Qué bonito funeral
Hoy escribe un ciudadano conmovido
Me disponía a hablarles de Herodes Antipas, pero no sé por qué –quizás por alguna extraña asociación de ideas– el cuerpo me pide a última hora referirme brevísimamente al funeral de Estado de un expresidente español. Tengo que confesar que lamento sobremanera no haber visionado el mencionado espectáculo que, según creo, fue retransmitido en la Televisión Pública. Tenía otras cosas que hacer, ciertamente menos importantes. No obstante, me he hecho una idea cabal viendo un par de fotografías panorámicas y leyendo o escuchando algunas de las perlas del momento. Suficiente para haberme quedado satisfecho y haberme sentido orgulloso, una vez más, de ser ciudadano de este país.
Uno de los aspectos que más me ha gustado es que una vez más ha quedado de manifiesto la modélica aconfesionalidad del Estado Español: toda la plana mayor de las más altas autoridades del Estado, incluyendo a sus Católicas Majestades, escuchando devota y respetuosamente las ocurrencias de uno de los Hechiceros Mayores del Reino, ante el cual ya han inclinado la cerviz en cientos de ocasiones todos los miembros de la familia real. Reconforta comprobar una vez más la superación de todo cainismo y antihechicerismo trasnochados, y el grado de tolerancia y de aconfesionalidad alcanzados.
Lo que me conmueve de modo igualmente hondo es que una vez más ha quedado de manifiesto el inmenso respeto por la Justicia, la Democracia y los Derechos Humanos de nuestros gobernantes, abriendo a un Feliz Dirigente Guineano las puertas de nuestro país, y sentándolo en primera fila para que se le vea bien. Por supuesto que habría sido una falta de consideración y de decencia cerrarle la puerta. Además, esta entrañable hospitalidad está en plena consonancia con el hecho de haber invitado a pronunciar una conferencia sobre la lengua española en una sede del Instituto Cervantes a este prohombre que, entre otras lindezas, honra el lenguaje negando la existencia de pobreza en Guinea (“pobreza” es, ciertamente una palabra muy fea del diccionario) o afirmando que todo gobernante es un dictador, porque todo gobernante –sic– dicta las normas por las que se rige su pueblo. ¿Quién puede resistirse a tanta lucidez lexicológica y semántica?
Qué buen gusto, qué dignidad, qué decencia, qué porte, qué coherencia, qué respeto por el finado, qué savoir-faire en este inolvidable acto político-religioso.
No sé si asistieron doña Cristina y don Iñaki, pero deberían haberlo hecho: no habrían desmerecido lo más mínimo en esta lucida ceremonia. Un bonito funeral de Estado. Y un precioso funeral católico, sí señor.
Saludos cordiales de un ciudadano conmovido
Me disponía a hablarles de Herodes Antipas, pero no sé por qué –quizás por alguna extraña asociación de ideas– el cuerpo me pide a última hora referirme brevísimamente al funeral de Estado de un expresidente español. Tengo que confesar que lamento sobremanera no haber visionado el mencionado espectáculo que, según creo, fue retransmitido en la Televisión Pública. Tenía otras cosas que hacer, ciertamente menos importantes. No obstante, me he hecho una idea cabal viendo un par de fotografías panorámicas y leyendo o escuchando algunas de las perlas del momento. Suficiente para haberme quedado satisfecho y haberme sentido orgulloso, una vez más, de ser ciudadano de este país.
Uno de los aspectos que más me ha gustado es que una vez más ha quedado de manifiesto la modélica aconfesionalidad del Estado Español: toda la plana mayor de las más altas autoridades del Estado, incluyendo a sus Católicas Majestades, escuchando devota y respetuosamente las ocurrencias de uno de los Hechiceros Mayores del Reino, ante el cual ya han inclinado la cerviz en cientos de ocasiones todos los miembros de la familia real. Reconforta comprobar una vez más la superación de todo cainismo y antihechicerismo trasnochados, y el grado de tolerancia y de aconfesionalidad alcanzados.
Lo que me conmueve de modo igualmente hondo es que una vez más ha quedado de manifiesto el inmenso respeto por la Justicia, la Democracia y los Derechos Humanos de nuestros gobernantes, abriendo a un Feliz Dirigente Guineano las puertas de nuestro país, y sentándolo en primera fila para que se le vea bien. Por supuesto que habría sido una falta de consideración y de decencia cerrarle la puerta. Además, esta entrañable hospitalidad está en plena consonancia con el hecho de haber invitado a pronunciar una conferencia sobre la lengua española en una sede del Instituto Cervantes a este prohombre que, entre otras lindezas, honra el lenguaje negando la existencia de pobreza en Guinea (“pobreza” es, ciertamente una palabra muy fea del diccionario) o afirmando que todo gobernante es un dictador, porque todo gobernante –sic– dicta las normas por las que se rige su pueblo. ¿Quién puede resistirse a tanta lucidez lexicológica y semántica?
Qué buen gusto, qué dignidad, qué decencia, qué porte, qué coherencia, qué respeto por el finado, qué savoir-faire en este inolvidable acto político-religioso.
No sé si asistieron doña Cristina y don Iñaki, pero deberían haberlo hecho: no habrían desmerecido lo más mínimo en esta lucida ceremonia. Un bonito funeral de Estado. Y un precioso funeral católico, sí señor.
Saludos cordiales de un ciudadano conmovido