La inmigración y sus reales problemas son un tabú como la muerte. Ningún político se atreve a hincarle el diente como nadie se atreve a hablar abiertamente de la muerte. “Antes no se podía hablar de sexo; ahora de eso habla todo el mundo, en todas partes y a través de todos los medios”, me dijo uno en la tertulia del bar. Otro dijo: “Antes se hablaba de a muerte con naturalidad, ahora no se puede hablar de la muerte porque es morboso, queda feo. Al que habla de la muerte le llaman aguafiestas”. “No nos engañemos, sobre sexualidad se dice cualquier cosa pero frente al sexo la gente no es libre. Una cosa es el libertinaje y otra la libertad; una cosa es hablar y otra dar fruto”, dijo el tercero. “A ver quien se atreve a criticar a los homosexuales cuando ellos insultan y critican lo que les da la gana”, añadió alguien que hasta entonces no había abierto la boca. También es un tabú hablar de Dios en algunos ambientes progres en los que está de moda hablar del pensamiento positivo, de espiritualidad (sin Dios), de los ángeles y de la eternidad del cangrejo.