Tu primera Navidad

Ibas a llegar entre polvorones, turrón (del blando) y gotitas de champán francés, rodeado de envoltorios, carbón de caramelo, anunciado con zambombas y panderetas, ande ande ande. Marcamos el camino con los pedazos rotos de los boletos del sorteo que nunca toca, pero es que habíamos ganado el Gordo, los tres de Oriente habían leído atentamente nuestra carta, y tú eras el principal regalo, el más deseado.
Hoy encenderemos las luces del balcón, la vela en torno al Nacimiento, cantaremos a los peces borrachos del río y nos disputaremos quién descorcha las botellas. Caerán unas cuantas. Aunque tú no estés. Aunque no hayas podido venir. Será una Noche triste, pero no dejará de ser NocheBuena.
La cuna de Belén estará ocupada por otros niños que nacen hoy, que no dejan de llegar a este mundo donde cada vez hay menos Noches de Paz. Niños con el rostro que imaginamos para ti, con tu sonrisa, con los sueños que Dios depositó en el Universo.
Niños que nacen sin panes debajo del brazo, envueltos entre sábanas de bombas, odio e incomprensión. Que beben las lágrimas de sus padres, de sus vecinos, que se alimentan del miedo a un nuevo estruendo, o a una vía de agua en la lancha de plástico que se mece en mitad del océano a la espera de una estrella en forma de barco de salvamento que les indique el camino a la Tierra Prometida.
Niños que piensan en un colegio con pupitres y ventanas mientras golpean, durante horas, piedras con mazas, que juegan descalzos al fútbol con un balón de trapo. Niños que, como los padres de Belén, encuentran todas las puertas cerradas, todos los muros encalados, todas las concertinas afiladas. Pero también un establo, el calor de unos animales, un colchón de paja, y el cariño de tantos que, como ellos mismos, también se sienten solos, excluidos o son más pobres que las ratas. Y es que siempre acabas encontrando tu sitio.
Tú estarás en todas esas miradas, en las lágrimas, las sonrisas, las nanas nanita ea, en los inmensos ojos que nos interpelan detrás de la televisión apagada desde Alepo, Bangui, Tucumán o Jartún. Y en la eterna pregunta sin respuesta de ese otro niño que una Buena Noche quiso venir a vernos y se quedó para siempre. Y que se esconde detrás de las guirnaldas, las comilonas, los regalos, las llamadas, las ausencias, los silencios rotos, las campanas sobre campanas.... Que nos sobrepone a las tristezas y a los excesos, que nos recuerda que hoy, siempre, es tu primera Navidad. Y que hay que ser Navidad todos los días de nuestra vida, y hacernos como niños... para no acabar echando de menos lo que fuimos, lo que tuvimos, lo que soñamos.
Queda todo un mundo por construir, y empieza en ese pesebre donde estás, claro que estás, como todos los días. Aunque no pueda enseñarte a montar el Belén, o limpiar el scalextrix, o atarte los cordones, o enseñarte las cuentas, o esperar a que regreses a las tantas, o confiar en que, esta vez, me encontraré detrás de tu mirada. Porque al final siempre eres tú. Siempre somos tú. Mi Dios, mi niño, mi estrella.