Cismáticos y ortodoxos

Lo contábamos ayer: los lefebvrianos se tiran de nuevo al monte. De nada han servido los gestos, la paciencia, la generosidad infinita (rayando casi en lo servil) de Benedicto XVI para acabar con el último cisma de la Iglesia católica. La fraternidad de San Pío X tira contra todo: el ecumenismo, el Papa, la libertad religiosa, el gobierno colegiado, las misas que no sean en latín, los masones, los liberales, el pueblo de Dios... No dejan títere con cabeza. Y aduciendo, además, una sinrazón: como la Verdad está de su mano, y en nombre de la ortodoxia y la recta doctrina.... se la saltan a la torera.

Líbreme Dios de decirle a nadie cómo tiene que vivir su fe. Pero también de ser tolerante con los intolerantes. Con los que derraman odio y claman venganza porque "Dios lo quiere". Un mensaje que nos retrotrae a las cruzadas, a la época en la que se quemaba a la gente por pensar de otro modo, por creer de diferente manera, por "no tener alma". Que nos empuja a una Iglesia que afortunadamente hace décadas (y el Concilio Vaticano II hizo mucho por eso) que dejó de dar esa imagen. Aunque quede mucho por hacer.

Los que en virtud de la Verdad, de "su" Verdad -que no es la de Cristo- alimentan lo que describe la declaración conocida ayer, no pueden ser auténticos seguidores de Jesús. Lo quemarían vivo, le arrancarían la piel, lo clavarían en un madero. Y todo en nombre de la ortodoxia. La misma que defienden los que atacan a profetas ancianos, persiguen a teólogos, religiosos, sacerdotes o laicos por el mero hecho de pensar. Y es que leyendo algunos artículos o declaraciones, uno comprende que tal vez el problema sea ése: el mero hecho de pensar. O de no hacerlo.
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