Santiago y la Lugnasad

Antes de hacerlo a Compostela, los peregrinos, siguiendo la Vía Láctea, en muchos lugares llamada Camino de Muertos, peregrinaban al Finisterre, a donde iban los muertos para llegar, siguiendo el rastro del sol poniente, a la isla de Avalón en donde los esperaba el rey Arturo. San Ero y Gundamur, héroes gallegos, cuando regresaron a este mundo, no conocieron a nadie ni nadie los reconoció a ellos. Había trascurrido la friolera de tres cientos años largos aunque a ellos se les hubiesen pasado tan rápidos como un suspiro. Contaron que durante su estancia en el otro mundo bellas señoritas les servían todos los días manjares exquisitos en platos de piedra finísima que ellos comían con tenedores y cuchillos de oro y azabache mientras escuchaban una banda de músicos que interpretaban músicas celestiales con instrumentos de plata y piedras preciosas incrustadas (J. F. Valverde, Gozo y tiempo eternos en la literatura medieval). Este es el mundo que vio Don Quijote cuando bajó a la Cueva de Montesinos; es el mundo de Sueño de una noche de verano (Shakespeare) y de El bosque animado (Fernández Flórez).
Fiesta de la divinidad, instituida a perpetuidad y de obligatorio cumplimiento para todas las clases sociales, la Lugnasad honraba a Lug bajo su aspecto de rey distribuidor de riquezas; garantizaba la abundancia de cosechas, aseguraba la paz y la amistad entre las personas y los pueblos, y protegía la gente y los rebaños contra las pestes. El rey no podía, de ningún modo y bajo ningún pretexto, suprimirla porque hubiera provocado calamidades mortíferas y tormentas aterradoras. El día de la Lugnasad había intercambios económicos, se iniciaban diálogos matrimoniales entre jóvenes de edad propicia; se organizaban juegos, concursos y carreras de caballos; los poetas proclamaban poemas, los músicos interpretaban composiciones y los druidas pronunciaban discursos. El único promotor de la fiesta era exclusivamente el rey, en tanto que sucesor de Lug. En la actualidad sigue celebrándose pero se ha convertido en una fiesta folklórica y una feria de productos tradicionales agrícolas.
Santiago debutó en Coimbra el año ¿1050? con Alfonso VI. Declarado protector del reino y de los pueblos, Santiago se ganó con justicia el apelativo de Matamoros porque, montado sobre su caballo blanco, según algunos autores, la transformación del caballo blanco de Cástor y Pólux, ayudó a los cristianos a derrotar a los moros en mil batallas (A. Castro, España en su historia. Cristianos, moros y judios). De tiempo en tiempo, salta a los medios la discusión de si es o no conveniente retirar de las iglesias, catedrales y edificios públicos la imagen de Santiago, patrón de España, en las que aparece atropellando moros con su caballo y cortándoles la cabeza con la espada.
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