El análisis de los Evangelios apunta hacia un Jesús meramente humano (203-02)

Hoy escribe Antonio Piñero


El tema de hoy es uno de los presupuestos a los que aludimos en la nota de ayer y del que hemos hablado en múltiples notas. La hipótesis de trabajo es la siguiente: los Evangelios están escritos después de Pablo e influidos por la teología paulina. Por ello no es ilógico sino esperable que presenten a un Jesús que durante todo el conjunto de su vida mortal (de eso se trata, no sólo de su muerte y su resurrección tal como hizo hincapié Pablo) se mostró ya como hijo de Dios real y físico. Pero, los evangelistas aceptan la tradición sobre Jesús con bastante respeto. Y hay mucho material en esa tradición que transmiten sin caer plenamente en la cuenta que contradice su presentación de un Jesús como hijo divino, real de Dios.

Ese material, denominado por Puente Ojea “furtivo”, ha sido transmitido por el peso de la tradición misma. No podía negarse, ni evitarse; sólo reinterpretarse en el sentido de la tradición del Cristo celeste ya formada gracias a la reinterpretación paulina de Jesús, transmitida sus seguidores. Pero la filología y los métodos de análisis de la historia antigua descubren el sentido originario de ese material.

Así, hemos indicado más de una vez que el bautismo de Jesús señala su auto consciencia de su falibilidad como ser humano, su pecabilidad –lo que es contrario a un ser divino-, ya que cualquier hipótesis contraria supondría que Jesús habría hecho con su bautismo una suerte de pieza de teatro o de “cara a la galería”, hipótesis no contemplable en un análisis global de la figura de Jesús.

Que el estudio de los pasajes del Dios de Jesús nos informan hasta la saciedad que para él Dios era esencialmente “el Otro” y que la distancia entre él y su “padre”, por muy familiar y cercana que fuera, jamás podía superar la barrera de su Trascendencia absoluta, etc.

Igualmente hemos mantenido que la religión de Jesús es total y puramente judía, como se deduce de su cumplimiento de las fiestas del judaísmo, de su aceptación del Decálogo, de la Shemá, del valor de la Escritura, del Templo y sus sistema sacrificial, etc. Normalmente este postulado se acepta, incluso por los teólogos católicos más combativos…, pero nunca se deducen las consecuencias lógicas.

Por ejemplo, hemos sostenido que Jesús era un judío con todas las de la ley, y que consecuentemente nunca pudo superar y quebrar la esencia de su judaísmo; nunca quebrantó la Ley, ni -caso extremo, pero muy visible, pudo haber instaurado una eucaristía tal como lo presenta la concepción paulina porque eso supone romper todo el esquema sacrificial del judaísmo, crear un sacramento nuevo, romper el tabú de la sangre y de la imposibilidad de ingestión, aunque simbólica, de la divinidad.

Y, en concreto, hemos sostenido que jamás quebrantó el sábado, ni las prescripciones alimentarias, ni que realizó curaciones en sábado día sabiendo que estaban prohibidas (en su época aún no…, y que ni siquiera las famosas antítesis “Se os ha dicho, pero yo oso digo…” suponen que él se considerara estrictamente por encima de Moisés, sino que como en el caso del divorcio (Mc 10), Jesús sostenía –como por ejemplo, los esenios-- que el Génesis, que narraba las circunstancias del inicio de la creación, era también ley, y por tanto su correcta intelección podía llevar a precisar y endurecer algunas de las prescripciones mosaicas (el divorcio) o las tradiciones de los fariseos mismos, etc. en suma: Jesús pretendía no quebrantar la Ley, sino en todo caso hacerla más pura, a veces más dura, y más de acuerdo con sus orígenes.

Y hemos indicado que hay signos claros en los Evangelios incompatibles la concepción de un ser divino, como, por ejemplo, su “impotencia” o falta de sabiduría omnisciente. Jesús, como ser humano que era aceptaba que no sabía cuándo iba a venir realmente el fin del mundo (Mc 13,32), o que no estaba en su mano otorgar las plazas de preferencia en el Reino futuro (caso de la petición de Santiago y Juan y la negativa de Jesús: Mc 10,40)

En una palabra, que --como hemos sostenido-- los Evangelios mismos nos proporcionan decenas de pistas para averiguar que el Jesús que ellos presentan es meramente humano.

Pero al mismo tiempo, poco tiempo después de la muerte de Jesús, al parecer por la teología de Pablo y ciertamente por la de los Evangelistas que escriben después de él, podemos estar ya seguros de que se considera divino a ese Jesús. Se ha producido la divinización de Jesús.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com




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