"La memoria debería ser una vacuna contra la insolidaridad" Partido Popular y Vox: los "buenos católicos" contra el inmigrante

Partido Popular y Vox
Partido Popular y Vox

"El pasado 15 de septiembre, el Congreso de los Diputados vivió una votación que no pasará desapercibida"

"La proposición de ley de Vox para modificar la Ley de Extranjería y eliminar la figura del arraigo fue rechazada gracias al voto en contra de la mayoría de grupos parlamentarios"

"Pero el dato más llamativo no fue el resultado final, sino el apoyo cerrado del Partido Popular a las posiciones ultras de Vox"

El pasado 15 de septiembre, el Congreso de los Diputados vivió una votación que no pasará desapercibida: la proposición de ley de Vox para modificar la Ley de Extranjería y eliminar la figura del arraigo fue rechazada gracias al voto en contra de la mayoría de grupos parlamentarios. Pero el dato más llamativo no fue el resultado final, sino el apoyo cerrado del Partido Popular a las posiciones ultras de Vox. Ambos sumaron 169 votos, frente a los 177 que impidieron que avanzara una propuesta que pretendía criminalizar y condenar a la invisibilidad a miles de personas migrantes.

El arraigo es una herramienta jurídica consolidada en España desde hace casi dos décadas. Gracias a ella, personas que han residido de manera continuada en nuestro país y que acreditan vínculos laborales, familiares o de inserción social pueden regularizar su situación, trabajar legalmente, cotizar a la Seguridad Social y aportar al sostenimiento de los servicios públicos. Suprimir esta vía no solo es un golpe contra la dignidad humana, sino también contra la cohesión social, la convivencia y la propia seguridad jurídica.

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Sin embargo, Partido Popular y Vox han decidido caminar juntos en la senda del miedo y la exclusión, abrazando un discurso que niega lo que es ya una evidencia: España es una sociedad plural, mestiza y enriquecida por la aportación de las personas migrantes.

"La memoria de Galicia debería ser vacuna contra la insolidaridad"

Aquí, en Galicia, esa postura duele todavía más. Fuimos pueblo de emigrantes. Durante décadas, miles de gallegos tuvieron que hacer las maletas y cruzar océanos buscando un futuro mejor. Sabemos lo que significa llegar a un país extraño, sin hablar el idioma, sin papeles, sin trabajo y con una familia que alimentar. ¿Cómo es posible que quienes se declaran defensores de las “raíces” de España voten hoy contra quienes pasan por lo mismo que pasaron nuestros abuelos? Ese olvido histórico convierte en cruel paradoja la alianza del Partido Popular con Vox. Porque la memoria de Galicia debería ser vacuna contra la insolidaridad.

Lo digo también desde la experiencia. Yo mismo he trabajado codo con codo con personas que llegaron sin nada. Recuerdo con nitidez a un hombre mayor, recién llegado, enfermo del corazón, que no sabía ni cómo pedir ayuda. No hablaba nuestro idioma, y lo único que pudo hacer fue pedirme un papel y un bolígrafo para dibujarme una flor y un invernadero. Su mensaje era claro: “quiero trabajar”.

Aquel hombre lloraba, y con sus lágrimas mostraba la mezcla de miedo, impotencia y esperanza que viven tantos inmigrantes al llegar a un país nuevo. Hoy, muchos años después, ese hombre está jubilado en España. Sus hijos trabajan, han formado una familia, han comprado una casa, han invertido y han cotizado a la Seguridad Social. Han generado riqueza, empleo, movimiento económico. Su historia es la de miles de inmigrantes que, pese a la dureza del camino, han hecho de nuestra tierra también la suya.

¿Y ahora queremos negarles el derecho a arraigarse, a integrarse, a vivir con dignidad? ¿Olvidamos que esa aportación es imprescindible para sostener nuestro propio futuro?

Lo más llamativo es que incluso la propia Iglesia católica se ha desmarcado de esta deriva. La Conferencia Episcopal ha defendido reiteradamente el valor del arraigo como expresión de integración real. Según recuerdan, la mayoría de trabajadores migrantes lleva más de diez años entre nosotros, contribuyendo al desarrollo común.

Los obispos han sido claros: la migración constituye un desafío, sí, pero también una oportunidad para crecer como sociedad. Han subrayado que las personas migrantes “aportan su trabajo para el desarrollo de nuestro país; nos enriquecen como personas por su alegría, perseverancia, austeridad; nos refrescan la presencia de Dios despertando en nosotros el ansia de justicia, caridad y paz”.

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"Cada lágrima de un inmigrante es un espejo que debería recordarnos nuestra propia historia"

Frente a esta visión humana y cristiana, el Partido Popular se alineó con Vox, despreciando el sufrimiento de miles de familias y abrazando la agenda de la ultraderecha. ¿Dónde queda entonces la coherencia de quienes presumen de ser “los buenos católicos”?

Los datos son claros y desmontan el relato del miedo:

-Las personas migrantes cotizan y sostienen la Seguridad Social, fundamental en un país envejecido como el nuestro.

-Generan consumo, compran viviendas, abren negocios, invierten.

-Contribuyen a la diversidad cultural, enriqueciendo nuestras comunidades.

-Suplen vacíos laborales en sectores donde la población autóctona ya no llega.

Pretender que son una carga es un engaño que alimenta prejuicios y fractura social. En realidad, sin ellos, muchos de nuestros servicios y de nuestra economía se resentirían gravemente.

El Partido Popular se equivoca de enemigo. No son las personas migrantes quienes ponen en peligro la convivencia. Es el discurso del odio, de la exclusión y de la estigmatización el que socava los consensos básicos de nuestra democracia.

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El arraigo no es una concesión: es una vía ordenada, legal y segura para integrar a quienes ya forman parte de nuestra sociedad. Negarlo es condenar a miles de personas a la marginalidad, con consecuencias negativas para todos.

Al votar junto a Vox, el Partido Popular se sitúa en una lógica antisistema, erosionando la credibilidad de un marco jurídico que ha demostrado funcionar. Prefieren sembrar miedo en lugar de reconocer la realidad: la migración no es una amenaza, es una oportunidad.

Yo aún recuerdo las lágrimas de aquel hombre que, sin palabras, solo pudo dibujarme una flor y un invernadero para pedir trabajo. Su vida, su esfuerzo, su jubilación digna en España, el futuro de sus hijos, son la mejor respuesta a quienes niegan el arraigo.

Cada lágrima de un inmigrante es un espejo que debería recordarnos nuestra propia historia. Porque también nosotros fuimos emigrantes. Porque también nuestros abuelos lloraron en barcos y estaciones. Porque negar hoy esa realidad es negar nuestra propia memoria.

Y es aquí donde el Partido Popular debería mirarse: no se puede ser buen católico ni buen demócrata votando contra la dignidad humana.

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