El Consistorio del fin del mundo

Las encuestas de los vaticanistas, esta vez, fallaron estrepitosamente -a excepción de las apuestas seguras, como la del Secretario de Estado o los jefes de dicasterios-, pero no por falta de información, sino de adaptación. Muchos aún no se han dado cuenta que el aire ha virado, que los modos han cambiado, que este Papa es diferente. La prueba fue que el nombramiento de Fernando Sebastián pilló a la Conferencia Episcopal con las vergüenzas al aire, tardando más de dos horas en sacar una nota de prensa, y una hora en hacer el clásico aviso vía sms a los periodistas. En esos momentos, nuestros lectores ya conocían los nombres y las razones de las designaciones.
Hay varias lecturas de estos nombramientos. Las primeras, por exclusión: Francisco no ha ido más allá, porque no es el momento de hacerlo; y asistimos al final del carrerismo. Ya no vale ser arzobispo de una diócesis históricamente cardenalicia para obtener la birreta. Se premia al hombre y no al cargo.
Las siguientes, por afirmación: el primer consistorio de Francisco será el del fin del mundo. Quitando los curiales, apenas dos nuevos purpurados electores europeos -Basetti y Nichols-, mientras que la presencia de Latinoamérica, Asia y África se multiplica. Especialmente significativos tres nombramientos: el del arzobispo de Haití -hoy se cumplen cuatro años del fatídico terremoto-; el de monseñor Polli, su sucesor en Buenos Aires; y el de Andrew Yeom Soo jung, arzobispo de Seúl, en un momento en el que la escalada de la violencia en Asia resulta ciertamente preocupante.
El Papa venido del fin del mundo nos ofrece una Iglesia más abierta, más plural, más universal, que comenzará a plasmarse este mes de febrero. Donde, por cierto, Francisco congregará a los cardenales para hablar de la pastoral de la familia y para presentarles las reformas que, días antes, habrá cerrado con el G-8.
Estamos ante una nueva era. Espero que ya a nadie le quepan muchas más dudas. Y nos aguardan muchas más sorpresas.