Orgulloso de mi pueblo

Fue el jueves pasado. El teléfono comenzó a sonar temprano, y el mal presagio se tradujo rápidamente en palabras: "Pepe chatarra está a punto de morir".

A Pepe lo vemos casi a diario por el pueblo con su camión de chatarra; hace algún tiempo llegó de Portugal con María y sus tres nietos, una familia que lucha por sobrevivir al abandono, a la precariedad económica, a la desestructuración; unos niños con problemas de adaptación, una mujer que lucha y que cae, que no comprende español; un oficio humilde hecho de kilómetros de sacrificio cotidiano. Vida a trompicones, casi marginal, sufriente a golpes de riñón, golpeada por la adversidad y la desgracia.

Hace una semana a Pepe lo llevaron a Badajoz, decían que con una pancreatitis grave. Da igual; en cuestión de horas el sustento de su familia se esfumó, a nuestros vecinos les sobrevino una aplastante soledad, una peculiar indefensión que el pueblo sintió e hizo suya desde el primer momento.

Todo el día estuve enganchado al teléfono. Con Eva la asistenta, con Mari Carmen la praticanta, con Manolo el alcalde, que se hizo cargo de todo rebosando generosidad: hablar con el hospital, localizar a los familiares, negociar con las funerarias... Es increíble cómo este hombre se implica, y creo que le dedicaré otra entrada. Pero sobre todo me impresionó la gente: ¡cuántas personas llamaron, preguntaron, se ofrecieron y se preocuparon! "¿Hay que ayudar en algo? ¿Hay que colaborar para pagar el entierro? ¿Qué va a pasar ahora con los niños? ¿Van a pasar a hacer una recolecta? ¿Se podría abrir una cuenta bancaria?"...

Un montón de gente. Santa Ana entero. Yo estaba en Mérida pero podía sentir el rumor de la conmoción en los corazones, hasta mí llegaba la vibración de la solidaridad. Qué bárbaro, qué explosión espontánea de compasión, con qué autenticidad y sencillez la gente desea compartir, cómo se ha volcado mi pueblo.

La iglesia abarrotada en el entierro. El sábado, ayer, un mosaico de detalles, de gestos pequeños, con sabor a Evangelio anónimo y genuino... Hoy continúa la inquietud, me paran por la calle, quieren darme dinero, todo el mundo siente la urgencia de colaborar, esos niños no pueden esperar... Cuánto amo mi pueblo. Qué suerte he tenido de caer aquí, qué orgulloso y afortunado me siento. Gracias Dios mío por enseñarme a captar la hermosa lógica del Reino, gracias por decirme qué asombrosa es la gramática de la bondad.

César L. Caro
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