Crisis de civilizaciones

La crisis del Estado de bienestar de la que venimos hablando estos días está muy afectada por la crisis de civilizaciones que se está produciendo hoy. Los cambios que se están dando penetran y condicionan todos los ámbitos de nuestra vida, muy particularmente al trabajo.
Pero no sólo eso, también están en crisis valores éticos y culturales y, con ellos, otros modos de comportamiento, aparición de otras formas de ocupación y desaparición de actividades profesionales, que hasta ahora constituían el centro de nuestras vidas, cambian sin cesar y estamos descolocados.
Más allá de la “ideología industrial” y de la “cultura del trabajo”
Más allá del proceso productivo se vislumbran cambios más profundos, por lo que se impone una reflexión sobre todo ello, si se quieren descubrir y diseñar políticas de futuro realistas, que respondan a los nuevos problemas y desafíos que se plantean. Hemos de reconocer que estamos muy viciados por los malos hábitos de la ideología industrial y de la cultura del trabajo. Señalemos algunos de estos hábitos tal como los describe A. Janniere (Travailler aujourd´hui, en “Etudes” abril 1985).
El primero consiste en pensar que nuestro tiempo se divide entre horas productivas remuneradas y horas consideradas como improductivas, estén o no remuneradas. Nuestro hábito es ahorrar el dinero que hemos ganado en nuestras horas de trabajo productivo para gastarlo en nuestras horas de “descanso”.
El segundo consiste en dar por supuesto que existe un estrecho vínculo entre trabajo y “fabricación”, tanto que nos incapacita para poder imaginar que la producción pueda realizarse de una manera distinta a una sucesión organizada de actos y gestos remunerados.
El tercero consiste en valorar a la persona humana en función de la posición que ocupa en el sistema productivo, con preferencia o exclusión de cualquier otro tipo de criterio valorativo.
El cuarto consiste en planificar el tiempo de no-trabajo, en función exclusiva del trabajo: para “recuperar fuerzas” , para “descansar”, para “cambiar de ambiente y olvidar”, para “evadirse del trabajo cotidiano”. Es necesario, se piensa, “escaparse y disfrutar de la naturaleza…” Se fomenta el ocio, las actividades lúdicas para “compensar la fatiga del trabajo”. Las vacaciones son un simple “paréntesis” en la vida normal que es la del trabajo.
En el esquema, pues, de la ideología industrial el valor “liberador” del descanso, del tiempo libre, se encuentra, precisamente, en oposición al trabajo obligatorio y penoso. Este planteamiento carece de sentido, o por lo menos tenderá a carecer de sentido, en una sociedad en la que el trabajo clásico deja de ser el centro de la actividad humana.
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En la crisis económica y laboral en que nos encontramos hoy, los sindicatos dicen que la activación de la economía no es posible sin la creación de empleo. Pero esto no es posible sin una nueva fiscalidad, más impuestos a la banca y a las clases altas. Sin un pacto social importante no hay solución. Esta pasa por una buena política que se ponga por encima de la economía neoliberal imperante, una política que no tolere el crecimiento de precios con el crecimiento de parados.