Un viaje para un mundo nuevo

Será un viaje peligroso, aunque este Papa no tiene miedo y continuará viajando a pecho descubierto, ya sea en Ammán, en Belén o en Jerusalén. Con momentos especialmente tensos, como su visita al Muro de las Lamentaciones o el traslado desde Belén a Tel Aviv (un fracaso de la organización, pues apenas existen ocho kilómetros entre el lugar donde nació Jesús y Jerusalén. Pero no ha sido posible que el camino se hiciera en automóvil).
El ecumenismo también tendrá un notable peso en el viaje papal. Francisco estará acompañado, además de por el rabino Skorka y un líder musulmán, por todos los patriarcas de las Iglesias orientales, y habrá un histórico encuentro en la Basílica del Santo Sepulcro con el patriarca de constantinopla y los líderes cristianos de una Tierra Santa donde profesar la fe en Cristo cada vez resulta más difícil.
Francisco se encontrará con los refugiados sirios en Jordania, llamará a la creación de un Estado palestino, pedirá respeto a Israel y la coexistencia pacífica, y no dejará a nadie indiferente. La diplomacia vaticana está haciendo encaje de bolillos para no disgustar a las autoridades israelíes, que ya han tenido que tragar algún que otro sapo al comprobar cómo se da estatus de visita de Estado a la estancia en Palestina.
Hay muchos que desean que este viaje fracase. Muchos otros, en cambio, lo vemos como una oportunidad para un mundo nuevo, que necesita encontrarse, confrontar ideas y resurgir de la mano. Con respeto a las diferencias, y caminando juntos hacia una tierra que sea verdaderamente santa porque sea en la que todos quepamos. Para esto, y para mucho más, viaja el papa Francisco a Tierra Santa.