Monteiro: un hombre bueno

Ayer nos tomábamos el aperitivo con la noticia -no por más anunciada, la última vez por Andrea Tornielli en RD a finales de mayo- de que el Nuncio de Su Santidad en España, Manuel Monteiro de Castro, abandonaba el cargo que había ocupado durante algo más de nueve años. Casi un decenio de trabajo callado y efectivo, con claras lagunas pero marcado por la modestia y el saber hacer. Monteiro se marcha a un puesto clave en la Santa Sede (número dos de la Congregación de Obispos, y con ciertas opciones de alcanzar la púrpura en breve), desde el que no perderá de vista España ni a los españoles. En todo caso, un puesto no buscado por él pero aceptado con una sonrisa y un cierto suspiro de alivio. Pues las cosas en España, casi desde el principio, se habían tornado insostenibles. Pero de eso ya hablamos ayer.

Monteiro ha sido el único Nuncio en la historia de nuestro país que ha traído a España a dos Papas (Juan Pablo II en 2003 y Benedicto XVI en 2006), que ha sido llamado a consultas por dos Gobiernos distintos (en 2002, por el PP, a cuenta de la famosa pastoral de los obispos vascos; y en 2005, por el PSOE, a cuenta de unas supuestas críticas de un moribuno Juan Pablo II al Ejecutivo socialista) y que ha sabido capear el temporal de una Conferencia Episcopal dividida y enfrentada con la sociedad democrática. Ni en tiempos de Tarancón, ni de Suquía, ni mucho menos de Yanes se llegaron a extremos como los que hemos vivido en los últimos años. Tal vez por ello Monteiro colaboró decididamente con Ricardo Blázquez (y, en otro ámbito, con el cardenal Cañizares) durante el trienio 2005-2008, el de los dos reinados en la Casa de la Iglesia: el oficial y el real.

Monteiro de Castro perdió a su madre durante su misión en España, sintió la soledad más profunda -impuesta por quienes siempre le consideraron un estorbo para sus planes- por parte de su hermanos, tuvo que soportar acusaciones de masón, amigo de los socialistas y poco menos que "laicista" por tratar de no cerrar los puentes que, desde ciertas atalayas, se dinamitaban una y otra vez.

Para la historia quedarán el famoso "caldito" (que de caldito no tuvo nada) con el presidente Zapatero, que ciertamente evitó males mayores -incluso, la denuncia de los Acuerdos Iglesia Estado-; el histórico acuerdo para el IRPF; y su impulso para la resolución definitiva del conflicto entre Lérida y Barbastro. Y, cuando alguien quiera contarla -o se plasme en la práctica-, las conversaciones que se produjeron durante la visita del cardenal Bertone a España.

El arzobispo portugués se marcha de nuestro país sin haber podido concretar la reordenación de las diócesis que se le había encomendado. Una cierta adecuación -no total- de los territorios eclesiásticos a los provinciales que, finalmente, no se pudo llevar a buen término. Por el momento. Y con una política de nombramientos discutible tanto por la tardanza en la designación como por el excesivo sesgo hacia un lado de la balanza que se ha vivido, especialmente en los últimos años. Aunque, en este caso, nos tememos que no fue suya toda la culpa.

También apuntamos en el debe el modo de proceder ante los últimos escándalos que están salpicando a la Iglesia católica de nuestro país: Ucam o Lumen Dei, así como cierta autocensura a la hora de criticar las decisiones del "vicepapa" de España.

Y es que Monteiro, fundamentalmente, es un hombre del Papa. Lleva trabajando para la Santa Sede desde 1967 y, aunque España no es cualquier otro país -junto a París o Washington, históricamente las sedes más relevantes de la legación vaticana-, ha demostrado la suficiente paciencia y saber estar para que su misión no fuera afectada por los vientos externos.

Ahora, las cosas cambian. Monteiro se convierte en cabeza de león, o casi, y con un futuro interesante a las puertas. No olvidará España, y todas las experiencias vividas en nuestro país -incluidas las presiones- le servirán en su nueva misión. Y es que el secretario de la Congregación de Obispos es el gran factótum del nombramiento de prelados en todo el mundo. Él es quien organiza las ternas, organiza las reuniones del dicasterio presidido -todavía- por el cardenal Re y gestiona las mismas. Allí se encontrará, de nuevo, con el cardenal Rouco. Pero en esta ocasión Monteiro jugará en casa. En la de la diplomacia vaticana, que ha demostrado con creces dominar.

¿Cómo afectará este cambio a España? Es difícil de precisar por el momento, entre otras cuestiones porque, en lo concreto, será más relevante el nombre y perfil del nuevo embajador, que estará nombrado para septiembre. Pero ya habrá tiempo de hablar de ello. Hoy, simplemente, era tiempo de agradecer, y recordar, la figura de un hombre bueno. Que se ha tenido que ir, como tantos otros en nuestra Iglesia, pero que ha sido fiel a la misión encomendada. Que Dios le guarde, monseñor. Buena suerte.

baronrampante@hotmail.es
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