambre física, gente malnutrida, niños que tiene que trabajar y no pueden ir a la escuela, ancianos que muere solos, inmigrantes que no son acogidos, seres humanos que vagan sin techo... eso sí que son blasfemias y sacrilegios, más que las palabrotas. Esas son víctimas de la crueldad y de la corrupción de personas y sistemas, de estructuras políticas, económicas y sociales. Necesitan de nuestra solidaridad. A ver si vamos a estar aquí sacando la custodia y tocando el violín:

"¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: "esto es mi cuerpo", y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: "Tuve hambre y me distéis de comer", y más adelante: "Siempre que dejasteis de hacerlo a unos de estos pequeños, a mí en persona lo dejasteis de hacer". ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo".

San Juan Crisóstomo, siglo IV, toma castaña. Dadles vosotros de comer, compartid; a través de las campañas de Cáritas (hoy se envía la colecta íntegra), con un estilo de vida que no despilfarre, sin tirar la comida, sin derrochar y dando, compartiendo con generosidad.

Pero hay otras hambres, no tan llamativas, quizá más cercanas pero no menos trágicas. Las personas desechas, derribadas por los golpes de la vida, rendidas por la tristeza. Hay que darles de comer. Hay que ponerles buenos platos de cariño, panes de escucha, peces de ayuda, abrazos de apoyo y acogida, postres dulces que aligeren la amargura, vino que cicatrice las heridas y enjugue las lágrimas. Hay que darles de lo nuestro, de nosotros, de nuestra vida. ¿A qué esperáis? Venid a comer, con alegría, con agradecimiento, para tener fuerzas para ser buenos, para ser alimento que se entregue como Jesús. “Tomad y comed; dadles vosotros de comer”.

César L. Caro
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