El Pueblo es Soberano 3
Usos y abusos de la soberanía: Del pueblo agredido
al poder ciudadano.
pueblo por un soberano demediado
(Cont., viene del día 20)
El pueblo en trance de verse liquidado como tal en lo que es más un demicidio que lo que confusamente se quiere llamar austericidio, comprueba los alardes de cinismo de que son capaces los que detentan el mencionado poder soberano, venido a menos a fuer de su tremenda bipartición.
Cuando ya nada se espera -los poetas, ¿dónde están los poetas que bien harían de ejercer como profetas con sus insobornables denuncias?- de un poder desmentido en sus pretensiones por los hechos, a este no parece quedarle más camino que el de la mentira generalizada, el de la contradicción sin miramiento o el de una orweliana neolengua desvergonzada, o todo esto a la vez.
Todos los papeles están al descubierto, incluso los de un tal Bárcenas, tirando de la manta que ocultaba las miserias de décadas de financiación irregular del partido hegemónico de la derecha españolista. Nada falta, pues, para que en respuesta al cinismo, el pueblo se instale en el descreimiento resultado de un escepticismo que conduce a los bordes del nihilismo, sin muchas veces más trinchera para resisitir que la agudeza de la ironía que a todas horas nos aprestamos a practicar.
Así el pueblo, a golpe de injusto sufrimiento por los sucesivos ajustes que sobre él recaen, toma conciencia cada vez con más fuerza de lo que supone un soberano demediado, es decir, un Estado radicalmente menguado en sus funciones políticas a expensas del mercado que le domina, como se acusa sobre todo en la impotencia del gobierno de turno, incapaz de ir más allá de aplicar los mandatos explícitos e implícitos que los poderes financieros imponen.
De este lado el pueblo comprueba sobre sus doloridas espaldas cómo el soberano demediado actúa al modo del vizconde en su mitad malvada: recortes sociales y derechos ciudadanos amputadas desde la despiadada ortodoxia neoliberal de un poder político, que se limita a gestionar el avance hacia el abismo, es decir, la gran regresión a la que nos está llevando la gran depresión en que nos han metido.
De otro lado, el pueblo, el pueblo también constata cómo el poder soberano reducido a la mitad, siendo generoso en la consideración, viendo que todo se hunde y el pueblo no levanta cabeza, sino todo lo contrario, trata de amortiguar el golpe desplazando a la beneficencia lo que eran políticas sociales de bienestar, así como dejando para la caridad lo que era objeto de la responsabilidad de los poderes públicos en atención a los derechos y necesidades de la ciudadanía.
No escapa a la mirada de ésta, cada vez más avezada en descubrir los trucos del perverso juego de complementariedades en que las dos mitades de un Estado escindido se han embarcado, el hecho de cómo, desde el aparato estatal, en esas dos vertientes de la más infausta Maldad y la más falsa Bondad se reparten las funciones entre neoliberales y neoconservadores para ser unos y otros los encargados de las tareas más acomodadas a sus respectivos perfiles.
Lo que la mitad maléfica destruye, la mitad benefactora trata de compensarlo, en hechos y dichos, como corresponde a una derecha que tiene claros los intereses sociales que defiende y la complementariedad de acciones y discursos que tienen que llevar a cabo para no perder pie en la lucha de clases, reactivada en tiempos de recursos escasos, incluida la lucha ideológica, tan necesaria para el control social.
Ver: J.Pérez Tapias, en la revista Exodo nº 119 junio 2013.
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