Hoy celebrábamos la
jornada de la Infancia Misionera. En la misa, unos compañeros nos han relatado la historia de un n
iño de cuatro años, que ha pasado cuatro días encerrado en una sala del aeropuerto de Barajas, sin poder ver la luz del sol, porque no tenía papeles. A punto de ser deportado. Su tía lo había traído de
Bolivia después de que su madre muriera, y de que pasara dos años de albergue en albergue, a cual peor. T
odas las autoridades, desde la Policía a los trabajadores sociales, pasando por el juez de guardia o la Fiscalía se lavaban las manos. Nadie quería ocuparse de ese niño. Afortunadamente, la presión de algunos ha logrado que los que podían se levantaran de su sofá en fin de semana e hicieran algo. Ahora, el niño vuelve a estar con su tía, en su casa, en Madrid. No será un misionero, pero merece nuestro recuerdo. Y su caso,
nuestra indignación. Para que conste
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