Democracia eclesial
Los que han vivido y asimilado a fondo el espíritu del Vaticano II, lo que se dice de la libertad cristiana en la Iglesia es aplicable igualmente a la democracia eclesial.
Este es también un largo vía crucis que hemos de recorrer, porque el ejercicio del poder en la Iglesia , tal como se viene desarrollando, difiere notablemente del modelo de las primitivas comunidades apostólicas.
Esto es motivo de malestar en muchos miembros de las comunidades actuales que despertaron y se renovaron con el último concilio, que en la Constitución Lumen Gentium expresa el deseo de que la Iglesia recupere su espíritu originario.
En el Nuevo Testamento aparece con claridad que la adhesión a Jesús mediante el bautismo nos constituye a los que nos adherimos a él por la fe, en miembros de su cuerpo místico. De tal manera que ya no hay entre nosotros judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra, porque todos nos hacemos uno en Cristo Jesús (Gal 3, 26-27).
Es decir, la comunidad cristina primitiva se estructura de manera igualitaria entre todos sus miembros y todos ellos, hombres y mujeres, se sienten actuantes en la fe, porque todos han recibido la misma llamada a participar en la vida nueva aportada por Jesús (Gal 4, 6-7; Rom 8, 11).
Los que se agregaban a las comunidades participaban en la misión de Jesús y hacían propia la exigencia de comunicar su experiencia mediante su propio testimonio y la apertura de nuevas comunidades. Todos tenían la convicción de que con la muerte y resurrección de Jesús había comenzado una nueva creación, en la que no hay excluidos: donde hay un cristiano hay humanidad nueva, lo viejo ha pasado, sólo existe lo nuevo (2 Cor 5, 17). (MP. Aquino, en Cristianismo y liberación. Homenaje a Casiano Floristán)
La teóloga Ana Mª Tepedino describe cómo la Iglesia expresa en la propia existencia su modo de experimentar a Dios: “En el mundo de Dios, los varones y las mujeres dejan de estar en las relaciones de dominación y dependencia patriarcales, para ser personas que viven en presencia del Dios vivo”.
A juzgar por los escritos de Pablo y de los Hechos de los Apóstoles la mujer tuvo un lugar destacado en las primeras comunidades cristianas. En ellos se encuentran múltiples responsabilidades desempeñadas por las mujeres: dirigentes, jefas de asambleas, predicadoras, apóstoles, misioneras, profetas, fundadoras de comunidades etc.
El modelo de Iglesia que conocemos se aleja infinitamente de este ideal, por lo que Casiano Floristán llegó a decir: una Iglesia fundamentalmente masculina como la actual es insostenible.( AM. Tepedino, Los discípulos de Jesús).
Este es también un largo vía crucis que hemos de recorrer, porque el ejercicio del poder en la Iglesia , tal como se viene desarrollando, difiere notablemente del modelo de las primitivas comunidades apostólicas.
Esto es motivo de malestar en muchos miembros de las comunidades actuales que despertaron y se renovaron con el último concilio, que en la Constitución Lumen Gentium expresa el deseo de que la Iglesia recupere su espíritu originario.
En el Nuevo Testamento aparece con claridad que la adhesión a Jesús mediante el bautismo nos constituye a los que nos adherimos a él por la fe, en miembros de su cuerpo místico. De tal manera que ya no hay entre nosotros judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra, porque todos nos hacemos uno en Cristo Jesús (Gal 3, 26-27).
Es decir, la comunidad cristina primitiva se estructura de manera igualitaria entre todos sus miembros y todos ellos, hombres y mujeres, se sienten actuantes en la fe, porque todos han recibido la misma llamada a participar en la vida nueva aportada por Jesús (Gal 4, 6-7; Rom 8, 11).
Los que se agregaban a las comunidades participaban en la misión de Jesús y hacían propia la exigencia de comunicar su experiencia mediante su propio testimonio y la apertura de nuevas comunidades. Todos tenían la convicción de que con la muerte y resurrección de Jesús había comenzado una nueva creación, en la que no hay excluidos: donde hay un cristiano hay humanidad nueva, lo viejo ha pasado, sólo existe lo nuevo (2 Cor 5, 17). (MP. Aquino, en Cristianismo y liberación. Homenaje a Casiano Floristán)
La teóloga Ana Mª Tepedino describe cómo la Iglesia expresa en la propia existencia su modo de experimentar a Dios: “En el mundo de Dios, los varones y las mujeres dejan de estar en las relaciones de dominación y dependencia patriarcales, para ser personas que viven en presencia del Dios vivo”.
A juzgar por los escritos de Pablo y de los Hechos de los Apóstoles la mujer tuvo un lugar destacado en las primeras comunidades cristianas. En ellos se encuentran múltiples responsabilidades desempeñadas por las mujeres: dirigentes, jefas de asambleas, predicadoras, apóstoles, misioneras, profetas, fundadoras de comunidades etc.
El modelo de Iglesia que conocemos se aleja infinitamente de este ideal, por lo que Casiano Floristán llegó a decir: una Iglesia fundamentalmente masculina como la actual es insostenible.( AM. Tepedino, Los discípulos de Jesús).